Enfrentando la lectura final de <<Crítica de la razón estética: el ejemplo de J.R.J.>> (Los libros de Fausto. Madrid, 1988), de Arturo del Villar, me doy de bruces (página 148) con un párrafo sorprendente; sorprendente por aquello de que nunca antes había leído una intuición personal mía tan bien expuesta y con ínfulas de irrebatible. Acaso las intuiciones personales no sean rebatibles; acaso.
El párrafo en cuestión dice así:
<<Ortega se refirió a unos jardines juanramonianos, los que están descritos en el segundo poema de los “Nocturnos” de Arias tristes como el jardín típico con su fuente, para explicar lo que es la filosofía, dentro de un curso que dirigió en Madrid en 1929. Hizo una distinción entre el jardín real y la quimera fantástica, como ejemplo de la operación mental del lector. De esa manera quiso demostrar que los datos del universo son indubitables, y es la conciencia del hombre la que cuestiona la realidad con sus dudas>>.
Creo que siempre lo he experimentado del modo arriba expuesto. El Hombre, embarullador de la naturaleza. El Hombre, idealizador de la conciencia. El Hombre, alquimista de la realidad.
Algo así, conjeturo, le acontecería a JRJ. Sin embargo (¡y aquí radica el quid de la cuestión!) esa alquimia, idealización y embarullamiento concienzudos y humanos, sirvieron para que un hombre (JRJ) manufacturara la más elevada y hermosa obra poética que existió (que ha existido; que existirá) jamás. Y esto, estimado lector, también lo juzgo indubitable.
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