A mi Pepa, fantastic six,
por `no dudar´ (eso espero. Risas)
de mí ni de tan esenciales cosas…
El Dalai Lama hizo un comentario al libro Las etapas de la meditación, de Kamalashila, que acabó convirtiéndose en este otro libro: La meditación paso a paso (Debolsillo). Este último lo leí hace varios años. Hoy, lo releo. Repetidamente constato la busca de la felicidad que profesa el Budismo desde una perspectiva racional, lógica, científica. No hallo fuegos artificiales en la doctrina budista. Más al contrario: raciocinio puro hallo. Yo me alegro de que así sea. La espiritualidad no es la ciencia de los necios sino la `esencia´ de una razón bien anclada en la sima más profunda del mar de los fenómenos abstractos.
El siguiente pasaje de Las etapas de la meditación deleitará al más escéptico:
“Si cada uno de nosotros se dedicase a cultivar el deseo de ayudar a los otros desde el fondo de su corazón, experimentaríamos un sentimiento de confianza que pondría nuestra mente en un estado de tranquilidad. Cuando nuestra mente goza de esta clase de tranquilidad, el mundo entero podría volverse contra nosotros y hacérsenos hostil, y eso no afectaría a nuestra calma mental. Por el contrario, cuando nuestra mente está agitada y perturbada o mostramos mala voluntad hacia los otros seres, nuestra propia actitud nos hará que los percibamos como negativos y severos con nosotros. Esto es el reflejo de nuestra actitud interior, de nuestros sentimientos íntimos y de nuestra manera de sentir. Por esta razón viviremos constantemente en el miedo, la contrariedad, la ansiedad y la inestabilidad. Podremos ser prósperos y disponer de muchas comodidades materiales, pero mientras seamos presa de las perturbaciones, no encontraremos la paz. Podremos estar rodeados de nuestros allegados y de nuestros mejores amigos, pero nuestra actitud interior nos impedirá ser felices. Por lo tanto, nuestra actitud profunda desempeña un papel extremadamente determinante. Si poseemos la calma y el control sobre nosotros mismos, aun cuando todo se vuelva hostil a nuestros alrededor, nada nos perturbará. De hecho, para una persona así, todo el entorno es amistoso y contribuye a su calma mental” (Dalai Lama. Op. Cit. Pág., 69-70).
Llevar a la práctica lo más arriba apuntado es tan difícil como “llevar a la vida lo que se aprende en la Eucaristía” (palabras, las entrecomilladas, del párroco de mi diócesis). Pero también se trata de algo tremendamente sutil. Toda sutileza (creo) engendra verdad en cantidades industriales. Y, a su vez, toda templanza es un acopio de sutilezas que de otro modo pasan desapercibidas para el espíritu y la conducta acaba resintiéndose. Esto lo aprendemos en el Eneagrama de la personalidad (traído a la luz por Claudio Naranjo. Traído a mi luz por ti, querida amiga, pues ambos teníamos que cruzarnos en el jardín de senderos que `no´ se bifurcan…). En el fondo somos un saco, sin fondo, de sutilizas. En ocasiones ni nos enteramos. Ellas están, no obstante, ahí: dentro del saco. Atendamos, pues, al detalle (a lo sutil) si ambicionamos la calma mental. He dicho: `ambicionamos´. Mejor diré: `valoramos´. La ambición no pertenece a la órbita budista. Siddhartha Gautama pronunció una frase que vale tanto para un roto como para un descosido y todavía más que el oro de Moscú: “Mente clara, corazón tierno…”. Yo no conozco mejor filosofía.