lunes, 23 de junio de 2014

148/ Mi gratitud para con J.P.O.

Me he dado de bruces con un contemporáneo cuya poesía acaricia y achispa mis oídos y mis ojitos respectivamente: José Pérez Olivares. Nació el poeta en Santiago de Cuba. De un tiempo a esta parte (ignoro el motivo) reside en Sevilla. Tiene 65 años. Atesora madurez y contra-pos-modernismo en cada uno de sus versos. Lo segundo me regocija más. Cuando leo poesía no pos-moderna (de quien vive y colea) brinco por toda la casa. Y canto felicísimo. Y sueño alborozado. Harto de amores líricos y de sexo no menos lírico me hallo. O lo que tanto monta: harto de abstracciones vacuas. ¡Siempre con la misma cantinela estos pos-modernos! ¿Por qué no querrán (¿o no sabrán?) esclarecer sus poemas? ¿Viven en la superficialidad de la inspiración? O, ¿en la inopia del verso? A la mano zurda (de mi Pérez Olivares) contradice lo apuntado. Crudamente transporta al abismo del dolor un poema suyo. Carece éste de metáforas sin agudeza e imaginaciones de dudoso ingenio propias de espíritus pos-modernos. Es el penúltimo de la serie. Se titula: Los niños de la estación Leningradsky. Permítaseme una apostilla: la mentada composición no toca sino roza la sexta cuerda de la política y no roza sino toca el bordón del humanismo y de la humanidad entera. ¡Quién supiera afinar esa guitarra! El autor dedica la composición de marras a los pequeños Roma, Misha, Yula y los demás. Fin de la apostilla. Helo aquí ya el poema: “Los niños de la estación Leningradsky/ también perdieron la guerra./ Mas no como soldados,/ sino como niños/ que un día descubren el horror./ Ellos no conocen más guerra que la de cada día/ –una en la que no hay obuses ni cañones,/ campos minados ni metralla–./ Pero nada recuerda tanto una guerra/ como sobrevivir,/ y nadie se parece tanto a un francotirador/ como una criatura con hambre./ Siento piedad por los niños de la estación Leningradsky,/ por esos cuerpos sucios, esas ropas raídas,/ esos ojos que dan la impresión de no entender./ Siento piedad por Misha, abandonado/ en su orfanato,/ por Roma, cuyos padres bebían y lo azotaban./ Y por Yula, violada en la flor de sus doce años./ Siento piedad por los hombres y mujeres de Rusia,/ noble y bárbaro país/ de popes y mujiks, de Solschenitzin y zares./ En el rostro de sus niños/ –los niños de la estación Leningradsky–/ puede leerse la historia/ (la de todas las guerras perdidas)./ Ellos llevan en la frente la sombra del CULAG/ y la sonrisa de Stalin./ Llevan la herida del vodka y la mirada de acero/ del KGB./ Yo siento piedad por los niños de la estación Leningradsky,/ llena de turistas,/ de policías que odian,/ de trenes que se hunden en los túneles/ como buscándole el alma a la noche.” Sin palabras. Pos-modernos del mundo: ¿Creéis que José Pérez Olivares sabría dilucidar esta composición? ¿La dilucidáis vosotros? Aplicaos el cuento y el mejunje (la moraleja) que de él se deriva por todo lo largo y ancho de vuestra alma. Y ahora (si os place) ponedme verde que te quiero verde y quedémonos todos contentos.    

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