A Ella. A ti.
Septiembre es La joven de la perla. La joven de la perla es septiembre. Siempre ha sido así. Y, por de pronto, seguirá siendo. Los poetas estamos de enhorabuena. Septiembre es nuestro mes. Con él llega la melancolía. Es decir: la nostalgia. Es decir: el recuerdo. Es decir: La joven de la perla. Ella acapara el recuerdo y la nostalgia y la melancolía ¿y? Y septiembre. Haciéndolo suyo. Estrangulándolo. Exprimiéndolo. El jugo que sale es melancolía. La joven de la perla no tiene los ojos azules de Ella ni el turbante que aduce figura su cabello de sol. Pero es Ella. Hay quien habla de las caras de Bélmez. Yo, de la cara de Vermeer: la de La joven de la perla. En sueños. Probablemente de otro modo no me sea posible ya. No digo que sea imposible. Digo que es improbable que la vea más allá de cómo la retuvo en su retina Vermeer. Septiembre se personaliza en La joven de la perla y la joven se vuelve septiembre con cada pincelada de Vermeer. Si Ella supiera que La joven de la perla es Ella... Que posee su efigie. Este es un post al mar. Acaso llegue (o no) a su destino. Que no es otro que Ella: La joven de la perla. Llegaría encapsulado. Tras el cristal líquido de la pantalla de su teléfono móvil o tableta o computador. Es indiferente. Todos los septiembres de mi vida serán (me recordarán a) La joven de la perla. La luz septembrina envolviéndola, cómo olvidar eso, y el olor septembrino en su cara redondita y en sus axilas embriagadoras. Ahora me arrugo. Miro al horizonte. Armo el brazo ejecutor y lanzo este post al mar. A un mar virtual. A ver si las olas del azar me secundan y La joven de la perla lo recoge. ¿Para qué? Para que sepa que su efigie permanece apuntalada (a machamartillo) en mi memoria, gracias a Veermer, lo que juzgo extraordinario. E inmensamente bello. Como, en efecto, es ella: La joven de la perla.