martes, 27 de agosto de 2019

308/ "Sic erat scriptum"

A mi "hermano" Makane

“–Todo es igual, todo es monótono, todo cambia en la apariencia y se repite en el fondo a través de las edades –dice el maestro–; la humanidad es un círculo, es una serie de catástrofes que se suceden idénticas, iguales. Esta civilización europea de que tan orgullosos nos mostramos desaparecerá como aquella civilización romana que simbolizan esas monedas que usted ahora examinaba, padre Lasalde… Ayer el hombre civilizado vivía en Grecia, en Roma; hoy vive en Francia, en Alemania; mañana vivirá en Asia, mientras Europa, esta Europa tan comprensiva, será un inmenso país de hombres embrutecidos…”. (Azorín: La voluntad. Primera parte, capítulo 22). Me agencio el subrayado.        
     Viene a cuento el cuento de Azorín. Yo antepongo el humanitarismo a la ley. Lo diré más nítido aún (para librar de sambenitos al vocablo “humanitarismo”): Yo antepongo mi compasión a la ley. Sé que esta tesis hace agua por una juntura llamada: “Espacio”. Y qué. Mientras haya una brizna de aire y un cuerpo para desplazarla, óiganme los (v)oxeadores del ring de la derechita valentona (¡bah!), habrá una ley digna de quebrantamiento.
     Oigo una voz barbada, de cabello rizado, exclamando: ¡Bla-bla-bla!
     Oigo otra voz barbada, vestida de seda…, perorando: Beee-beee-beee.
     Resuelvo no oír, ya, más voces. Sólo la mía.  
     En La Biblia puede leerse (Dt 24, 14-22): “No explotarás al jornalero, pobre y necesitado, sea hermano tuyo o emigrante que vive en su tierra, en tu ciudad; cada jornada le darás su jornal, antes que el sol se ponga, porque pasa necesidad y está pendiente del salario. Así no gritará contra ti al Señor y no incurrirás en pecado. 
     No serán ejecutados los padres por culpas de los hijos, ni los hijos por culpas de los padres; cada uno será ejecutado por su propio pecado.
     No defraudarás el derecho del emigrante y del huérfano ni tomarás en prenda las ropas de la viuda; recuerda que fuiste esclavo en Egipto y que de allí te rescató el Señor, tu Dios; por eso yo te mando hoy cumplir esto. 
     Cuando siegues las mies de tu campo y olvides en el suelo una gavilla, no vuelvas a recogerla; déjasela al emigrante, al huérfano y a la viuda, y así bendecirá el Señor todas tus tareas. Cuando varees tu olivar, no repases las ramas; déjaselas al emigrante, al huérfano y a la viuda. Cuando vendimies tu viña, no rebusques los racimos; déjaselos al emigrante, al huérfano y a la viuda.
     Acuérdate de que fuiste esclavo en Egipto; por eso yo te mando hoy cumplir esto”.
     Sic erat scriptum.   

miércoles, 21 de agosto de 2019

307/ ¡Pizca de oxígeno!

A veces un libro abre ojos. O profiere puñetazos en bocas de estómago. O ejecuta carrerillas del piojo. O zamarrea peleles. Esto ocurre con Industrias y andanzas de Alfanhuí (Rafael Sánchez Ferlosio, Salvat Editores S. A., 1970). Mi curiosidad ha derivado a entusiasmo que ha derivado a anonadamiento tras leer el último renglón de esta joya de la literatura española de postguerra. El 50 se publicó. Pocos hemos conocido y leído, hoy, la obra. ¡Qué disparate! Acaso la sombra de El Jarama ha sido demasiado alargada y desmemoriado a los lectores del hijo del falangista (Rafael Sánchez Mazas) a quien Cercas “contara” y "cantara" en el libro Soldados de Salamina.
     Léase esta narración inclasificable y deléitese quien así lo haga con una prosa de altísimo vuelo: rezuma poesía, anecdotario, imaginación (sin solucionario. Quédese éste para los libros de texto de la escuela). 
     Pregunto: ¿dónde paran, hoy, escritores imaginativos? Confesaré algo: estoy hasta la coronilla poblada de rizos del sacrosanto Realismo español. Y de la novela histórica. Y, a medias, de la auto-ficción que a nadie más allá del autor (y de su familia) importa. ¡Fantaseen, señores escritores, y déjense de pamplinas! ¿Pero es que no hay nadie en este país de chicha y nabo que ensalce la ficción literaria? Así nos va y seguirá yendo per saecula saeculorum. De sopor en sopor. De espejo en espejo. Qué hartazgo.   
     Alfanhuí deviene ejemplar. Botón de muestra: “En el campo de Guadalajara amarillea el espino. Alterna la flor del espino con la grana de los tomillares. Un verde tierno se desvanece entre la tierra negra y los ásperos arbustos. En el campo de Guadalajara amanecen unas alondras oscuras y pequeñas, que tienen el pecho pinto y el pico endeble. Los caminos van por los llanos de las mesas altas y calizas que se cortan en talud hacia los valles declinantes. Una vez al año se verán, a lo lejos, los tricornios de los guardias civiles que cabalgan por estos caminos. Pero son caminos de zorros y ladrones, y los guardias civiles están en el casino de la ciudad, jugando al dominó con un tendero de ultramarinos que tiene los pulgares en las bocamangas del chaleco. Los ladrones duermen en las minas de los castillos que coronan los cerros escarpados, y las viejitas vestidas de negro, hermanas de las llares y de las sartenes, juegan al corro en los verdes prados. Las viejitas tienen los huesos de alambre y mueren después de los hombres y después de los álamos. Se ahogan en los vados del Henares y se las lleva la corriente, flotando como trapos negros. A veces se enganchan en los mimbres o en los tapujos que crecen junto a los tamajares de los puentes, y enredan los anzuelos de los pescadores. Las viejitas de Guadalajara van siempre juntas y huyen cuando alguna se ahoga, y no se lo cuentan a nadie”.
     Lo diré sin rebozo: los escritores españoles deberían aprender literatura infantil. Ojo: no digo juvenil, digo infantil, cuya calidad está muy por encima de la juvenil y de adultos.
     No sé ustedes. Yo, esto, lo vivo como una tragedia española. 
     Y el pobrecito lector exclama: 
     –¡Pizca de oxígeno! ¡Me ahogo!                

lunes, 5 de agosto de 2019

306/ Poetas (o escritores) empoderados

Hubo un tiempo en que los poetas dominaron la faz de la tierra. ¿Exagero? No. José Antonio Primo de Rivera, dicen, dijo: “A los pueblos no los han movido nunca más que los poetas”. Leo la archiconocida cita en la página cincuenta y uno (Planeta DeAgostini) del libro Soldados de Salamina (J. Cercas). El autor adjunta una explicación que el lector no pide: “Es verdad que las guerras se hacen por dinero, que es poder, pero los jóvenes parten al frente y matan y se hacen matar por palabras, que son poesía, y por eso son los poetas los que siempre ganan las guerras, y por eso Sánchez Mazas, que estuvo siempre al lado de José Antonio y desde ese lugar de privilegio supo urdir una violenta poesía patriótica de sacrificio y yugo y flechas y gritos de rigor que inflamó la imaginación de centenares de miles de jóvenes y acabó mandándolos al matadero, es más responsable de la victoria de las armas franquistas que todas las ineptas maniobras militares de aquel general decimonónico que fue Francisco Franco”. 
     Más adelante (pág., 86) Franco es definido de este modo: “MilitaROte gordeZUElo, afemiNAdo, incompeTENte, astuto Y conservaDOR”. La frase no carece de ritmo uniforme. Si fuera un verso diríamos que el golpe de voz fuerte recae en las sílabas número 4, 8, 12, 16, 20 y 24 (con licencia "para matar" y cuadrar de por medio). 
     ¿Llevaría doble intención Cercas al escribir tan chocarrera frase?
     Hubo un tiempo en que los poetas dominaron la faz de la tierra. 
     Léase, ahora, el poema abajo copiado (op. cit. pág., 49):      

     SUSPIROS DE ESPAÑA

     Quiso Dios, con su poder,
     fundir cuatro ratitos de sol
     y hacer con ellos una mujer,
     y al cumplir su voluntad
     en un jardín de España nací
     como la flor en el rosal.
     Tierra gloriosa de mi querer,
     tierra bendita de perfume y pasión,
     España, en toda flor a tus pies
     suspira un corazón.
     Ay de mi pena mortal,
     porque me alejo, España, de ti,
     porque me arrancan de mi rosal.

     Buena novela venida a novela tostón. Motivo: la machacona e impudorosa obcecación del autor-narrador-protagonista con la Guerra Incivil (el prefijo in lo saco de la bocamanga de mi ideario) Española del 36. Interminable matraca, ésta, aquí. 
     "Sabemus" que habemus rencillas varias. ¡Mejor no meneallo!
     Última cita (pág., 29):
     “–No sé qué opinará usted, pero a mí me parece que un país civilizado es aquel en que uno no tiene necesidad de perder el tiempo con la política”.
     Opino lo mismo.