El 24 de abril de 1994 El País publicó el discurso de recepción del Premio Cervantes que escribiera un hombre drástico, sarcástico, encomiástico. Aquí las últimas líneas: “No puedo arrepentirme de haber visto pasar la vida entera con la pluma en la mano, yo ya no puedo dar marcha atrás por haberme pasado la vida escribiendo, tampoco quiero ni debo hacerlo y proclamo mi lealtad a mi oficio. Me reconforta pensar que la palabra tiene su mejor premio en sí misma, y doy gracias a Dios, también a los hombres, por no haberme querido mudo ni muerto”. La firma estampada pertenece a Camilo José Cela.
Vaya, ahora, una reflexión fugaz. El escritor se duele de haber vivido poco por escrito mucho de un modo excluyente. Esto le ocurre al de raza. Al vocacional. Al que desconoce cualquier forma de vida más allá de la metódica escritura. Al que no desperdicia la menor oportunidad para estampar en negro sobre blanco cualquier frase (o verso) por inoportuno (o no) que sea. En un folio. ¡Va! En un trozo de cartón. ¡Va! En una servilleta. ¡Va! Dónde da, un poco, lo mismo. La cosa (y el caso) es escribir. Qué no da, ni un poco, lo mismo. La cosa (y el caso) es escribir algo “que merezca la pena”. Traduzco el entrecomillado: digno de ser leído. El lector no querrá perder el tiempo.
Juzgo triste la verdad acuclillada en el inextinguible temor del escritor. A saber: que mientras escribe no vive (y viceversa). Opino que escribir podría equipararse a vivir dos o más veces. Yo no le atribuyo al tiempo un carácter pasajero. Vivir para escribir conlleva una carencia inevitable: vivir para (no) contarlo. Vivir libre. Vivir fuera de sí uno. En su extrarradio.
El escritor permanece ensimismado. Se trata de un ensimismamiento productivo. Los abstraídos no están libres de auto-reproches. Un botón de muestra: “debería salir y mezclarme con la gente”. Otro: “¿me volveré majara?”. Otro: “no sé si alegrarme de no necesitar ocio”. Hay escritores como cencerros (Panero). Los hay mundanos (Llamazares). Los hay distraídos con otros oficios (Savater. O Trueba). Su obra literaria es (será) breve. Uno que otro título sacará a relucir éxitos. Vale. Pregunto: ¿qué es recomendable: vivir poco y escribir mucho y bien o escribir menos y mal y vivir más? Téngase en cuenta que cantidad y calidad, hoy, traban.
Camilo José Cela logró ambas aspiraciones. Escribió mucho. Escribió bien. Todavía ironizó más y mejor. Que se duela (por lo bajini. A lo gallego...) de haber dedicado su vida a la escritura, negándolo, no sorprende. Yo le alabo el gusto. Yo, mal o bien que me pese, vivo para escribir.
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