Confesaré algo: la re-lectura de un libro no es (por decirlo así) plato de <<ordinario>> gusto para mí. No es lo acostumbrado. La re-lectura de un libro de poemas, diré ahora, deja un regusto agradable en mi paladar lector. La re-lectura de una novela, desde luego, se le vuelve acibarada a éste. Pero iré sin dilación al caso que nos ocupa: un poemario sustancioso de Juan Ramón Jiménez; su título: Historias; fecha de primera lectura: año 18. En el 25 lo releo, sí, con verdadero gusto; pretexto: la excepcional musicalidad de los versos juanramonianos, muchos de ellos pertenecientes a la primera época del poeta (la <<sensitiva>>). Un concierto sinfónico, por ejemplo, lo hallamos en la sección <<Otras marinas de ensueño>>. Ahí podrá comprobarse lo que mal que bien sostengo en este improvisado post.
Botón de muestra:
Al fondo de la calle de lluvia, sola y pobre,
como un jardín se inflama un ocaso vehemente;
los muros son astrosos, los cristales, de cobre;
se dijera que todo se va a acabar, que el poniente
es un fin verdadero…
Huele a brea y a lama,
casi en seco, los pobres barcos están doblados…
Un arroyo de sangre parece que derrama
todavía no sé qué ríos agotados…
¿A dónde ir? ¿En dónde estar? ¿Hay alegría
en parte alguna? ¿Es verdad que hay aurora?
Todo el color del mundo es esta marina de ele(j)ía,
la risa, esta agua sucia y sangrienta que llora…
Otro botón de muestra, esta vez, alegre:
¡Oh, tarde clara, pura, suave, melodiosa!
En los cristales se refleja la marina…
todo es de un oro suave, de un melodioso rosa…
Se dijera de agua la brisa vespertina…
El aire trae y lleva la alegría del puerto…
todo es tranquilo: el trabajo, la risa, la sirena…
El mismo hogar alegre, de par en par abierto,
parece que se va, por una mar serena…
Como sin fuera absurda la nostal(j)ia se olvida
está aquí lo solado, lo cierto, lo bendito…
qué gracia de colores, está nueva la vida…
en el ocaso má(j)ico se muestra lo infinito…
Siete años, como siete días, han transcurrido entre la primera lectura y la no menos primera re-lectura de Historias. Siete <<diminutas enormidades>>. Siete abismos líricos sin lírica (por decirlo al modo jeroglífico). No hay jeroglífico que valga: cada vez está menos presente la lírica entre nuestros líricos. Esto, paciente lector, es todo lo que hay.
Hoy el ojo y el oído (los míos) tejen su red de significados abstractos de manera más eficiente que siete primaveras antes. La melancolía ha sido, por fin, trascendida; como la nostalgia. Ergo: la lectura sosegada, sensitiva (auditiva y visual), ha acabado imponiéndose definitivamente a esa otra lectura racional que echaba humo cada vez que mis ojos se topaban con una de estas <<marinas de ensueño>>… Y qué belleza, y qué aburrimiento, y qué fantástico aburrimiento… Leyendo estas marinas se aburre uno con delicadeza: la única manera legitima, me parece, de aburrirse el lector. Y que nadie confunda delicado aburrimiento con bajeza o mediocridad artísticas. ¡Nada que ver! Juan Ramón Jiménez es (fue. Será) el mejor poeta de la historia de la literatura de todos los tiempos. Repito: ¡De todos los tiempos! É, incontestablemente, cosí.
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