viernes, 18 de agosto de 2023

427/ "Menosprecio de corte y alabanza de aldea"

Existe una pugna histórica entre pueblo y ciudad que no deja indiferente a <<naide>>. Yo la juzgo una pugna necesaria. Conciencia al populacho de determinados hábitos… Sin quitar ni poner, sin prejuzgar ni sojuzgar nada ni a nadie, lamentándolo mucho (o no) he de tomar partido por el pueblo. ¡La duda, al cabo, ofende! Y es que donde se ponga un pueblo, con su campanario y su riachuelo, su bosquecillo silvestre (o roquedal arenoso. Ya puestos…) y sus <<rapaces>> jugueteando en las calles… La ciudad también ofrece credenciales: oferta notable (más aún: sobresaliente) de cultura y ocio, intimidad, anonimato. No es lo mismo. Perdóneseme la insistencia e intransigencia. No es, en absoluto, lo mismo. La vida en el pueblo deviene natural. En la ciudad, un cúmulo de artificios. La gente en los pueblos es (somos) de otra ralea: mejor pensados y formados (sobre todo en civismo y cortesía). Luego está la inocencia buena (que no buenista) de los pueblerinos. Cosa esta que los urbanistas desconocen por completo. Ellos (los urbanistas) se arriman al calor del buenismo, malo por definición, en vez de hacerlo al de la bondad pura y poco (muy poco) dura. En esto del buenismo me malicio que hay una gran carga ideológica. La ideología en los pueblos permanece menos encorsetada que en las ciudades. Yo esto lo juzgo negativo y positivo a la vez. Negativo: porque uno puede fluctuar sin demasiado esfuerzo ni fundamento entre un extremo y otro y todo ello con base en criterios de dudosa potencia filosófica (amiguísimo, compañerismo, favoritismo… Digámoslo de este otro modo: inapropiado sentido común). Positivo: porque el ciudadano de a pie, en los pueblos, ha aprendido a respetar al contrario ideológico como Dios manda y no a despotricar (por despotricar; así funcionan los <<ideologizados>>) y criticar lo muchas veces difícilmente criticable. 

     Esta cantilena me la ha inducido la lectura de la novela <<Las hermanas coloradas>> de Francisco García Pavón (biblioteca El Mundo. BIBLIOTEX, S.L., 2001). Y, por encima de todo, el siguiente párrafo (pág. 60): 

     <<En los pueblos (…) cada persona es un ser redondo, completo, parte de otra cosa más gorda, también completa, que es una familia. Allí a todo el mundo se le conoce de cuerpo entero, de familia entera. Pero aquí en las capitales a la gente se la columbra a cachos, a refilones. Y a las familias enteras tal vez nunca. En los pueblos puedes enterarte en un rato de la biografía completa de cada sujeto. Aquí tienes que componerla como un rompecabezas. Allí, la vida de cada persona es como una novela que vas abultando cada día con las noticias que él mismo te da o los próximos te allegan. Aquí a lo más sólo se sabe el título de los capítulos. Allí, te sientas en la terraza del San Fernando, y apenas cruza un individuo, la cabeza reina toda su historia, sus dichas y desdichas, sus cojeras y demasías, sus cuernos y sus muertos, sus ganancias y pedriscos, la fecha de cuando se rompió el brazo, le mordió el mastín o tuvo la nieta con apendicitis. Y si me apuras, hasta recuerdan dónde tienen el nicho, en qué lonja compran y qué barbero les raspa la cuerda cada sábado. Aquí no se ven más que sombras, gentes que no se miran ni se hablan, carteles de hombres sin noticia caliente. Mujeres que sólo te llaman la atención por la colocación de sus carnes y el respingo del caderamen… Por eso en Madrid, ser policía es una cosa científica y mecánica. Hay que empezar por averiguar quién es quién. En el pueblo ser policía es ejercicio humanísimo, porque hay que rebuscar aquel rincón último de los que conocemos. Los pueblos son libros. Las ciudades periódicos mentirosos…>>.

     El monólogo interior arriba copiado corre a cargo de Plinio, el Policía pueblerino averiguador de tramas criminales que inventara García Pavón, a quien hoy nadie conoce (digo: a Plinio). Pero no menos a García Pavón. Ganó el de Tomelloso el Premio Nadal con esta atractiva novela policíaca. Yo acabo de descubrirlos (al autor y a su novela) y me doy, por ello, con un canto en los dientes. La mentada obrita fue escrita con un lenguaje elaborado (algo casposo. Año 1970) propio de un literato de altura y no como suele acontecer hoy: haciendo uso de un lenguaje en exceso llano y sin apenas aciertos sintácticos que bien se precien.

     Todavía no sé <<qué se hicieron las "hermanas coloradas">>. El motivo de su misteriosa desaparición, ¿<<qué se hizo?>>… 


     Continuará.

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