OPINIÓN
Leer a César Aira se me antoja una experiencia inigualable. Lo digo con todo convencimiento. En 2004, por primera vez, leí una obra suya: <<Varamo>>; en 2005, la releí. Desde entonces varios títulos de Aira han ido, de apoco, engrosando las baldas de mi librería. Existe una curiosa particularidad: en cada volumen de Aira se encastillan varios títulos de Aira. Esto siempre (o casi siempre) es así. ¿El motivo? La inmensa mayoría de los textos de este autor se enmarca en el género <<novela corta>> (para el caso que nos atañe: unas ochenta o noventa páginas… A veces más; a veces menos). Al adjetivo <<inigualable>> del principio añadiría yo, ahora, este otro: <<excitante>>. <<Excitante>> sería la palabra justa para designar la cualidad principal de la obra del de Coronel Pringles (Argentina). Al lector, eso sí, tendrá que atraerle la Filosofía. O mejor aún: filosofar. No está claro que César Aira sea un filósofo sino algo parecido y diferente al mismo tiempo: especie de novelista pseudo-filósofo o filósofo pseudo-novelista. Un escritor con todas las letras, desde luego, sí es.
Un escritor con todas las letras y, también con todas las letras, un desconocido. <<¡Qué iracundia de hiel y sin sentido!>> (Juan Ramón dixit). En los tiempos que corren no le auguro a César Aira demasiada venta ni tampoco demasiada <<mano de obra lectora>>. Para leer las novelitas de Aira, en efecto, hay que arremangarse y doblar el espinazo del intelecto con una intensidad rayana en abuso. El lector debe convertirse en un <<currante>> de la búsqueda del sentido textual. El lector aburguesado, acomodado en el sillón <<H>> de la Real Academia de la Holganza (<<¡que me lo den todo hecho!>>), no se hallará a gusto leyendo a César Aira. Éste tiene la inestimable capacidad de hacerle creer (al lector, que tanto presume de ojo literario...) tonto. Además: inmensamente. Pero tranquilícese el lector: esa sensación de <<necedad>> acabará diluyéndosele en sucesivas lecturas del texto (¡correcto!: tendrá que aficionarse a releer y no sólo a leer. Esto si pretende, es claro, desentrañar los mimbres de la literatura de Aira).
Veamos…
Días atrás comencé a leer <<Las curas milagrosas del doctor Aira>> (refiero el libro, <<Literatura Random House>>, Barcelona, 2015; y también la novela homónima en él encastillada). Y cuál no sería mi sorpresa cuando comprobé que las veinte o treinta primeras páginas se me escapaban de entre las manos como culebrilla de río... No había forma humana (ni divina) de arrancarles el sentido. Pensé: <<No es raro, tratándose de Aira; vuelve a leerlas y, esta vez, amárrate los machos por lo que pueda venir>>.
Y así lo hice.
La segunda lectura (o primera re-lectura. Tanto monta...) arrojó algo más de luz. Pero siguió siendo insuficiente, ésta, para alumbrar los vericuetos más oscuros e inaccesibles del texto. Pensé: <<Habrá que poseer unos mínimos conocimientos filosóficos para entender plenamente lo que el autor me está queriendo decir>>. Y ahí, justo ahí, radica el quid de la cuestión: pensar tal cosa. Camino, el mentado, que conduce al lector lego en Aira al abandono de la lectura. ¡Craso error!
<<De modo que hay que buscar un camino alternativo>>, me dije. <<El literal, obstruido. El figurado, más libre, pero demasiado corto. Resta el académico: gris y, de ordinario, bastante soporífero>>. ¿Cuál camino elegir, entonces, para captar el sentido de los textos de Aira? Respuesta más válida que se me ocurre: todos los mentados y ninguno de ellos. O tanto monta: el sacrosanto (y venerado por este servidor de nadie) camino lúdico. O sea: el del juego. Un juego, quizá, psicológico.
Hay que jugar (¡hay que jugar!) con el texto de Aira. Hay que regresar, cuantas veces sean necesarias, a la ilusión del niño lector; a la pasión que el niño lector ponía en todo aquello que emprendía; a la capacidad que tenía el niño lector para dejarse obnubilar por el mundo…
El mundo está demasiado cargado de Realismo para dormirse en los laureles y dejar pasar la oportunidad de imaginar y fantasear a troche y moche. <<Las curas milagrosas del doctor Aira>> versa sobre esto (entre otras especies). Acuda al texto y enfréntese a él desprejuiciado y libre quien desee conocer in situ una forma original de hacer literatura. Ojo, he dicho: original. No es, pues, moco de pavo. Y recuérdese: desprejuiciado y libre. La mejor forma, ésta, de leer a César Aira. ¡La mejor!