Estoy enfrascado en la lectura de Esos días azules, cuyo subtítulo reza: Memorias de un niño raro (Planeta), de Fernando Sánchez Dragó. En la página 403 me topo con lo que sigue:
“Todos los bípedos implumes (…) tenemos un cuádruple denominador común (…).
Somos cuerpo, articulaciones, músculos, materia, entropía, propiedades, anhelo de poder…
Somos corazón, sentimientos, afectos, apegos, risas, lágrimas, emociones, anhelo de compañía…
Somos sexo, concupiscencia, libido, energía, origen del mundo, explosión e implosión, anhelo de placer…
Y somos cabeza, inteligencia, reflexión, lógica, cálculo, memoria, anhelo de saber…”.
Sienta el autor que a estos cuatro factores habría que añadir un quinto (el de la vocación) para que el hombre llegue a ser persona. Yo no entraré en ese jardín.
Nota: Marina niega que exista la vocación. Allá cada cual…
Donde sí entro (y entraré a la mínima oportunidad) es en el intrincado laberinto del cuerpo y de la mente. Ciertamente lo es: intrincado. Pero también necesario para sentir uno, a fin de cuentas, que está vivo y aún colea. La disyuntiva entre lo que debo y quiero hacer constituye, a mi juicio, el quid de la existencia de toda criatura. Esto también lo dice Dragó unas cuantas páginas más adelante de la 403. Estoy de acuerdo. No puedo no estarlo. ¿Deber? ¿Querer? Mejor: poder. Debo (o no), quiero (o no. Aunque en este caso dudo sea verdad aquello de “no sé qué quiero” que muchos enuncian como una salmodia), puedo (o no. Otra materia de incertidumbre por mi parte, dado que aquel que piensa “no puedo” suele ser capaz, y si no hace aquello que puede hacer es porque no sabe que es capaz de hacerlo). No tiene cabida en mí la expresión “no puedo”. Y sí una que otra sustituta de ésta. Por ejemplo: “lo intentaré”, “no ha podido ser”, “puede que pueda o no pueda…”. Cualquiera de ellas, menos “no puedo”, que deviene tajante y sin opción a réplica.
Lo malo es que donde digo digo, digo Diego, y donde digo Diego digo digo: cuerpo, corazón, sexo y cabeza… Se sabe.
Yo me quedo con el sexo. Y con la cabeza. El corazón me hace sufrir. No lo quiero. El cuerpo… ¡Bah! El cuerpo lo cuido y él me lo agradece. Punto.
El resto es humo.
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