Ya no. Ya no tengo dudas. Los planteamientos encastillados en el post anterior a este son del todo erróneos. Así de claro y contundente. Ramón J. Sender extravió absolutamente el norte del escritor literario en el libro <<Por qué se suicidan las ballenas>> (Ediciones Destino. Barcelona, 1979). Lo hizo, seguro estoy, a expensas de la confesión vertida en la página 42: <<Yo no soy hombre de ciencias>>. Conque no, eh…
¡Tararí que te vi!
Soporífero botón de muestra:
<<En nuestro sistema nervioso hay billones de generadores magnéticos que se combinan haciendo coincidir los ejes de las órbitas helicoidales en una misma dirección. Esa dirección la determina la “voluntad de existir” de nuestros genes. Pero a su vez suscita en las neuronas una respuesta adecuada ya que a veces si hemos tropezado durante el sueño en una piedra al despertar nos duele el pie. O si hemos hecho el amor con una hembra codiciable tenemos el orgasmo eyaculatorio. Ésta es la prueba más escandalosamente evidente de la misión rectificadora de nuestros sueños>> (op.cit. Pág., 110).
Y así todo el rato… Uf.
(Nota: No tengo nada en contra de la ciencia ni de los científicos. ¡Buda me libre! Es más: los seres humanos sobre la Tierra que más admiro, mejor aún: los únicos que verdaderamente admiro, son aquellos que logran salvar vidas y mejorar el mundo <<haciendo>> ciencia. Quede esto claro. Pero no apruebo la tomadura de pelo al lector).
Exceptuando lo de la <<hembra codiciable>>, el resto huele a chamusquina cientificista (que no científica), y no a los azahares melosos de la literatura. Como dije en el post anterior a este: No sé si me explico… Arduo texto y, a mi juicio, dudosamente divulgativo el pergeñado por Sender el año 1979. Indescifrable. Infumable. Hiper-tecnificado. Muy alejado, por cierto, de las inquietudes del hombre de letras medio. Apto, tal vez, para mentes analíticas de pseudo-ciencia y ¡pare usted de contar! Uno de los peores ensayos que he leído en mi vida de anacoreta antisocial extraviado en los vericuetos del idealismo estético. Tal cual. Obtuso. Neblinoso. Artificialmente densificado. Quizá hasta sofístico… Yo no sé.
Alguna pavada también he hallado en él…
<<Una observación que me ha intrigado siempre es que todos los analfabetos (…) que he conocido eran personas tranquilas, nobles, de buenos sentimientos y con tendencias naturales de ayuda y de cooperación (…).
(…). Lo que quiero decir es que los criminales que he conocido (…) todos sabían leer y escribir. En cambio no he conocido un solo analfabeto criminal ni suicida.
Ni paranoico.
Ni esquizofrénico. Ni maníaco depresivo>> (op.cit. Págs., 133-134).
Y, tras mucha matraca cientificista, esto:
<<No te asustes, lector, que no voy a tomar otra vez acentos doctorales>> (op.cit. Pág., 147).
De nuevo: ¡Tararí que te vi!
Excúseme, don Ramón, allá dónde se halle usted. Pero yo he de exclamar ¡basta! y, a partir de aquí, pasar raudo a otra cosa. ¡Dicho y hecho!