A mi querido amigo Juan Diego Vidal Gallardo,
periodista y escritor, de quien tanto tanto tomo
"Virtú vince fortuna: el viejo lema de los humanistas cívicos florentinos indica solamente que la virtud incrementa las posibilidades de conseguir aquellos bienes que requieren esfuerzo, trabajo y sacrificio, pero desgraciadamente no garantiza nada."
Legión son quienes creen que esforzarse es suficiente para materializar todo tipo de logros en la vida. Si al esfuerzo sumamos constancia, ya tenemos la fórmula mágica del triunfo, y de todas todas seremos triunfadores todos. Casi. No hay logro sin fortuna. A nadie se le escapa la importancia del talento. Pocos serán quienes no tengan presente la del azar. Azar y talento van de la mano en el prólogo del libro más vendido de la historia y titulado así: Muerte. Prólogo válido para quienes creen en la existencia de una vida más allá del último aliento en la tierra. Rescatar ejemplos de esto que vengo diciendo no es imposible. Hombres y mujeres conocemos mujeres y hombres que han cruzado la meta de sus propósitos mediando, en ello, azar. Y no solo esfuerzo. Y no solo una inteligencia afilada e intuitiva. Y no solo la adquisición en la niñez o en la edad más tonta (la adultez) de unos valores conducentes a la Pragmática y a la Ética: valores humanistas. Valga un ejemplo: el de la desideologización o despolitización del ser. Nadie se escandalice. No lo digo en sentido filosófico (¿podría hacerlo? Yo no sé) sino psicológico. No. Nada de eso basta. Hay que tener suerte. No hay logro sin fortuna. Hasta en la vejez se puede triunfar movido por Fortunata (perdón: Fortuna). Yo y tú, lector, somos meros azares. No será necesario explicar este punto.
¡Pero cuidado con el perro que está suelto! Obsesionarse con la idea del azar como causante esencial de todos nuestros logros encierra un peligro de muerte. Valga otro ejemplo: la creencia a pies juntillas de lo innecesario que resulta hacer o deshacer ya que la vida está absolutamente orquestada de antemano por Fortunata. Un disparate como otro cualquiera. Sin embargo no es fácil contrarrestar con argumentos eficaces los emitidos por la diosa entre las diosas. Ni siquiera Jacinta (la constancia en el esfuerzo) quien, hoy, es despreciada e insultada por los azarosos puros conseguiría algo así. Estos (los azarosos puros) son una secta. Huyan de ellos si se ven en la necesidad de enfrentarlos prestándoles oído. La vida holgazana es una vida no vivida. Y ya saben lo que, al respecto, dijo Carl Jung: “La vida no vivida es una enfermedad de la que se puede morir”. No hay placer sin voluntad de placer. Tampoco hay progreso si, al nacer, nos colocan un pan de pueblo bajo el brazo. ¡Avanti popolo alla riscossa bandiera rossa! Parafrasearé la frase de este modo: adelántense, criaturas, a la bandera roja. De lo contrario no viajarán y quien no viaja, lo escribió Neruda, muere lentamente. (Insisto: qué dificultad grande conlleva contrarrestar con argumentos ejemplares el discurso de Fortunata. No lo tomemos como propio si lo que pretendemos es sobrevivir).
De lo arriba expuesto me habló, ayer, Javier Gomá Lanzón en el micro-ensayo Diosa Fortuna. Rescato unas líneas del mismo para animarles a curiosearlo: “Conocerse es reconocerse que los éxitos parciales obtenidos en el curso del tiempo, aun los más estimados, han dependido en gran medida de un encadenamiento de circunstancias que escapaban al control propio y son por tanto indiferentes al mérito personal”.
Gomá Lanzón no menciona en su `ensayito´ los éxitos absolutos. Ello ha propiciado que yo escriba este breve texto. He entrevisto en el de Gomá cierto riesgo interpretativo y, por ello, resuelto escribir una suerte de aclaración para quienes posean el gen de la holgazanería. Ojalá tú, lector, no engordes esa lista. Tampoco es tan vergonzante. Yo (si lo fueras: holgazán) me apiadaría de ti. Eso es todo. La regla benedictina reza: “Ora et labora”. Yo prefiero la mía: “Lee y haz”. O esta medio ajena: “Apaga (el receptor de los prejuicios y pensamientos erróneos) y lee”. No lo olviden: leer es hacer. Sobre esto último no nos asiste duda. Y que no les venza el poder de la suerte. O peor aún: el de la muerte.
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