miércoles, 21 de octubre de 2020

340/ El maestro Antonio (III)

Qué hartura debe atravesar, como cuchillo, al hombre cuando este cae en lo chabacano y deshonroso y áspero y feo y todo en tanto “trabaja”. Repito por lo altini: ¡Qué hartura! Sin duda será, esta, atípica. Acaso demasiado atípica para someterla a moderación. Yo no sé. Lo cierto es que al lector le duelen los ojos cuando se topa con una salida de verso tan basta y espantosa, estéticamente, como la que sigue:


     “Vuelvo a cagarme por última vez en todos vuestros muertos (…)”.

     

     Nadie se escandalice con que no me escandalice semejante (ad)verso. Mejor aún: con que lo comprenda. “El ceño de la incomprensión (…) es, muchas veces, el signo de la inteligencia, propio de quien piensa algo en contra de lo que se le dice, que es, casi siempre, la única manera de pensar algo”. Palabra del maestro Antonio (de Juan de Mairena. Espasa Calpe. P., 82. Madrid, 1986).     

     Pues eso: torpón soy. 

     Nadie creerá que la frase arriba copiada y descontextualizada, contextualizada, pertenece al mismo hombre que escribió el poema abajo transcrito (su título: Madrigal al billete del tranvía):


     “Adonde el viento, impávido, subleva

     torres de luz contra la sangre mía,

     tú, billete, flor nueva,

     cortada en los balcones del tranvía.

     Huyes, directa, rectamente liso,

     en tu pétalo un nombre y un encuentro

     latentes, a ese centro

     cerrado y por cortar del compromiso.

     Y no arde en ti la rosa, ni en ti priva

     el finado clavel, sí la violeta

     contemporánea, viva,

     del libro que viaja en la chaqueta”.

     

     El poema sale de Cal y canto. El verso adverso, de Con los zapatos puestos tengo que morir. A ti, sublime Rafael, poeta Alberti de mis entretelas: se equivocó el palomo... (así dirán).

     Yo te perdono. 

viernes, 16 de octubre de 2020

339/ El maestro Antonio (II)

Política y mentira van de la mano. Precisaré para que no se me echen encima los mamelucos (Fernandito Sánchez Dragó los llama “tertuli-asnos”) de cualquier mesa de plató televisivo montado a efectos de crear opinión pública exaltada y escorada. Sobre todo esto último: escorada. Ideológicamente hablando. ¿Ideología? ¡Bah! ¡Con su pan se lo coman! Voy, pues, con la precisión: a menudo política y mentira van de la mano. ¿Correcto? Vale. Sigo.

     El problema es hablar demasiado. O: La hiper-verborrea. O: Hablar cuando habría que callar. Juan Ramón Jiménez escribió: “Lo que más indigna al charlatán es alguien silencioso y digno”. 

     A los políticos: ¡Cállense, reflexionen y aprendan algo, por amor de Buda!

     Tiene, ahora, la palabra el maestro Antonio…

     

     “Se miente más que se engaña;

     y se gasta más saliva

     de la necesaria…”.

     

     Y todavía…

     

     “Si nuestros políticos comprendieran bien la intención de esta sentencia de mi maestro [refiere Abel Martín], ahorrarían las dos terceras partes, por lo menos, de su llamada actividad política” (Juan de Mairena. Espasa Calpe. Pág., 55. Madrid, 1986).

     

     Palabra de Dios.

jueves, 8 de octubre de 2020

338/ El maestro Antonio (I)

No colgar, aquí, el texto abajo copiado se me antojaba inoportuno. Por su literalidad. También por su libertad. O tanto monta: por cuanto denota y connota. El litoral de lo literal (léase: lo figurado) tiene mucho que decir y poco que callar. Perdón por la rima. Podríamos afirmar que en breve procederemos a poner en práctica un sano y, a mi juicio, poco defendido oportunismo. 

     El texto referido habla de “política”, de “políticos”, de “máscaras”...  

     A qué apuntar más. 

     Callo y copio: 


     “Al hombre público, muy especialmente al político, hay que exigirle que posea las virtudes públicas, todas las cuales se resumen en una: fidelidad a la propia máscara. Decía mi maestro Abel Martín –habla Mairena a sus discípulos de Sofística– que un hombre público que queda mal en público es mucho peor que una mujer pública que no queda bien en privado. Bromas aparte –añadía–, reparad en que no hay lío político que no sea un trueque, una confusión de máscaras, un mal ensayo de comedias, en que nadie sabe su papel.

     Procurad, sin embargo, los que vais para políticos, que vuestra máscara sea, en lo posible, obra vuestra; hacéosla vosotros mismos, para evitar que os la pongan –que os la impongan– vuestros enemigos o vuestros correligionarios; y no la hagáis tan rígida, tan importas e impermeable que os sofoque el rostro, porque, más tarde o más temprano, hay que dar la cara”.


     El subrayado no es mío. Tampoco el texto lo es. ¿Su autor? Antonio Machado. Para más señas: Maestro de escuela. Para más señas aún: Poeta y medio filósofo. El texto ha sido extraído del libro Juan de Mairena (Espasa Calpe. Madrid, 1986). Nadie sospeche de la intencionalidad que nos ha llevado a extraerlo y copiarlo y colgarlo de mil amores aquí. ¿Habrá en España clase más recta que la política? Tenemos unos políticos de estratosférico nivel intelectual y ético. ¡Salta a los ojos! Ellos (añadiré ahora: “y ellas”. Así no se dislocará demasiado la plebe feminista y, de paso, contradigo lo que de machista pueda haber en la literalidad del texto) siempre dan la cara.

     ¡Pero Siempre! 

     Risas. (Este subrayado sí es mío).