Un detalle de Góngora alabo por encima del resto: su afán por no imprimir. Lo sostiene Angelina Costa Palacios. Escribe ésta: “Sus obras circulaban proporcionándole fama y popularidad; pero no imprimía, ni dejaba imprimir apenas. Le interesaba solo escribir para pocos, y solo de esos aceptará con modestia la corrección y el consejo. Busca la perfección de la obra en sí, por eso retoca y pule. Los imperativos editoriales y el contexto que la rodeaban eran ajenos a sus intereses como escritor” (Cisne andaluz en forma peregrina: prólogo a una Antología poética no vendible de Luis de Góngora).
El verdadero escritor no quiere publicar. El verdadero escritor quiere escribir. Punto. Cuando, donde, como sea. Pero escribir. Lo demás (salvo leer) le trae sin cuidado. Creo que la literatura prosperaría mucho si cada escritor hiciera suya esta regla: escribir para uno y no para otro. O esta de aquí: escribir para la minoría.
Juan Ramón dedicó su Segunda Antología Poética “a la minoría siempre”. Así procedió don Luis de Góngora y Argote. Así deberíamos proceder todos. Pregunto: ¿Qué ocurriría si desaparecieran las editoriales? ¿Quedarían escritores? ¿O irían, todos, escopetados a otros menesteres? Más lo segundo. Con una corrección: no “todos” y sí “la mayoría”.