sábado, 1 de julio de 2017

269/ Oficio difícil

“Quiero reflexionar. ¿Pero sobre qué? Veamos… Sobre la vida. Poco original. ¡Da lo mismo! La vida (firmado: yo). Puedo reflexionar sobre la vida porque estoy vivo. Condición, ésta, indispensable para el propósito que me he impuesto. Un muerto no reflexiona. O sí. ¿Quién sabe? Dudar. Expresar. Sentir. Todo esto forma parte de la vida. Es una reflexión sobre la vida. Una cosa está clara: el individuo que siente o expresa o duda, para lograrlo, tiene que pretender dudar o sentir o expresar. ¡Ya no quiero seguir reflexionando! 
     ...Y despertó al tumbarse en la cama”.
     El escritor vive en un continuo estado onírico. Se cree dormido cuando está despierto y despierto cuando está dormido. ¿Pero a quién le interesa? ¿Y a quién contárselo? Fácil: a otros escritores. El resto de la humanidad no lo entendería. Mejor: no querría entenderlo. 
    Otra marca del oficio: la soledad. Dicen: “los escritores son solitarios sin remedio ni afán de rectificación”. Pregunto: ¿y por qué iban a rectificar? No. Solitario será el que lo sea y bien hará en regar (en cuidar) su soledad: terreno abonado con la semilla de la evolución interior. Geneviève Rodis-Lewis ha escrito: “(…) Descartes anheló pronto retornar a su soledad para mejor `progresar en la búsqueda de la verdad´". Descartes (¿alguien lo niega?) era escritor. 
     ¿Escribir acompañado? No. ¿Escribir solo? Sí. El “haraquiri” (símil de la escritura) es el acto individual e intransferible a que debe enfrentarse el escritor una y otra vez. ¡Cuidado!: si pretende escribir como Buda manda, si no, siempre puede rodearse de gentes y procurarse cosquillas en la barriga. ¿Y qué texto fabricará entonces? Habrá quien responda a esto: “al menos se reirá”. ¿Añadiré yo: “lo que ya es mucho”? Sencillamente no.    

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.