A los niños
víctimas de una educación
tirana, racionalista,
sin sensibilidad ni cariño
ni consuelo adultos en general
y paternos en particular.
Ahora otra lista feliz...
A Yago ("Príncipe de Azulandia").
A Álvaro "grande" y Carla.
A Álvaro "chico" y Alejandro.
A Giulia.
Estoy en contra de la pedagogía del rigor. No me cansaré de elogiar el efecto del afecto en la educación infantil. Los seis primeros años de vida se me antojan cruciales. No menos los seis siguientes. Un niño educado con disciplina y en una jerarquía “castrense” o "cuasi-castrense" verá de por vida su vida castrada y vivirá a disgusto consigo y con los demás. Uno al que tratan con afecto y cuyo comportamiento es juzgado con relativa flexibilidad no se convertirá en carne de frustración cuando sea adulto (horrible término este: adulto. ¡Puagh!) porque sí y punto. Entre ambos nefastos e irreconciliables extremos salta, loca, la “adulancia”.
Ilumi (El otro sol). Ilumi (El otro sol), novela de Elías Hacha, autor poco conocido: nada posmoderno. Creo. Elías es (o fue. Lo desconozco) profesor de Secundaria en no sé qué instituto andaluz (no de la mujer. De ella y del hombre. Oh: ¿Habemus machismo?). He leído Ilumi (El otro sol) y quedado satisfecho y recomendado su lectura y re-lectura. El protagonista es inolvidable: un niño que cursa 5º o 6º de Primaria y sufre acoso escolar y, casi, al mismo tiempo sueña sueños lúcidos.
Alejandra Quintanal Fernández-Escandón refiere una frase ingeniosa que viene como anillo al dedo: “Leer cuentos da sueños”. Esta novela (este cuento) los da (sueños) literalmente. Los sueños de Iluminado (el protagonista) dan esta novela. Sueños afectados de realidad por medio del soñador que es bisagra entre esta y aquellos. Ilumi (El otro sol) es novela poética. Rectifico: algunos pasajes lo son (poéticos). Ilumi (El otro sol) es novela tierna. Rectifico: la mayoría de los pasajes lo son (tiernos). Ilumi (El otro sol) es novela bien escrita. Rectifico: una que otra frase (mejor: palabra. Mejor aún: “enganche” de palabras) podría revisarse un punto. No importa.
Ignoro quién es Elías Hacha. Elías: mi gratitud por haber escrito una novela breve de recomendable lectura para quienes quieran saber qué piensa y siente un niño nómada acosado por otros sedentarios que acaban amistándose con él.
Yo no sé qué cosa es el acoso. Nunca lo sufrí. A nadie acosé nunca. Llama mi atención la ignorancia rayana en inaptitud en que viven los padres del acosado. En vez de “inaptitud” (con pe) podríamos decir “inactitud” (con ce). A una u otra, conjeturo, llegan los adultos por la revirada senda de la adultez. La etapa más tonta del hombre. La negación insistente del espíritu salvaje y bonachón que todo ser humano tiene por haber sido, antes, niño. La meditación encumbrada al monte de la inocencia más extrema de cuantas hay. No paran mientes en entender al niño porque son inaptos (también ineptos) e incapaces de retomar de sus adentros el que ellos fueron. Este es el quid de la dramática cuestión. Adultos. ¡Bah!
Un pasaje memorable de Ilumi (El otro sol) es aquel en que el padre da rienda suelta a su pensamiento mientras contempla al hijo dormido sobre el catre. Alguien dijo: “La contemplación es la forma más elevada del amor”. O algo así. Yo lo apruebo de cabo a rabo. A menudo, estimo, se desvalorizan los sentimientos paternos. Un padre siente y padece. No es un robot. Un padre es hombre. Un hombre no es un robot. Los cortocircuitos que sufre (como la mujer. Tampoco ella es un robot) lo demuestran. No quiero meterme en berenjenales de género, aquí, innecesarios. Machismo y feminismo me aburren y escaman a partes iguales. Yo apuesto por el humanismo (filosofía y literatura anti-machista y anti-feminista. No es paradójico). Quizá por el humanitarismo (ética filosófica. Y/o literaria). Para ser humanista hay, primero, que poder pensar con libertad. Esto se logra leyendo, pero no la prensa, y rehusando ver TV y meditando en la postura del loto a media tarde y amando porque sí (porque me da la gana) al prójimo más prójimo de todos los prójimos que hay: mi igual (¿cometo delito obvio de machismo si no añado: “hombre o mujer”?). Sea: hombre o mujer.
El mentado pasaje es este: Ilumi… chiquillo… si tu supieras cuánto… pero es que tú… no paras, hijo mío… no paras ni un segundo… y a veces uno… en fin… no siempre se tiene la paciencia… el temple suficiente… yo no soy perfecto, ¿sabes?… que sea tu padre no significa que yo… y tú… es que no paras, chiquillo… ahora mismo, ahí, dormido… te miro y me parece que te sigues moviendo… con toda la cabeza mojada de sudor… esos pelos pegados a la frente… te miro y… en realidad, eres lo más precioso… lo más vivo que… hace un momento, cuando se acostó mamá, yo… bueno, leía una partitura en el salón… y de pronto… pensé en ti… me sentí mal… me sentí… culpable… ya ni veía las notas de la partitura… por eso estoy ahora aquí… velando tu sueño… no se me ocurrió otra cosa… y no puedo… no dejo de darle vueltas a la cabeza… ¿cuántas veces te he reñido hoy?… ¿cuántas han sido?… recién levantado, porque te hiciste el lavado del gato… después, te llamé vago porque no querías limpiarte las botas… te volví a gritar porque te enganchaste en el cable de mi radio cuando fuiste por fin a coger el cepillo… ya ves, todo por haberme perdido diez segundos de las noticias de la mañana… desayunando, también… derramaste el azúcar… untaste demasiada margarina a la tostada… te la tragaste a lo palomo, sin masticar… “¿Es que no te fijas, niño?”…, “¡Pero, niño!”, te repetía… como si esa palabra fuera una palabra maldita… casi como un insulto… ¡niño!… pero lo peor fue a mediodía… tu maestro que me llama… que te habías peleado con un compañero… y tú que apenas te explicas… y yo que vuelvo a reñirte sin dejar que te aclares… y más tarde, en el coche… con toda mi seriedad de adulto… tú ni siquiera te defendías ya… y para colmo, por la tarde… la madre del otro niño… y vuelta a empezar… hasta que te plantaste y te negaste a cenar… ¡dos veces estuve a punto de llevarte por la fuerza hasta la mesa!… y lo hubiera hecho si no es por mamá… sentí deseos de agarrarte por la oreja… de zamarrearte… es así, lo confieso… ¿ves lo que te digo?… no sé en qué me estoy convirtiendo… en qué me está convirtiendo esta costumbre de encontrarte siempre defectos… no es que yo no te quiera… es que espero demasiado de ti… demasiado… te miro con mis ojos de hombre y olvido que eres un niño… y aquí me tienes ahora… avergonzado… de poco sirve, ya lo sé… sin embargo, te prometo que mañana cambiarán las cosas… te lo prometo… no voy a olvidar tan fácilmente que eres un niño… viéndote ahora… aquí en tu catre… tengo la impresión de que eres un bebé todavía… hace un momento, tu madre te traía en brazos, con tu cabeza en su hombro, como tantas veces… he sido tan… injusto, hijo mío… ahora solo quisiera poder entrar en tus sueños… y ser allí tu amigo… tu verdadero amigo…
Y lo fue.
Fin de la historia.
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