Hoy he leído un viejo artículo de Santiago de Mora-Figueroa sobre las fórmulas de salutación y despedida empleadas, todas, en cartas. Algunas son tremendamente originales. Elijo esta: “Achuchones”. Es sustitutiva del actual “abrazos” de final de texto. Pero más tierna. Más íntima. Luego están las tradicionales del XVIII o del XIX y otras… Un ejemplo: “Yo soy, Señor, de VE su más humilde servidor”. Otro: “Yo quedo para servir a VE con la más segura voluntad, y deseo lo guarde Dios muchos años. Besa la mano de VE su más atento servidor”. El último: “Dios guarde a Ud. muchos años”. Las mías, que no desvelaré aquí, solo las conocen mis allegados. Daré una pista: se sitúan a mitad de camino entre las aristocráticas del XVIII y las populares del XXI.
Juzgo estas fórmulas aptas como remate discursivo. Me gustan. Me divierten. No acuso su habitual falta de sinceridad. Lo anterior lo sostienen algunos. No yo. Yo aprovecho y agradezco su no menos habitual literaturización. Ya sé: literatura e insinceridad van de la mano. No siempre. Hay, incluso, quien las echa en el olvido. Tampoco yo: la amabilidad nunca me pareció innecesaria.
Sí el uso del “usted”. Y este es el añadido...
Javier Marías, insigne escritor y lumbrera de la lumbrería universal de no sé qué escuela de modales, opina al respecto de la sacrosanta batalla entre el tuteo y el usteo esto.
“Carcas” y “horteras” del mundo: el tuteo es respetable, confiable, aconsejable. Combatirlo es propio de gentes de mal vivir. Percatadse: confundís las churras con las merinas. Es decir: la intención del hablante con las palabras que éste emplea en sus textos orales o escritos. Acaso tú, Javier Marías, harías bien reciclándote una pizca. Sinceramente creo que eso es más importante que aprender a escribir un correo electrónico.