Rechazar una realidad adversa y optar por convertir esa realidad en un ideal. Transformar, luego, ese ideal en una realidad adversa. ¿Uroboros? No. Todo escritor es humano. Aunque existen, ya, novelas escritas por robots. Hay que decirlo. Todo humano no es escritor necesariamente. La obviedad viene a cuento. Los quisquillosos somos legión. El escritor piensa y siente distinto y distinto actúa o sobreactúa. Sus personajes hacen lo mismo.
Léase lo que sigue: “Pensó que tendría que adoptar medidas urgentes para sobrevivir, pero cuáles, comenzando por dónde, puesto que todo el mundo adoptaba máscaras, sonrisas, pieles de ovejas, y ni siquiera supo, de pronto, si Demetrio Paredes, el escultor, era su amigo, o si era otra versión, hipócrita, de su enemigo. Se le vino a la cabeza, entonces, la idea extraña de que la única persona en el mundo a quien podía recurrir era Gertrudis, la de carne y hueso, pero descartó esa idea de inmediato, con una sacudida brusca de la cabeza, como si se tratara de una insinuación demoníaca. Con la instalación de su réplica en el salón de música, Gertrudis Velasco, la de carne y hueso, había sido suprimida de la realidad. Ése, por lo menos, había sido el propósito del marqués de Villa Rica. Había procurado confinar la realidad en la reproducción en cera, y reducir el personaje vivo a la condición de fantasma. Pero ese fantasma, ahora que los demás lo habían dejado solo, empezaba a revolotear en su cerebro con inusitada fuerza, haciendo que crujieran las paredes y que volaran plumas por todos los rincones” (El museo de cera. Jorge Edwards). El subrayado es mío.
Un proceso paralelo al arriba expuesto...
Uno: perder la confianza en alguien. Dos: temer su deslealtad. Tres: sospecharla. Cuatro: corroborarla. Cinco: ahogar el resquemor producido por tal deslealtad en uno que otro texto “líquido”. Seis: renacer a modo de Fénix. Siete: hacer poesía con el mentado resquemor. Ocho: despejar las dudas suscitadas por el desleal (por la desleal). Nueve: hallar soledad en ello. Diez: hallar calma. Once: hallarse uno a sí mismo (a posteriori). Doce: perdonar la deslealtad. Trece: perdonar al desleal (a la desleal).
Fin del proceso.
La amistad no es el eje sobre que gira la trama en la novela de Edwards. Sino el amor. La amistad dinamiza el argumento. El amor lo agrava. Gravedad deslucida. También el humor (culto. La ironía) está y se le espera. Acaso las líneas que preceden sean irónicas. Acaso ni tuve amiga ni fui traicionado ni rechacé, idealizándolo, nada luego.
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