jueves, 8 de julio de 2021

355/ "[Melancolía], tú que tienes la luz..."

Hermano, tú que tienes la luz, dime la mía.

(Melancolía. Rubén Darío).


Un conflicto existe, creo, entre la información y la esperanza. O tanto monta: entre el poder y la felicidad. Dicho así pudiera parecer exagerado. En modo alguno lo es. La información puede menoscabar la inteligencia emocional. Precisaré y repetiré, ahora, un punto: un exceso de información puede menoscabar la inteligencia emocional. Todo hijo de vecino no está preparado para procesar un número de datos que excede de lo previsible. Y el que sí lo esté que se dé con un canto en los dientes: ese no sabe lo que tiene. Sin rechifle: entre saber demasiado y entristecer no hay un gran trecho. Y si el torrente informativo cae de golpe sobre la tierra reseca del hombre masa, entonces apaga y vámonos, y sécate con el albornoz sin que se te vean las casas colgantes de Cuenca… 

     José Enrique Ruiz Domènec ha escrito: “La sociedad europea se precipita sobre la información, que es tanto como decir en aquellos años sobre el bulo o el rumor, y, si eso no basta, sobre la calumnia, sostén de la mentira; y a la vez confía en el saber médico para que este le libere de las supersticiones y de las enfermedades. Dos líneas de acción paralelas durante cien años, que dan lugar a la gran paradoja del `largo siglo XX´ que sitúo entre la gripe de 1918 y el coronavirus del 2020: el siglo del más importante desarrollo científico de la historia de la humanidad es, al mismo tiempo, el de las mayores atrocidades en política con los totalitarismos, en las relaciones internacionales con las guerras civiles, y en el orden moral con el holocausto” (El día después de las grandes epidemias. De la peste bubónica al coronavirus. Taurus. Barcelona, 2020. Pág., 88).

     Sigue sin satisfacerme la actitud de los Medios y, menos aún, la de los políticos. Los (con hache) hunos inventando datos e informaciones o bien conduciendo a un extremo la semántica del titular de turno. ¡Puag! Los otros, tomando decisiones sin consultar suficientemente a expertos en la materia y saltándose a piola restricciones y recomendaciones porque yo lo valgo. ¡Doble puag!

     ¡Ven, Mafalda, arregla tú el mundo! Pero, ¡¿dónde te has metido, Mafaldita?! Ay. 

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