Yo he postulado siempre el valor de la ambigüedad literaria; también, el de la pluri-significación literaria. Lo he postulado hasta el extremo de rehusar aquellos textos que no hacían acopio de esa premisa o cualidad. Literatura y filosofía debían permanecer próximas la una a la otra. Filosofía, no; mejor diré: metafísica. De ahí el valor del carácter ambiguo y pluri-significativo que refiero aquí y ahora. Yo no me ponía en la siguiente coyuntura: que pueda existir un exceso de ambigüedad (de posibles interpretaciones) en la obra literaria de que se trate. La clave radica en el término: <<exceso>>. Cada escuela literaria interpretará de un modo u otro una novela, un cuento, un poema (¡pero esto es harina de otro costal!). Yo hablo, aquí, del lector particularísimo; no de una u otra escuela. Yo hablo, aquí, del lector inigualable (no hay dos lectores iguales por la sencilla razón de que, todavía, la clonación humana <<no digital>> es una utopía) o tanto monta: aquél que trasciende su época. Quizá esté yendo demasiado lejos ahora; no es ese, en absoluto, mi propósito. Bajaré uno o dos pistones.
Hablaba yo de la ambigüedad y pluri-significación literarias y de (llegado el caso) un uso excesivo de las mismas. Quien tiene que modularlo (el uso excesivo o no), pensará la inmensa mayoría, es el autor. Y yo digo: Sí y no. Me explicaré un punto: el autor consciente de su obra, sin duda, lo modulará; el inconsciente, no. Y lo más probable es que la mayor parte de autores no sea del todo consciente de la obra que está pergeñando (o que ha pergeñado). Será el crítico, el estudioso de la misma, quien más se aproxime quizá a esa totalidad total. El riesgo, pues, es absoluto. Cabe la posibilidad real de que el autor se extralimite en el uso de la ambigüedad; a veces, incluso, sin conciencia plena de que se está extralimitando. Gajes del oficio de las letras libres.
Un tipo de autor escapa indemne de ese horror: el documentalista, sesudo, obsesivo y reacio a la imaginación y a la fantasía. Un autor, éste, que camina el camino de la literatura con una brújula en la mano. Ejemplo: Arturo Pérez Reverte. Otro: Rosa Montero. Otro más: Lorenzo Silva. No digo que estos autores no hagan uso de la ambigüedad y de la pluri-significación literarias en sus obras. Digo: que no suelen hacer un uso excesivo de ellas. Si lo hicieran (un uso excesivo de la ambigüedad y la pluri-significación) sus obras, casi todas novelas comerciales, quedarían en el limbo de las baldas de las estanterías olvidadas de los almacenes olvidados de las librerías lucrativas…
El caso de Henry James llama vigorosamente la atención. Escribió, éste, uno de los textos más ambiguos (o sujetos a múltiples interpretaciones. Sí: múltiples…) de la literatura moderna: Otra vuelta de tuerca. Mi tesis es: para escribir algo así hay que ser depositario de una imaginación calenturienta en tanto se recorre el <<sendero bifurcado>> de la literatura sin una brújula en la mano. Luego, a posteriori, llegarán las correcciones… No diré yo lo contrario… Pero, a priori, comandan el cotarro escritural la imaginación y un sexto sentido que nada (o muy poco) tiene que ver con el menos común de los sentidos. Silva, Montero y Reverte acaparan demasiado sentido común en sus obras. Aburren.
James, como escritor, fue desemejante al resto. En Otra vuelta de tuerca puede leerse: <<El momento se prolongó tanto que se hubiera necesitado muy poco más para que yo empezara a dudar de si “estaba” viva>>. Además de: <<(…) Sentí un extraordinario estremecimiento ante la sensación de que era yo la intrusa>>. Y más adelante: <<Seguimos en silencio mientras la doncella estaba con nosotros, tan en silencio, se me ocurrió caprichosamente, como el de una pareja joven que, en su viaje de novios, en el hotel, se siente cohibidos en presencia del camarero>>; o: <<Habló con una alegría a través de la cual pude captar el más exquisito estremecimiento de pasión resentida>>; o: <<Hacerlo de cualquier forma era un acto de violencia, porque, ¿qué otra cosa podía ser sino imponer por la fuerza la idea de torpeza y de culpa en una pequeña criatura indefensa que había sido para mí una revelación de las posibilidades de una hermosa amistad?>>.
Los cinco parlamentos arriba copiados los ejecuta la narradora protagonista, una institutriz, y se desarrollan en el contexto de su labor como institutriz. <<Dudar de si “estaba” viva>>, <<La sensación de que era yo la intrusa>>, <<Pareja joven>>, <<Pasión resentida>>, <<Hermosa amistad>>… Todo esto da que pensar. Y mucho.
Escama (bastante) que Borges sólo entreviese tres posibles interpretaciones de Otra vuelta de tuerca: <<The Turn of the Screw (Otra vuelta de tuerca), es deliberadamente ambiguo y está lleno de horror sutil; ha suscitado tres interpretaciones, todas justificadas por el texto>> (Introducción a la literatura norteamericana. Alianza Editorial. Madrid, 1999. Pág., 77). Las tres, sin duda, mejores posibles interpretaciones. Con esto último, paciente lector, me avendré.
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