viernes, 19 de julio de 2013

77/ "Eaminiñoea"...

Descifrar la obra de quien sobrevivió leyendo se torna recordatorio. ¿De qué? De lo imprescindible que resulta la literatura para vivir. O para soñar e indagar lo incognoscible. Hoy he acabado mi lectura de Mortal y rosa: diario íntimo de Paco Umbral (o elegía a su hijo “Pincho”). En la pág. 67 (Austral. Barcelona, 2011) se lee: “Los ojos pastan en el libro y a veces (…) se quedan dentro, (…) sin ver el mundo”.

     Descifrar la obra de quien sobrevivió escribiendo se torna corroboración. ¿De qué? Del carácter afirmante que posee la literatura en el alma del escritor. Afirmante y reforzador del ser. Contrariamente (si no escribiera; si no leyera) el autor se desmoronaría como casa en ruinas (no apuntalada). El descalabro sobrevino a Umbral (apuntalada el alma…) por el óbito del chiquillo. En la pág. 70 (op.cit.) se lee: “Niño mío, hijo, fruta fugaz, (…) estoy aquí, en el desorden de tu ausencia, entre los colores, animales, objetos, hierros, ruedas y seres de tu mundo, tan muertos sin ti (…)”. 

     Descifrar la obra de quien sobrevive adolorido se torna lección. ¿De qué? De vida, de esfuerzo, de oficio: el de la literatura. Afilo el rictus. Aligero el gesto… 

     Concluyo: el árbol de la vida da frutos para la infelicidad del Hombre (inclusive los pírricos o en agraz). Lo que de reflexiva tiene Mortal y rosa, superado es por el amor (irreflexivo) al hijo. El acabose de un retoño por enfermedad deviene contra natura. En tal dislate, como enuncia Umbral, <<la vida se suicida a sí misma>>. <<Pincho>>: ya estás, por fin, con papá.

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