viernes, 7 de marzo de 2025

471/ El velo de Isis

Yo he postulado siempre el valor de la ambigüedad literaria; también, el de la pluri-significación literaria. Lo he postulado hasta el extremo de rehusar aquellos textos que no hacían acopio de esa premisa o cualidad. Literatura y filosofía debían permanecer próximas la una a la otra. Filosofía, no; mejor diré: metafísica. De ahí el valor del carácter ambiguo y pluri-significativo que refiero aquí y ahora. Yo no me ponía en la siguiente coyuntura: que pueda existir un exceso de ambigüedad (de posibles interpretaciones) en la obra literaria de que se trate. La clave radica en el término: <<exceso>>. Cada escuela literaria interpretará de un modo u otro una novela, un cuento, un poema (¡pero esto es harina de otro costal!). Yo hablo, aquí, del lector particularísimo; no de una u otra escuela. Yo hablo, aquí, del lector inigualable (no hay dos lectores iguales por la sencilla razón de que, todavía, la clonación humana <<no digital>> es una utopía) o tanto monta: aquél que trasciende su época. Quizá esté yendo demasiado lejos ahora; no es ese, en absoluto, mi propósito. Bajaré uno o dos pistones.

     Hablaba yo de la ambigüedad y pluri-significación literarias y de (llegado el caso) un uso excesivo de las mismas. Quien tiene que modularlo (el uso excesivo o no), pensará la inmensa mayoría, es el autor. Y yo digo: Sí y no. Me explicaré un punto: el autor consciente de su obra, sin duda, lo modulará; el inconsciente, no. Y lo más probable es que la mayor parte de autores no sea del todo consciente de la obra que está pergeñando (o que ha pergeñado). Será el crítico, el estudioso de la misma, quien más se aproxime quizá a esa totalidad total. El riesgo, pues, es absoluto. Cabe la posibilidad real de que el autor se extralimite en el uso de la ambigüedad; a veces, incluso, sin conciencia plena de que se está extralimitando. Gajes del oficio de las letras libres.

     Un tipo de autor escapa indemne de ese horror: el documentalista, sesudo, obsesivo y reacio a la imaginación y a la fantasía. Un autor, éste, que camina el camino de la literatura con una brújula en la mano. Ejemplo: Arturo Pérez Reverte. Otro: Rosa Montero. Otro más: Lorenzo Silva. No digo que estos autores no hagan uso de la ambigüedad y de la pluri-significación literarias en sus obras. Digo: que no suelen hacer un uso excesivo de ellas. Si lo hicieran (un uso excesivo de la ambigüedad y la pluri-significación) sus obras, casi todas novelas comerciales, quedarían en el limbo de las baldas de las estanterías olvidadas de los almacenes olvidados de las librerías lucrativas…

     El caso de Henry James llama vigorosamente la atención. Escribió, éste, uno de los textos más ambiguos (o sujetos a múltiples interpretaciones. Sí: múltiples…) de la literatura moderna: Otra vuelta de tuerca. Mi tesis es: para escribir algo así hay que ser depositario de una imaginación calenturienta en tanto se recorre el <<sendero bifurcado>> de la literatura sin una brújula en la mano. Luego, a posteriori, llegarán las correcciones… No diré yo lo contrario… Pero, a priori, comandan el cotarro escritural la imaginación y un sexto sentido que nada (o muy poco) tiene que ver con el menos común de los sentidos. Silva, Montero y Reverte acaparan demasiado sentido común en sus obras. Aburren. 

     James, como escritor, fue desemejante al resto. En Otra vuelta de tuerca puede leerse: <<El momento se prolongó tanto que se hubiera necesitado muy poco más para que yo empezara a dudar de si “estaba” viva>>. Además de: <<(…) Sentí un extraordinario estremecimiento ante la sensación de que era yo la intrusa>>. Y más adelante: <<Seguimos en silencio mientras la doncella estaba con nosotros, tan en silencio, se me ocurrió caprichosamente, como el de una pareja joven que, en su viaje de novios, en el hotel, se siente cohibidos en presencia del camarero>>; o: <<Habló con una alegría a través de la cual pude captar el más exquisito estremecimiento de pasión resentida>>; o: <<Hacerlo de cualquier forma era un acto de violencia, porque, ¿qué otra cosa podía ser sino imponer por la fuerza la idea de torpeza y de culpa en una pequeña criatura indefensa que había sido para mí una revelación de las posibilidades de una hermosa amistad?>>. 

     Los cinco parlamentos arriba copiados los ejecuta la narradora protagonista, una institutriz, y se desarrollan en el contexto de su labor como institutriz. <<Dudar de si “estaba” viva>>, <<La sensación de que era yo la intrusa>>, <<Pareja joven>>, <<Pasión resentida>>, <<Hermosa amistad>>… Todo esto da que pensar. Y mucho.

     Escama (bastante) que Borges sólo entreviese tres posibles interpretaciones de Otra vuelta de tuerca: <<The Turn of the Screw (Otra vuelta de tuerca), es deliberadamente ambiguo y está lleno de horror sutil; ha suscitado tres interpretaciones, todas justificadas por el texto>> (Introducción a la literatura norteamericana. Alianza Editorial. Madrid, 1999. Pág., 77). Las tres, sin duda, mejores posibles interpretaciones. Con esto último, paciente lector, me avendré.

lunes, 3 de marzo de 2025

470/ "Cómico de la lengua"

Hay, in onore della verità, viajes improductivos. Hay viajes soñados (mejor: ideales). Hay viajes, impertinentes, que uno no desearía emprender nunca. Pero hay <<un>> viaje sobre el cual han corrido ríos de tinta sin saber el escritor de turno cuáles son sus hitos primordiales; un viaje insustancial (o todo lo contrario) a cuyo término, cuando el viajero rinde por fin itinerario, resulta imposible la vuelta. Puede, éste, conformar la muerte (quién no lo ha pensado alguna vez). Puede, éste, conformar la demencia; ya que <<todo se olvida>>... Pero puede, el viaje de marras, conformar el fracaso y su corolario natural: la frustración. Frustración tras la lucha, tras el esfuerzo por la supervivencia, que acaba cediendo paso al frío (un frío emocional) y al hambre (un hambre no refractaria de la fantasía). Pues bien: si todo esto lo envolviésemos tal un regalo en el papel iridiscente de la comedia (con sus reflejos de tornasol al sol y son de la alegría de la literatura en desgarro cómico) obtendríamos: El viaje a ninguna parte, de Fernando Fernán Gómez, y ya entonces nuestra percepción del teatro habrá mudado de piel para siempre.

     El teatro es arte (arte sublime); pero el teatro es medio de <<no>> subsistencia. Lo es para algunos desafortunados; sólo algunos... ¡No, hombre, no! Para la inmensa mayoría lo es. Y Fernando Fernán Gómez, que bien lo sabía porque lo sabía bien, quiso dejar constancia de ello (el año 1985) con la novela mentada. Y lo hizo como lo haría un <<cómico de la lengua>> (expresión dos veces consignada en el texto de que tratamos aquí; más concretamente: en el CAP 3 y en el CAP 15): con morfosintaxis y cosmovisión rebosantes de gracejo.    

     Nadie crea hallar en estas páginas dolor, sufrimiento, agonía… No, no… O no sólo… Porque todo ello (lo hay, lo hay, aunque sin un dramatismo exacerbado) el lector lo hallará envuelto en humor del bueno (con una o dos discordancias: el acoso y abuso sexual y el machismo de época; ambos con la brida suelta), de cómicos ambulantes, de gentes de <<malvivir>> que por encima de todo idolatran (o mejor: adoran) su vocación: el teatro. Otro tema, éste, importante en el texto objeto de nuestro apunte: <<La vocación>> (Agostina Lute dixit). 

     Carlos Galván (al comienzo del segundo acto, perdón, capítulo…): <<Las vocaciones se despiertan viendo trabajar a los otros>>. Vocación por el teatro, el cual tendrá que vérselas con el cine, la radio y el fútbol y todo eso en la España escuálida de posguerra. ¡Despiadado trámite! Carlos Galván (en otro pasaje de la obra, perdón, de la novela): <<Lo peor, aunque hoy todo me produce nostalgia, era la lucha por encontrar trabajo seguido. En cafés, en círculos, en casinos, en almacenes, en patios, en cuadras, donde fuera. Y la lucha contra el peliculero, contra el fútbol, contra la radio. Lucha en la que no podíamos hacer nada, más que trabajar lo mejor que sabíamos, y en las que llevábamos las de perder, porque el público cada día se apartaba más>>. 

     El humor lo maquilla todo (o mejor: todo queda realzado por el humor). Humor que se posiciona por encima del drama siempre (o por debajo. Depende…). En todo caso es, el humor, primordial y no accesorio. 

     Botón de muestra dialogado (parlamentan Carlos Galván y su hijo Carlitos a quien él llama <<el zangolotino>> y cuyo acento es gallego):

     <<–¿De dónde vienes, hijo?

     –Ya lo sabes, de hablar con el abuelo.

     –¿Le has planteado tu idea?

     –Sí, claro.

     –¿Y qué te ha contestado?

     –Me ha dado un tantarantán que por poco me caigo por la ventana al patio.

     –Pero ¿qué ha ocurrido? ¿No se lo has explicado bien?

     –Sí. Igual que a ti.

     –¿Y no te ha comprendido?

     –Sí, yo creo que sí, que me ha comprendido muy bien, y por eso me ha dado el tantarantán.

     –Debe ser que está anticuado.

     –Eso me parece a mí>>.

     El paroxismo de la gracia, me parece, radica en el <<tantarantán>> que menciona Carlitos. Término éste que también utiliza el mamarracho de Cela en su mamarrachada superlativa: <<Viaje a la Alcarria>>. El efecto cómico en Cela no es tan pujante…

     Sólo un referente más que añadir a todo lo hasta aquí aireado: el carácter sicalíptico de algunos pasajes del texto. La psicalipsis hace de las suyas normalmente enfocada en uno de los personajes más conseguidos: Rosita del Valle (prima de Carlos Galván y tía del zangolotino a quien Carlos embauca para que se camele a Carlitos con el propósito único de que lo retenga en la compañía de cómicos y no decida éste desertar de la misma sin más. Más adelante será el propio Carlos Galván quien quede prendado de sus encantos mujeriles y hasta tendrá ocasión de experimentarlo en carne propia… O no. Apostilla: haría bien el lector incauto en no creer todo lo que le dice el narrador en primera persona… El que avisa…). 

     Otto botón de muestra, de nuevo, dialogado (parlamentan el zangolotino y Rosita del Valle. Principia el diálogo el zangolotino):

     <<–¡Ay, perdona! Perdona que te haya tropezado. No sabía que estabas tan cerca.

     –No te preocupes, hombre. Es natural que me tropieces. Estamos a oscuras.

     –¡Ya la tengo!

     –Enciende.

     (…)

     –Es que no luce.

     –Pero ¿le has dado?

     –Sí, pero debe de estar fundida.

     –O se habrá aflojado. Voy a ver.

     –¿A tientas? (…)

     –Claro, a tientas. Acércame tú una silla, también a tientas.

     (…)

     –¡Ay, perdona!

     –Hijo, ni que lo hicieras adrede. En cuanto te mueves, me tropiezas.

     –Como está oscuro…

     –Anda, pon aquí la silla.

     (…)

     –Sujétame, que voy a subir… ¡Pero sujétame a mí, no a la silla!

     –Bueno, bueno. Pero ¿por dónde te sujeto? ¿Por aquí? ¿Te sujeto por aquí?

     (…)>>. 

     Novela, en su máxima expresión (y extensión), dialogada; vamos: teatral. Novela (casi) teatro. Teatro (diríamos…) casi novela. Una delicia para el paladar del lector literario no demasiado escrupuloso, eso sí, con la moral de época. Obra maestra de la literatura de humor (o tanto monta: del humor literario). Léanla del derecho o del revés. Da radicalmente lo mismo. Cambiará, per saecula saeculorum, su perspectiva de la literatura y de otras ignominiosas entelequias.