Creo que G.G.M. es después de (o junto a) Borges el mejor escritor en lengua castellana de todos los tiempos. Superó a Cervantes y, de largo, a Fernando Sánchez Dragó. Fue mi primer maestro. Luego vendrían a influenciarme los libros del elevado del barrio de Salamanca y del bonaerense universal (en ellos sigo instalado). Conozco al dedillo la obra de ficción del cataquero. La periodística-ensayística, no. Un error imperdonable. De apoco lo enmendaré.
Juzgue el lector esta proeza:
“LA VOCACIÓN SIN DON Y EL DON SIN VOCACIÓN
Georges Bernanos, escritor católico francés, dijo: "Toda vocación es un llamado". El Diccionario de Autoridades, que fue el primero de la Real Academia en 1726, la definió como "la inspiración con que Dios llama a algún estado de perfección". Era, desde luego, una generalización a partir de las vocaciones religiosas. La aptitud, según el mismo diccionario, es "la habilidad y facilidad y modo para hacer alguna cosa". Dos siglos y medio después, el Diccionario de la Real Academia conserva estas definiciones con retoques mínimos. Lo que no dice es que una vocación inequívoca y asumida a fondo llega a ser insaciable y eterna, y resistente a toda fuerza contraria: la única disposición del espíritu capaz de derrotar al amor.
Las aptitudes vienen a menudo acompañadas de sus atributos físicos. Si se les canta la misma nota musical a varios niños, unos la repetirán exacta, otros no. Los maestros de música dicen que los primeros tienen lo que se llama el oído primario, importante para ser músicos. Antonio Sarasate, a los cuatro años, dio con su violín de juguete una nota que su padre, gran virtuoso, no lograba dar con el suyo. Siempre existirá el riesgo, sin embargo, de que los adultos destruyan tales virtudes porque no les parecen primordiales, y terminen por encasillar a sus hijos en la realidad amurallada en que los padres los encasillaron a ellos. El rigor de muchos padres con los hijos artistas suele ser el mismo con que tratan a los hijos homosexuales.
Las aptitudes y las vocaciones no siempre vienen juntas. De ahí el desastre de cantantes de voces sublimes que no llegan a ninguna parte por falta de juicio, o de pintores que sacrifican toda una vida a una profesión errada, o de escritores prolíficos que no tienen nada que decir. Sólo cuando las dos se juntan hay posibilidades de que algo suceda, pero no por arte de magia: todavía falta la disciplina, el estudio, la técnica, y un poder de superación para toda la vida.
Para los narradores hay una prueba que no falla. Si se le pide a un grupo de personas de cualquier edad que cuenten una película, los resultados serán reveladores. Unos darán sus impresiones emocionales, políticas, o filosóficas, pero no sabrán contar la historia completa y en orden. Otros contarán el argumento, tan detallado como recuerden, con la seguridad de que será suficiente para transmitir la emoción del original. Los primeros podrán tener un porvenir brillante en cualquier materia, divina o humana, pero no serán narradores. A los segundos les falta todavía mucho para serlo –base cultural, técnica, estilo propio, rigor mental– pero pueden llegar a serlo. Es decir: hay quienes saben contar un cuento desde que empiezan a hablar, y hay quienes no sabrán nunca. En los niños es una prueba que merece tomarse en serio”.
El subrayado (tal cual. Es decir: sin recurrir a la bastardilla) es mío. Juzgo maravillosa la definición de “vocación” que ejecuta Gabo (no hallo otro modo más acertado de definir ese término): la única disposición del espíritu capaz de derrotar al amor. El subrayado, literal, restante recuerda las carencias del escritor post-moderno: disciplina, estudio, técnica…
La data y el lugar de escritura de la columna son los que siguen: Santafé de Bogotá D.C., 1995. ¡1995! Creo que tendríamos que hacérnoslo mirar. Y que tomen nota las editoriales post-modernas. ¡Tirón de orejas!
Adenda. André Aciman (escritor estadounidense): “Algún libro [de literatura contemporánea] leo por compromiso; digo que me gusta pero, en realidad, no”. ¡Más madera! (refiriéndose a Sebald): “Era un estilista de verdad, el último en un mundo en el que ya nadie cuida el ritmo de la frase, la frase larga, la palabra justa…”. Y, ahora, `repaso´ a uno que otro colega: “Bueno, Hemingway escribía espantosamente mal ya hace mucho. Y también hay buenos estilistas que no me interesan. Conrad, por ejemplo: no se puede tener pensamientos más mediocres que los de Conrad, pero ¡cómo escribía! O Henry James. O Virginia Woolf. Qué le vamos a hacer” (extracto de una entrevista efectuada por Alemany al autor y publicada en El Mundo con fecha 12 de junio del año que corre).
Ommm…
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