lunes, 3 de marzo de 2025

470/ "Cómico de la lengua"

Hay, in onore della verità, viajes improductivos. Hay viajes soñados (mejor: ideales). Hay viajes, impertinentes, que uno no desearía emprender nunca. Pero hay <<un>> viaje sobre el cual han corrido ríos de tinta sin saber el escritor de turno cuáles son sus hitos primordiales; un viaje insustancial (o todo lo contrario) a cuyo término, cuando el viajero rinde por fin itinerario, resulta imposible la vuelta. Puede, éste, conformar la muerte (quién no lo ha pensado alguna vez). Puede, éste, conformar la demencia; ya que <<todo se olvida>>... Pero puede, el viaje de marras, conformar el fracaso y su corolario natural: la frustración. Frustración tras la lucha, tras el esfuerzo por la supervivencia, que acaba cediendo paso al frío (un frío emocional) y al hambre (un hambre no refractaria de la fantasía). Pues bien: si todo esto lo envolviésemos tal un regalo en el papel iridiscente de la comedia (con sus reflejos de tornasol al sol y son de la alegría de la literatura en desgarro cómico) obtendríamos: El viaje a ninguna parte, de Fernando Fernán Gómez, y ya entonces nuestra percepción del teatro habrá mudado de piel para siempre.

     El teatro es arte (arte sublime); pero el teatro es medio de <<no>> subsistencia. Lo es para algunos desafortunados; sólo algunos... ¡No, hombre, no! Para la inmensa mayoría lo es. Y Fernando Fernán Gómez, que bien lo sabía porque lo sabía bien, quiso dejar constancia de ello (el año 1985) con la novela mentada. Y lo hizo como lo haría un <<cómico de la lengua>> (expresión dos veces consignada en el texto de que tratamos aquí; más concretamente: en el CAP 3 y en el CAP 15): con morfosintaxis y cosmovisión rebosantes de gracejo.    

     Nadie crea hallar en estas páginas dolor, sufrimiento, agonía… No, no… O no sólo… Porque todo ello (lo hay, lo hay, aunque sin un dramatismo exacerbado) el lector lo hallará envuelto en humor del bueno (con una o dos discordancias: el acoso y abuso sexual y el machismo de época; ambos con la brida suelta), de cómicos ambulantes, de gentes de <<malvivir>> que por encima de todo idolatran (o mejor: adoran) su vocación: el teatro. Otro tema, éste, importante en el texto objeto de nuestro apunte: <<La vocación>> (Agostina Lute dixit). 

     Carlos Galván (al comienzo del segundo acto, perdón, capítulo…): <<Las vocaciones se despiertan viendo trabajar a los otros>>. Vocación por el teatro, el cual tendrá que vérselas con el cine, la radio y el fútbol y todo eso en la España escuálida de posguerra. ¡Despiadado trámite! Carlos Galván (en otro pasaje de la obra, perdón, de la novela): <<Lo peor, aunque hoy todo me produce nostalgia, era la lucha por encontrar trabajo seguido. En cafés, en círculos, en casinos, en almacenes, en patios, en cuadras, donde fuera. Y la lucha contra el peliculero, contra el fútbol, contra la radio. Lucha en la que no podíamos hacer nada, más que trabajar lo mejor que sabíamos, y en las que llevábamos las de perder, porque el público cada día se apartaba más>>. 

     El humor lo maquilla todo (o mejor: todo queda realzado por el humor). Humor que se posiciona por encima del drama siempre (o por debajo. Depende…). En todo caso es, el humor, primordial y no accesorio. 

     Botón de muestra dialogado (parlamentan Carlos Galván y su hijo Carlitos a quien él llama <<el zangolotino>> y cuyo acento es gallego):

     <<–¿De dónde vienes, hijo?

     –Ya lo sabes, de hablar con el abuelo.

     –¿Le has planteado tu idea?

     –Sí, claro.

     –¿Y qué te ha contestado?

     –Me ha dado un tantarantán que por poco me caigo por la ventana al patio.

     –Pero ¿qué ha ocurrido? ¿No se lo has explicado bien?

     –Sí. Igual que a ti.

     –¿Y no te ha comprendido?

     –Sí, yo creo que sí, que me ha comprendido muy bien, y por eso me ha dado el tantarantán.

     –Debe ser que está anticuado.

     –Eso me parece a mí>>.

     El paroxismo de la gracia, me parece, radica en el <<tantarantán>> que menciona Carlitos. Término éste que también utiliza el mamarracho de Cela en su mamarrachada superlativa: <<Viaje a la Alcarria>>. El efecto cómico en Cela no es tan pujante…

     Sólo un referente más que añadir a todo lo hasta aquí aireado: el carácter sicalíptico de algunos pasajes del texto. La psicalipsis hace de las suyas normalmente enfocada en uno de los personajes más conseguidos: Rosita del Valle (prima de Carlos Galván y tía del zangolotino a quien Carlos embauca para que se camele a Carlitos con el propósito único de que lo retenga en la compañía de cómicos y no decida éste desertar de la misma sin más. Más adelante será el propio Carlos Galván quien quede prendado de sus encantos mujeriles y hasta tendrá ocasión de experimentarlo en carne propia… O no. Apostilla: haría bien el lector incauto en no creer todo lo que le dice el narrador en primera persona… El que avisa…). 

     Otto botón de muestra, de nuevo, dialogado (parlamentan el zangolotino y Rosita del Valle. Principia el diálogo el zangolotino):

     <<–¡Ay, perdona! Perdona que te haya tropezado. No sabía que estabas tan cerca.

     –No te preocupes, hombre. Es natural que me tropieces. Estamos a oscuras.

     –¡Ya la tengo!

     –Enciende.

     (…)

     –Es que no luce.

     –Pero ¿le has dado?

     –Sí, pero debe de estar fundida.

     –O se habrá aflojado. Voy a ver.

     –¿A tientas? (…)

     –Claro, a tientas. Acércame tú una silla, también a tientas.

     (…)

     –¡Ay, perdona!

     –Hijo, ni que lo hicieras adrede. En cuanto te mueves, me tropiezas.

     –Como está oscuro…

     –Anda, pon aquí la silla.

     (…)

     –Sujétame, que voy a subir… ¡Pero sujétame a mí, no a la silla!

     –Bueno, bueno. Pero ¿por dónde te sujeto? ¿Por aquí? ¿Te sujeto por aquí?

     (…)>>. 

     Novela, en su máxima expresión (y extensión), dialogada; vamos: teatral. Novela (casi) teatro. Teatro (diríamos…) casi novela. Una delicia para el paladar del lector literario no demasiado escrupuloso, eso sí, con la moral de época. Obra maestra de la literatura de humor (o tanto monta: del humor literario). Léanla del derecho o del revés. Da radicalmente lo mismo. Cambiará, per saecula saeculorum, su perspectiva de la literatura y de otras ignominiosas entelequias.

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