Savater, sabio distraído, a un servidor: “La sabiduría (…) vincula el conocimiento con las opciones vitales o valores que podemos elegir, intentando establecer cómo vivir mejor de acuerdo con lo que sabemos”. O sea: todo cuanto conlleve mi mala vida no es sabiduría. Tendríamos que saber saber. Como tendríamos que aprender a aprender. En función de lo que sabe, no de lo que conoce, el sabio elige correctamente. Hay que vivir... ¡Un momento!: ¿vivir o sobrevivir? Más lo segundo. El conocimiento (nunca a secas éste) en mitad de una floresta puede insuflarme hálito. A veces lo instrumental deviene crucial. Un ramaje provisto de púas posee atributos defensivos. Y no lo ha creado el conocimiento (no el humano). Chimpancés y gorilas sobreviven mejor que yo en un ambiente selvático-hostil. Ellos gozan de conocimiento. No de sabiduría. ¿O sí? Sostener la sabiduría de un chimpancé equivale a afirmar que el sabio comparte identidad con el bicho, casi humano, de marras. No soy tanto (sí tonto, a veces, de capirote), ni poco, ni único. Me figuro a un sabio (encaramado a un bejuco) emitiendo el alarido de Tarzán y no puedo por menos que sonreírme. Salvemos al salvaje. El niño que lo fue, salvaje, aprendió. ¡Salvémosle! Él nos salvó a nosotros.
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