Hoy, no por casualidad sino por continuidad (releo Idilios, de JRJ, poemario en que las composiciones se suceden unas a otras respetando un inamovible orden; por qué será), me he topado con estos versos:
No te he tenido más en mí,
que el río tiene al árbol de la orilla;
yo, pasando, me estaba siempre en tu alma;
tú, estando en mi alma siempre, nunca te venías…
Bastaba un cielo vago, un pobre viento,
para que desaparecieras de mi vida.
Mejor diré: he vuelto a toparme con… <<La Chica de la Perla>>. Con sus ojos marinos. Con su cabello de sol. Con su piel de luna. Con su olor a hembra joven… Pero no iré por ahí… Quiero, más deseo, dejar constancia ahora y aquí del valor de anclaje (psíquico) que posee la poesía; sobre todo, la de carácter erótico y amoroso. Bastan dos versos, ¡sólo dos versos!, para que en nuestra mente (¡en la mía!) se desate toda una cascada de recuerdos. Recuerdos que no tienen porqué sustentarse en lo erótico (en lo amoroso) sino que, por el contrario, cabrían en lo superficial o epidérmico. Quiere decirse: el lector (un servidor de casi nadie. ¡Yo!) se ve a sí mismo leyendo los versos que acaba de leer ahora, veinte años atrás. Ve, además, el espacio copado por la tarea de leerlos. Y la luz blanquecina de la tarde tornasolada en que los leyó. Y el presentir de los pájaros que, más allá de la ventana de su cuarto, gritan desesperados por la venida de la primavera… Sí, el lector (¡yo!; un servidor, ya, de nadie) los leyó en primavera… Y todo ello, como digo, tras toparse con los dos primeros versos: <<No te he tenido más en mí,/ que el río tiene al árbol de la orilla>>.
<<La chica de la perla>> no tuvo al lector (¡a mí!) más en sí que <<el río tiene al árbol de la orilla>>. Esto es un hecho. Pero el lector (¡yo!) tampoco la tuvo a ella, es más: el <<viento pobre>> de la incomprensión y el <<cielo vago>> de la depresión anímica impidieron que la fusión de almas se produjera. Esto es, por malaventura, otro hecho. Mejor no meneallo.
Siempre <<La chica de la perla>> estará, sin embargo, en el espíritu memorístico del lector (¡en el mío!). Y esto, otro hecho incontrovertible, basta para singlar el mar del amor frustrado leyendo a JRJ como si no hubiese un mañana. Se llama (lo dije antes) <<anclaje psíquico>> de la poesía. Y debemos aprender, todos, a convivir con ello. No es, ¡voto a bríos (ay)!, fácil.