¡Bendito sea Gautama! Llegó el ansiado momento. Me dispondré a hacer aquello que creo debo hacer cuando algo me parece injusto: denunciarlo. En el sentido de "dar noticia de ello" (DLE). De modo que allá voy: ¡Ancha es Castilla! El señorito Gomá Lanzón echa leña al fuego de la homosexualidad del modo más infeliz en su micro-ensayo La domesticación del Romanticismo. O sea: no queriendo ver la realidad. Un filósofo que no quiere ver es un filósofo infeliz. Ya lo dice el dicho popular: “No hay más infeliz que quien no quiere ver”. Tampoco creo que lo popular esté dentro del universo mental del señorito Gomá Lanzón. La fe, sí. Y eso que la fe es popularísima.
¿Pero cómo hace este crédulo “torpón” para venir a decir: la homosexualidad no es más que una opción equivocada y evitable? El hermano Romaguera habría introducido la respuesta a esa pregunta de un modo directo: “Yo te diré…”. Díganos, hermano, díganos: somos todo oídos. Y el hermano Romaguera habría dicho algo parecido a lo que el señorito Gomá Lanzón ha escrito: “Cuando nace el yo moderno (…) el conflicto social es inevitable. Porque la sociedad reclama la integración de ese yo individual dentro de la economía productiva –oficio y casa, producción y reproducción– mientras que él anhela (…) seguir con fidelidad las leyes de su corazón. Desafía el orden constituido, que se le presenta como una amenaza (…), y a la postre sucumbe aplastado por el superior peso de la inclemente mayoría social. Para narrar ese conflicto se inventa (…) la novela moderna. Desde Cervantes a Thomas Mann las novelas recrean con mil variaciones esa conflictividad no resuelta.
(…) Las dos opciones en pugna son: de un lado, la ética del trabajo y las reglas del matrimonio burgués (oficio y casa); de otro, una vida (…) elevada y apasionada, los derechos del artista genial y los deseos infinitos del corazón”.
Y aquí parece querer concluir no ya como un señorito Gomá sino como todo un caballero Lanzón (lanzado): “El primer amor de Thomas Mann, muchacho de catorce años, Armins Martens, (…) humilló los delicados sentimientos [de Thomas] (…), lo que le llevó [a Thomass] a replegarse en sí mismo aún más que antes. (…) Diez años después empezó a tratar a Paul Ehrenberg (…), el novelista era ya un hombre seguro de sí, (…). En 1901 escribe a su hermano Heinrich que ha descubierto en sí `una felicidad sentimental indescriptible´ (…) que le había enseñado `que en [su] vida todavía queda algo sincero, cálido y bueno y no sólo la ironía, que en [sí] aún no todo se había visto devastado, desnaturalizado y carcomido por la maldita literatura´. Esta experiencia personal será decisiva para la superación del Romanticismo, por que en ella el artista lúcido, en lugar de desdeñar ese lado `sincero, cálido y bueno´ de su corazón en nombre de la fría pasión de la literatura, maldice de ésta y extiende confiado los brazos para palpar la `felicidad sentimental´ como lo haría cualquier burgués ingenuo. Ya no más opciones vitales incompatibles, o el arte o la vida (…). Como congruente culminación de este proceso, en 1905 Thomas Mann contrajo matrimonio con Katia Pringsheim, hija de un adinerado profesor judío (…)”.
Por fin concluye más abajo: “[En] Tonio Kröger [novela de Mann], [Tonio] revela a su amiga [Lisaveta Ivanovna] que el arte proporciona lucidez al artista pero que él se halla fatigado de esas `náuseas de conocimiento´ que estragan lo humano residente en él”.
Ya está. Fin del intratable texto. Uf.
Yo lo “veo” así. Yo lo entiendo asá: el señorito Gomá "Lanzado" no acepta una verdad incuestionable: que el corazón tiene razones que la razón no entiende. No como la mía ni como la de otros muchos que sí las entienden (las razones del corazón). La suya estará en menesteres de pelaje más académico. O más frío. O más abstracto. O más inhumano. Yo no sé.
En granadino: ¡Pobretico!
Nótese que la homosexualidad se relaciona con el Romanticismo en tanto que la heterosexualidad con el Realismo. O lo que es idéntico: la homosexualidad con el arte y la heterosexualidad con la vida. ¿Exclamaré ¡chapó!? Nótese que la homosexualidad es una “amistad homoerótica”. Ahora sí exclamaré algo: ¡Tócate los óvalos! No: la homosexualidad es homosexualidad. Esto hasta donde a mí se me alcanza. Nótese, además, que renunciar a la homosexualidad supone abrazar `lo sincero, cálido y bueno´. No: a quienes son homosexuales les sucederá justo al revés. Yo no lo soy. Nótese, también, que el final de todo el proceso es uno y solo uno: la renuncia por Thomas Mann del amor homosexual en favor del heterosexual. ¿Pero qué proceso, caballero de largos y empañados lentes, tan filósofo y miope a la vez? ¿Quiere decírmelo? No hay proceso que valga. Hay realidad valedera. Ni siquiera romántica. Valedera. Yo diría que hasta realista. Métaselo en la cabezota, señorito Gomá Lanzón, de una santa vez. Seguro estoy de que el adjetivo `santa´ será de su agrado. La homosexualidad no es una enfermedad ni un desvarío ni una opción equivocada por más que su brillante mente de filósofo crea lo contrario. Igualmente lo cree la del Papa Francisco. ¡Asombrado estoy! ¿Francisco con ideas del Opus (tan perversas ellas)? Usted concluye su micro-ensayo de este modo: “El lema de la nueva época no será otro que aquel que se dio a sí mismo Goethe: `Limitarse es extenderse´". ¡No me diga! Pues usted debe estar en todas partes (como Dios). Querrá imitarl(e). Sí, por más que le escueza, género neutro. “Limitadito con sifón” lo veo, amigo mío, de los que ya no hay. Digo: filósofos. Limitarse es ponerse uno límites. Limitar es poner uno límites a los otros. Usted parece querer ponerle puertas (límites) al campo. Federico concibió el mejor octosílabo de la historia de nuestra poesía: “Verde que te quiero verde”. Y que entienda quien pueda.