Confesaré algo: no soy asiduo lector de ciencia ficción. Ello no impide que, de vez en vez, picotee de lo que sin rebozo podría denominarse <<excesos de la imaginación verosímiles>>. Habrá quien tenga por herejía considerar que la imaginación pueda excederse en algo. Y no le faltará razón. Pero también habrá quien considere que cuando la imaginación va demasiado lejos se activa un mecanismo de defensa en el imaginativo que lo exime del miedo. No podría ser, por cierto, de otra manera. Hablaríamos, aquí, de un miedo atroz a lo inmoral. Más concretamente: al deleite (del tipo que sea) que pueda derivarse de la inmoralidad pura y no menos dura. Por ejemplo: regodearse en la sangre de un cerebro animal o humano abierto de par en par. Otro ejemplo: amistarse con un ser mitad hombre mitad animal que habla y, además, exhibe una actitud entre amistosa y repulsiva. Otro: considerar la locura un tipo de cordura (Foucault, creo, coqueteó con esta horrible y esperanzadora idea). La ciencia ficción (o la <<ficción científica>>) en ocasiones lleva al lector a traspasar sus propios limites éticos. El quid de la cuestión es que a la imaginación, como al campo, no se le pueden encajar puertas. Por suerte.
Bioy Casares no se las encajó. Escribió una obra maestra de la ciencia ficción (<<Plan de evasión>>. Penguin Random House. Barcelona, 2023) aprovechando para poner al lector en un quisquilloso aprieto. A saber: decidir si modificar la percepción de la realidad en un sujeto a priori sano y con el no menos sano objetivo de mejorar su deficiente vida es moral o inmoral. El sujeto imaginado por Bioy se halla preso en una isla. Un científico trastornado (responde este al nombre de Castel) es quien, con ayuda de otro personaje siniestro (De Brinon), se encargará de ejecutar semejante dislate. Y justo ahí es donde me quedo anclado yo: en el conflicto moral. El libro presenta y desarrolla mínimamente (es novela corta) diversidad de temas. Todos interesantes. Todos puntiagudos. Todos, susceptibles de ser matizados. La ética que engloba el conflicto habido entre lo inaceptable socialmente y la buena disposición en mejorar las cosas de ciertos individuos difícilmente sea ignorada por el lector medio.
Instrumentos para cambiar la percepción de las cosas hay varios. Música. Literatura. Cine. Meditación. El trabajo (sí, el trabajo)… Pero cuántos de estos subvierten el orden natural del mundo. Corregir no es subvertir. Me quedo pensando en ello y hallo una respuesta un punto verosímil: los maquiavélicos. Es decir: aquellos que quedan justificados por los fines.
La experimentación con animales en laboratorios avanzados estaría justificada por la ventaja que supone para la sociedad, por ejemplo, la curación del cáncer. El Budismo preconiza la no violencia contra cualquier ser vivo. Qué hacemos entonces. Cierto grado de maquiavelismo resultaría beneficioso… Si el bien que se desea preservar (siguiendo con el ejemplo anterior: la vida humana) se posiciona por encima de ese otro bien (siguiendo con el ejemplo anterior: la vida animal) no habrá quien reproche con absoluto convencimiento semejante praxis. Pero, qué ocurriría sin adquiriésemos el punto de vista del ratón de laboratorio (caso de que este animalejo disponga de punto de vista). Es un poco lo que plantea Bioy en <<Plan de evasión>>.
Bien y mal, libertad y esclavitud, no serían términos opuestos absolutos sino relativos. Pregunto: ¿Somos tan libres como creemos que somos? ¿De verdad nada ni nadie nos manipula? ¿Cuál es la línea divisoria que separa lo moralmente aceptable de lo inmoral? ¿Es que el <<amor>> no nos vuelve a todos locos de remate? Más bien, tontos de capirote…
Escribió William Blake (cita rescatada de la novela de Bioy. Pág., 156): <<¿Cómo sabes que el pájaro que cruza el aire no es un inmenso mundo de voluptuosidad, vedado a tus cinco sentidos?>>.
Y, entretanto, Bioy…: <<Admitimos el mundo como lo revelan nuestros sentidos. (…) Si miramos a través del microscopio la realidad varía: desaparece el mundo conocido y este fragmento de materia, que para nuestro ojo es uno y está quieto, es plural, se mueve. No puede afirmarse que sea más verdadera una imagen que la otra (…) Si cambiaran los sentidos cambiaria la imagen. Podemos describir el mundo como un conjunto de símbolos capaces de expresar cualquier cosa; con solo alterar la graduación de nuestros sentidos, leeremos otra palabra en ese alfabeto natural>> (op.cit. Págs., 156-157).
Todo inquietante. Todo, a su vez, verosímil. ¿Moral o inmoral? Decida cada quisque.
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