martes, 3 de noviembre de 2020

341/ El maestro Antonio (IV)

LEER Y CALLAR


Este es un post para políticos en ejercicio. Un post para anti-políticos sin ejercicio. Y, finalmente, un post para apolíticos que ni ejercen ni dejan de ejercer nada porque ellos y ellas (la plebe feminista, ya, asfixia un poco: démosle gusto) están por encima del bien y del mal y de lo que se tercie. Un post sorpresivo por traer a escena un texto breve del maestro Antonio sin desperdicio ni (im)permanencia. Digámoslo de este modo: el Santo Grial de la inteligencia dialogante. O: la palabra sagrada del sumo sacerdote de Eleusis que rodeado de Abascales, Iglesias, Monasterios y Monteros habla sin nudos ni pollos en la garganta. Entretanto hay burros que en platós televisivos y tribunas de prensa, y de otro tipo, dan coces a diestro y siniestro… ¡Bah!

     Lean y aprovechen el texto abajo transcrito quienes posean una miaja de sentido común en la mollera. ¿Vendrá alguien, ahora, con la cantilena de “el sentido común es el menos común de los sentidos”? ¡Vade retro, Satana! En ese caso diré: Yo apuesto por lo más común (en potencia) del sentido escasamente común hoy: la palabra ajustada. A ti, ideólogo, te “sugiero” a punta de palabra: ¡Lee y calla!

     La rima es adrede.

     Yo también me callo.

     El texto: 

     “Nadie debe asustarse de lo que piensa, aunque su pensar aparezca en pugna con las leyes más elementales de la lógica. Porque todo ha de ser pensado por alguien, y el mayor desatino puede ser un punto de vista de lo real. Que dos y dos sean necesariamente cuatro es una opción que muchos compartimos. Pero si alguien sinceramente piensa otra cosa, que lo diga. Aquí no nos asombramos de nada. Ni siquiera hemos de exigirle la prueba de su aserto, porque ello equivaldría a obligarle a aceptar las normas de nuestro pensamiento, en las cuales habrían de fundarse los argumentos que nos convencieran. Pero estas normas y estos argumentos sólo pueden probar nuestra tesis; de ningún modo la suya. Cuando se llega a una profunda disparidad de pareceres, el onus probandi no incumbe realmente a nadie” (Antonio Machado. Juan de Mairena. P., 134. Espasa Calpe. Madrid, 1986).

     Amén.