Entre “lato” y “alegría” respira “laetitia”. Palabra latina, esta última, que designa “alegría” y origina “lato”. Lato: sentido que se da a las palabras sin que, en rigor, les corresponda. En ello abunda la poesía. No imagino un poema cuyas palabras se avengan con la literalidad. Y como la alegría (“laetitia”) es un sentido y además lato, y tanto o más poético que la tristeza (¡a ver si prestan oído algunos!), hubo un poeta triste que escribió sobre ella. Lo que tenía que decir, lo dijo, y muy bien, con estos versos: “Pegasos, lindos pegasos,/ caballitos de madera…// Yo conocí siendo niño,/ la alegría de dar vueltas/ sobre un corcel colorado,/ en una noche de fiesta.// En el aire polvoriento/ chispeaban las candelas,/ y la noche azul ardía/ toda sembrada de estrellas.// ¡Alegrías infantiles/ que cuestan una moneda/ de cobre, lindos pegasos,/ caballitos de madera!”. Ese poeta era Antonio Machado. ¿Qué niño no ha dado vueltas, en una noche de feria, sobre un caballito colorado? Hoy, el caballito de marras es otro y las vueltas marean un punto… Pero la alegría, aunque se vista de seda, alegría se queda (en un sentido conceptual). Machado diría: niña se queda. Poetas, por el amor de Krishnamurti, escribid sobre esa niña. La lleváis dentro.
jueves, 16 de abril de 2015
miércoles, 8 de abril de 2015
180/ En el nombre del viento...
A mis maestros queridos.
Hay una sensibilidad especial entre alumno y maestro (¿no es sensible, acaso, la educación?). José Antonio Marina llama “alumhijos” a sus alumnos. En Los secretos de la motivación. Yo no sé si habría que llegar a tanto. No hay que llegar a tanto. Tampoco quedarse cortos. Antiguamente el maestro era la viva encarnación de Satanás y el alumno un Ángel Custodio. Yo no sé si había que llegar a tanto. No había que llegarse a tanto. La educación es felicidad. Y libertad. Y paz. José González Torices (mi gratitud, José) ha escrito: “Yo te bendigo/ en el nombre del viento,/ por el nombre mío.// Si vives tu libertad,/ yo te bendigo./ Si en la guerra pones paz,/ yo te bendigo./ Si luchas para cantar,/ yo te bendigo./ Si tu guerra es para amar,/ yo te bendigo.// Te bendice tu maestro/ que ayer te enseñó a soñar”. Solo discrepo de lo último. Un maestro no enseña a soñar. Un maestro pone los medios para que el sueño se realice. Algunos medios. No todos. El remanente (casi la totalidad) de tan fantástico poema lo hago mío. Como mío hago a aquel maestro de la Lengua de la mariposas que tan maravillosamente encarnara Fernando Fernán Gómez. O aquel otro que pisó Baeza y escribió sobre moscas. Y otros (míos de verdad), que tanto y por tan poco me ayudaron a ser feliz: sor María Luísa, sor Isabel, Evaristo, Laura, Lisardo... La educación es felicidad. Es libertad. Es paz. Buda quiera que ningún niño tenga jamás que interrumpir su educación para ir a la escuela. Lo hizo (lo escribió) George Bernard Shaw. Yo le compadezco.
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