Hoy he topado con la más bella descripción, jamás vislumbrada antes por mí, de una lengua (concretamente: del <<latín vulgar>>). Se trata de una descripción a la vez estética y técnica y, desde luego, adversativa. Muy adversativa. Cuando aunamos <<belleza>> y <<razón>>, a menudo, obtenemos <<literatura>>. No sucede siempre así. Ocasiones hay (ofensa es dudarlo) en que lo literario tira más de <<instinto>> que de <<razón>>. Estaríamos hablando, en tal caso, de una <<literatura salvaje>> (o <<salvajada>>; léase: pura). Yo, conste, me avengo mejor con lo instintivo que con lo racional (siempre en el ámbito de la literatura). Sin embargo, hallo un límite (para mí. ¡Siempre para mí!) infranqueable: el <<Surrealismo>>. Detesto con todas mis fuerzas el surrealismo literario, no el pictórico, cuya capacidad de evocación desborda al más pintado (esto, se mire por donde se mire). Y en ese vaivén entre los bello y lo racional voy yo y me topo, hoy, con la descripción de marras. La transcribiré:
<<[El latín vulgar] es, en efecto, una lengua pueril o gaga que no permite la fina arista del razonamiento ni líricos tornasoles. Es una lengua sin luz ni temperatura, sin evidencia y sin calor de alma, una lengua triste, que avanza a tientas. Los vocablos parecen viejas monedas de cobre, mugrientas y sin rotundidad, como hartas de rodar por las tabernas mediterráneas. ¡Qué vidas evacuadas de sí mismas, desoladas, condenadas a eterna cotidianidad se adivinan tras este seco artefacto lingüístico!>>.
Autor del fragmento: José Ortega y Gasset; encastillado, el mismo, en: <<La rebelión de las masas>> (El País. Madrid, 2002. Pág., 31). Y, ¿a cuento de qué? Fácil: de la globalización.
A lo que iba: ¿Cabe decir algo más adversativo sobre algo y, a la vez, más hermosamente y con menos ambigüedad que lo dijo (que lo escribió) Ortega en obra tan indudablemente icónica como <<La rebelión de las masas>>?
La respuesta, creo, es evidente.