jueves, 9 de octubre de 2025

492/ Presagios y cegueras

A Agostina Lute, 

ser de luz.


Borges dejó escrito cinco presagios en el libro El tamaño de mi esperanza (1926). Lorca hizo lo propio, pero dejando uno sólo (¡y qué uno, ay!), en el libro Poeta en Nueva York (1930). El de Lorca se encastilla en una de las mejores composiciones de la obra mentada, y es:


     FÁBULA Y RUEDA DE LOS TRES AMIGOS


     Cuando se hundieron las formas puras
     bajo el cri cri de las margaritas,
     comprendí que me habían asesinado.
     Recorrieron los cafés y los cementerios y las iglesias,
     abrieron los toneles y los armarios,
     destrozaron tres esqueletos para arrancar sus dientes de oro.
     Ya no me encontraron.
     ¿No me encontraron?
     No. No me encontraron.
     Pero se supo que la sexta luna huyó torrente arriba,
     y que el mar recordó ¡de pronto!
     los nombres de todos sus ahogados.


     ¿No lo encontraron? No, no lo encontraron. Y no, en el Barranco de Víznar no está, ¡no está! Ay.

     Los cinco presagios de Borges son:

     Uno. <<Quiero elogiar enteramente también su prosopopeya al organito, composición que Oyuela considera su mejor página, y que yo juzgo hecha de perfección. [Borges, a continuación, copia unos versos del poema Has vuelto, de Evaristo Carriego]: 


     El ciego te espera

     las más de las noches sentado

     a la puerta. Calla y escucha. Borrosas memorias de cosas lejanas

     evoca en silencio, de cosas

     de cuando sus ojos tenían mañanas,

     de cuando era joven la novia ¡quién sabe!


     [Continúa Borges:] El alma de la estrofa trascrita no está en el renglón final; está en el penúltimo, y sospecho que Carriego la ubicó allí para no ser enfático. En otra composición anterior intitulada El alma del suburbio ya había esquiciado el mismo sujeto, y es hermoso comparar su traza primeriza (cuadro realista hecho de observaciones minúsculas) con la definitiva, grave y enternecida fiesta donde convoca los símbolos predilectos de su arte: la costurerita que dio aquel mal paso, la luna, el ciego>> (op. cit., pág., 23).

     ¡El ciego te espera! Y, en efecto, lo esperaba…

     Dos. <<Un puñadito de gramatiquerías claro está que no basta para engendrar vocablos que alcancen vida de inmortalidad en las mentes. Lo que persigo es despertarle a cada escritor la conciencia de que el idioma apenas si está bosquejado y de que es gloria y deber suyo (nuestro y de todos) el multiplicarlo y variarlo. Toda consciente generación literaria lo ha comprendido así>> (op.cit., pág., 25).

     El vocablo <<borgiano>> enriqueció el diccionario. Más nada que añadir.  

     Tres. <<(…) la sumisa rectitud de un bastón ofreciéndose a nuestros dedos>> (op.cit., pág., 28).

     Pensar, hoy, en la figura de Borges desprovista de un bastón no es hacedero…

     Cuatro. <<El adagio “Más sabe el loco en su casa que el cuerdo en la ajena” ha sido aligerado en “Más sabe el ciego en su casa que el tuerto en la ajena”>> (op.cit., pág., 47).

     Sobran, de nuevo, comentarios.

     Y cinco: <<Y usté Adelina, con esa gracia tutelar que es bien suya, déme el chambergo y el bastón, que me voy>> (op.cit., pág., 52).

     Siguen sobrando, una vez más, comentarios.

     También dejó, ahí, Borges un azar (citando a Oliverio Girondo. Op.cit., pág., 57): <<El cantaor tartamudea una copla que lo desinfla nueve kilos>>. 

     La primera figura de las letras universales tartamudeaba o, como decía él mismo, <<tartajeaba>>.

     Y, como no podía ser de otro modo (tratándose de quien se trata), por el final del libro nos asalta a mano armada la palabra: <<Profecía>>. Lo hace en referencia a la <<epopeya del compadraje>> que podría ser escrita en las décimas que inventó el andaluz Vicente Espinel; sea como sea, ahí queda, reina absoluta del baile, la palabra… ¡profecía!

     Y para rizar el rizo, solo una cosa más: no fue capaz Borges de vislumbrar, de prever, lo que estaba por venir en el ámbito de Buenos Aires: <<Pero Buenos Aires, pese a los dos millones de destinos individuales que lo abarrotan, permanecerá desierto y sin voz, mientras algún símbolo no lo pueble>> (op.cit., pág., 86).

     Él sería el símbolo.

     Y más adelante: <<La provincia sí está poblada: allí están Santos Vega y el gaucho Cruz y Martín Fierro, posibilidades de dioses. La ciudad sigue a la espera de una poetización>> (op.cit., págs., 86-87). 

     La poetización había corrido a su cargo, el año 1923, con <<Fervor de Buenos Aires>>.

     Pero sí lo fue (capaz de prever, de vislumbrar…) en lo relativo a la literatura:

     <<Este es mi postulado: toda literatura es autobiográfica, finalmente. Todo es poético en cuanto nos confiesa un destino, en cuanto nos da una vislumbre de él>> (op.cit., pág., 88).

     Hasta aquí los presagios, el azar y la no previsión de Borges.  

     

     Addenda: Quizá la teoría que reza: <<El escritor deja en su obra un vislumbre de lo que será su vida mañana>> no devenga, en absoluto, descabellada. Quizá el escritor cincele su porvenir como nadie; es decir: a la medida de su imaginería. Quizá (…¿y ojalá?).

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