La frase arriba copiada a modo de título la leí por vez primera el año 2002. Fue en el libro El sendero de la mano izquierda (Fernando Sánchez Dragó. Planeta). Quedé deslumbrado. Quedé fascinado. Quedé anonadado. Por la cita y por el libro. Más por la cita.
Varias veces la fraccionamos y analizamos, al detalle, Alberto Pareja Campos y yo. Todo mientras nos empinábamos una jarra de tinto con limón o taza de café con mala leche en algún barucho de Sevilla (La `Isla de Baal´: Alfalfa. También en la Alameda de Hércules).
Qué tiempos…
Escribe Dragó en la mentada obra:
“Para empezar, y por si acaso, ríete de todo, porque nada importa nada.
(…)
(…) Lo dijo o lo escribió, con voz y pluma anónimas, un filósofo presocrático. ¡Bendito sea! (…)
Es frase, por cierto, que me sirve de constante (y lenitivo) norte y a la que recurro siempre en momentos de aflicción o tribulación. Lo juro: mano de santo”.
Muy bien.
Hoy, leyendo Historias (Juan Ramón Jiménez. Fundación José Manuel Lara), he vuelto a toparme con la frase. El poema en que aparece se titula Retorno crepuscular. La estrofa que a buen recaudo la pone es esta: “Del amor, cobijado en la fronda empolvada/ solo brillan los ojos; como pasa un aliento/ de infinito, y nada importa nada,/ el alma está desnuda, la carne es sentimiento…”.
Me atribuyo el subrayado.
Rocío Fernández Berrocal afirma (y confirma) que Juan Ramón Jiménez escribió Historias entre 1909 y 1912. Pregunto: ¿Tomaría Dragó la cita del filósofo presocrático o de Jiménez? ¿Y este? Otra pregunta: ¿Es que nadie ha pronunciado (o pensado) alguna vez la frase de rigor sin haberla leído (tampoco escuchado) antes? Aplico lo dicho a cualquier párrafo. O capítulo. O libro.
Ni un solo hombre juzgará disparatado pensar que otro de su especie, en algún tiempo y lugar, esté escribiendo (haya escrito. Escribirá) estas líneas que aquí y ahora escribo yo. ¿Inquietante? Pche. Uno está, ya, curado de espanto.