viernes, 5 de julio de 2013

76/ Un bodrio

Litografía Rosés, S. A., sita en: “Progrés. 54-60. Polígono La Post. Gavà (Barcelona)”. Taller que abonó el hecho. Probablemente en 2000. Taller cómplice del bodrio. Probablemente involuntario. Devengo incapaz de ministrar credibilidad a J. J. Benítez. Lo procuro. Yo no sé, ya, cuánto. No lo logro. En su Al fin libre ese descreimiento es azuzado por voquibles cristalinos. Acá mi objeción: ¿No aspiran los voquibles (esos voquibles) a significar una realidad inaccesible? Solo la poesía posee potestad connotativa de lo ignoto. Juzgo (mal que me pese) falaz al plumilla pamplonica. Adular a la pálida dama es recurso soldadesco y, por ende, cuartelario. O mejor: Legionario. De legionarios en eterna imaginaria. Refiero el pavor propio (no ajeno) a la de la guadaña. Una que otra dubitación me corroe: ¿Por qué las teorías sobre el Más Allá pecan de halagüeñas? ¿Por qué exhuman paz y gloria en vez de turbación y desgarro? ¿Por qué no la Nada a secas? ¿Por qué la libertad se tizna, en tales teorías, con el hollín de la consciencia? ¿Por qué con el de la sensibilidad? Conste que no anhelo lo antagónico: Inconsciencia e insensibilidad. Aunque después de fenecido dé lo mismo, fabulo, cuatro que ochenta o que mil. Las tendencias (las modas) producen en mí recelo. Engroso el nomenclátor de los que acuden a la ópera en chándal. Vale: Categóricamente falso. O no. Me arrogo, por si las moscas de Machado, el derecho a la contradicción. A perpetuidad gusté de procurarme topetazos contra el cristal del mundo.

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