Entre “lato” y “alegría” respira “laetitia”. Palabra latina, esta última, que designa “alegría” y origina “lato”. Lato: sentido que se da a las palabras sin que, en rigor, les corresponda. En ello abunda la poesía. No imagino un poema cuyas palabras se avengan con la literalidad. Y como la alegría (“laetitia”) es un sentido y además lato, y tanto o más poético que la tristeza (¡a ver si prestan oído algunos!), hubo un poeta triste que escribió sobre ella. Lo que tenía que decir, lo dijo, y muy bien, con estos versos: “Pegasos, lindos pegasos,/ caballitos de madera…// Yo conocí siendo niño,/ la alegría de dar vueltas/ sobre un corcel colorado,/ en una noche de fiesta.// En el aire polvoriento/ chispeaban las candelas,/ y la noche azul ardía/ toda sembrada de estrellas.// ¡Alegrías infantiles/ que cuestan una moneda/ de cobre, lindos pegasos,/ caballitos de madera!”. Ese poeta era Antonio Machado. ¿Qué niño no ha dado vueltas, en una noche de feria, sobre un caballito colorado? Hoy, el caballito de marras es otro y las vueltas marean un punto… Pero la alegría, aunque se vista de seda, alegría se queda (en un sentido conceptual). Machado diría: niña se queda. Poetas, por el amor de Krishnamurti, escribid sobre esa niña. La lleváis dentro.
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