lunes, 28 de abril de 2025

475/ Solitario solidario

<<Muerte>> y <<belleza>>, en pleno Romanticismo, iban de la mano. El Modernismo aunó ambos términos (ambas realidades). Un ejemplo claro de esto puede verse en los poemas de Juan Ramón dedicados a su sobrina María Pepa, <<Muerta en la Tierra>> y <<viva (…) en el cielo de Moguer>>, encastillados en Historias (edición de Rocío Fernández Berrocal). Ahí, como digo, puede comprobar el lector cómo belleza y muerte (o simplemente la muerte hermoseada por el lirismo juanramoniano. O bien la belleza moribunda, porque nunca ella muere…) crean entre sí una sinergia difícil de explicar para neófitos poéticos. Basta echar un vistazo al poema siguiente (nota: no hago la corte al poeta, movido por el uso de <<j>> donde debe ir <<g>>, y nunca se la haré):


          Yo la tuve cogida por la mano,

     mucho tiempo después de haberse muerto,

     por si podía (yo)

     ayudarla a pasar por el misterio.


          Después, hubo un instante

     en que sentí pararse algo, dentro

     de no sé qué –¿de ella, de mí?–;

     y le dejé su mano

     sobre su pecho,

     ya en el lugar seguro toda

     la levedad del vivo jazminero.


     Juzgo el término que cierra el poema (<<jazminero>>) magistral; el adjetivo que le precede, fenomenal. María Pepa resucita en el poeta, que muere en ella, en olor de jazmín…

     Juan Ramón Jiménez, más puro que nunca, sumido en la pura tristeza. Pero no cualquier tristeza. Más una esperanzada: la de ayudar a María Pepa a pasar por el <<misterio>>. ¿Cabe mayor solidaridad? La respuesta, sencillamente, es: <<No>>.

martes, 8 de abril de 2025

474/ "Marinas de ensueño"

Confesaré algo: la re-lectura de un libro no es (por decirlo así) plato de <<ordinario>> gusto para mí. No es lo acostumbrado. La re-lectura de un libro de poemas, diré ahora,  deja un regusto agradable en mi paladar lector. La re-lectura de una novela, desde luego, se le vuelve acibarada a éste. Pero iré sin dilación al caso que nos ocupa: un poemario sustancioso de Juan Ramón Jiménez; su título: Historias; fecha de primera lectura: año 18. En el 25 lo releo, sí, con verdadero gusto; pretexto: la excepcional musicalidad de los versos juanramonianos, muchos de ellos pertenecientes a la primera época del poeta (la <<sensitiva>>). Un concierto sinfónico, por ejemplo, lo hallamos en la sección <<Otras marinas de ensueño>>. Ahí podrá comprobarse lo que mal que bien sostengo en este improvisado post. 

     Botón de muestra:


     Al fondo de la calle de lluvia, sola y pobre,

     como un jardín se inflama un ocaso vehemente;

     los muros son astrosos, los cristales, de cobre;

     se dijera que todo se va a acabar, que el poniente

     es un fin verdadero…


     Huele a brea y a lama,

     casi en seco, los pobres barcos están doblados…

     Un arroyo de sangre parece que derrama

     todavía no sé qué ríos agotados…


     ¿A dónde ir? ¿En dónde estar? ¿Hay alegría

     en parte alguna? ¿Es verdad que hay aurora?

     Todo el color del mundo es esta marina de ele(j)ía,

     la risa, esta agua sucia y sangrienta que llora…


    

     Otro botón de muestra, esta vez, alegre: 


     ¡Oh, tarde clara, pura, suave, melodiosa!

     En los cristales se refleja la marina…

     todo es de un oro suave, de un melodioso rosa…

     Se dijera de agua la brisa vespertina…


     El aire trae y lleva la alegría del puerto…

     todo es tranquilo: el trabajo, la risa, la sirena…

     El mismo hogar alegre, de par en par abierto,

     parece que se va, por una mar serena…


     Como sin fuera absurda la nostal(j)ia se olvida

     está aquí lo solado, lo cierto, lo bendito…

     qué gracia de colores, está nueva la vida…

     en el ocaso má(j)ico se muestra lo infinito…

   


     Siete años, como siete días, han transcurrido entre la primera lectura y la no menos primera re-lectura de Historias. Siete <<diminutas enormidades>>. Siete abismos líricos sin lírica (por decirlo al modo jeroglífico). No hay jeroglífico que valga: cada vez está menos presente la lírica entre nuestros líricos. Esto, paciente lector, es todo lo que hay. 

     Hoy el ojo y el oído (los míos) tejen su red de significados abstractos de manera más eficiente que siete primaveras antes. La melancolía ha sido, por fin, trascendida; como la nostalgia. Ergo: la lectura sosegada, sensitiva (auditiva y visual), ha acabado imponiéndose definitivamente a esa otra lectura racional que echaba humo cada vez que mis ojos se topaban con una de estas <<marinas de ensueño>>… Y qué belleza, y qué aburrimiento, y qué fantástico aburrimiento… Leyendo estas marinas se aburre uno con delicadeza: la única manera legitima, me parece, de aburrirse el lector. Y que nadie confunda delicado aburrimiento con bajeza o mediocridad artísticas. ¡Nada que ver! Juan Ramón Jiménez es (fue. Será) el mejor poeta de la historia de la literatura de todos los tiempos. Repito: ¡De todos los tiempos! É, incontestablemente, cosí.              

miércoles, 2 de abril de 2025

473/ Sólo Moguer...

La última entrega en forma de aliento poético que hizo a la humanidad Juan Ramón Jiménez fue Moguer. Moguer: librito de versos y prosas, no pueblo, no patria chica del poeta; pero, también, Moguer patria chica del poeta y pueblo y todo lo imaginable del corazón del hombre. Un libro que es pueblo que, a su vez, es libro. ¡Cuántas horas y días y semanas y meses y años no pasaría yo en Moguer pueblo…! Valga la especificación: cuatro ensoñados años. Más concretamente: los de la Secundaria y el Bachillerato. Cuatro ensoñados años de compañerismo puro y de amistad enseñoreada de la alegría individual y, por supuesto, de conjunto. Como el poeta, cuando me asomaba a la azotea de mi piso de San Juan del Puerto, veía lo que él veía cuando a la suya se encaramaba. Escribe el Nobel: <<Veía por encima de las casas de enfrente la Rábida embozada en pinares verdeoscuros y el mar espadeando entre ellos; Huelva con sus cabezos granas, sus vapores y sus muelles negros; los montes suaves, perlas, de la sierra de Aracena, lejos, por encima de las marismas inmensas; San Juan del Puerto, largo, con su estación del tren entre los eucaliptos; Beas chiquito, Lucena tapado, Bonares después, casi Niebla (…)>> (op.cit. Fundación JRJ. Huelva, 1982. Pág., 196).

     Todos y cada uno de los enclaves mencionados por Juan Ramón en el poema en prosa titulado Granadilla, tú… tuve yo el buen tino de pisar con mis pies de plomo. Repito: todos. Con mis pies de plomo de adolescente casi onubense e inigualable y pleno de sol de abril de Sevilla la llana. Remembranzas, sí… Memoria de un adolescente soñador y enamoradizo, como lo fue el poeta, respirador absoluto de un aire oloroso a marisma y a celulosa acentuadas… Y el azahar al fondo, a unos ochenta o noventa kilómetros de allí, donde se erige Sevilla embellecida (esplendorosa).

     Compartí con Juan Ramón atmósfera espiritual, sensual, quinceañera y resplandeciente. Él recaló, luego, en Hispalis (como yo. Apostillaré, ahora, algo: yo salí <<de>> y recalé <<en>> Hispalis. Aquí acaban nuestros paralelismos). Más tarde, el poeta arribó a Madrid, ciudad literaria entre las ciudades literarias; sólo Buenos Aires se le arrima un ápice. A veces pienso que Juan Ramón escribió todos sus versos para que los leyese un servidor de (casi) nadie; y, esto, sólo. Tal es la fusión <<mágica>> que experimento con la obra del <<Andaluz Universal>>. Me ocurre lo mismo con Federico y la suya (su obra); no así con Rafael y la suya (más marinero, éste, que hortelano); Miguel Hernández era, creo, el verdadero hortelano; con todo y que la obra del poeta del Puerto de Santamaría la juzgo sublime. El último en discordia sería Antonio Machado (con él comparto <<recuerdos de un patio de Sevilla...>>. Eso es todo. No es baladí).

     Moguer libro ha supuesto para mí un nuevo (y gozoso) encadenamiento a la obra sin par de Juan Ramón. O, por mejor decir, un recordatorio sentimental y espiritual ha supuesto para mí leer la obrita con alas (pero desprovista de pico torvo) Moguer. Más en esta época del año (<<Abril, sin tu asistencia clara, fuera/ invierno de caídos esplendores…>>) en que visito regularmente el campo por circunstancias que no vienen a cuento. Situarse en pleno campo uno y no representársele mentalmente la lectura juanramoniana de rigor, de hace un rato, resulta poco menos que imposible. Un calorcillo visceral recorre, entonces, el fuero interno del lector… Es como si la habitual melancolía juanramoniana fuese subsumida por la no menos habitual, y juanramoniana, belleza. Sólo por esto habrá merecido la pena leer Moguer o cualquier otro título del <<Andaluz Universal>>; ése a quien tanto gustaban las minorías… Reténgase, un momento, bien en la memoria esto: campo, silencio, soledad lírica...


     ¡Moguer!