martes, 10 de agosto de 2021

358/ Leer para creer

OPINIÓN


Quiero, hoy, romper una lanza a favor del hombre que decide permanecer desinformado. ¡He aquí, oh Sancho, la libertad! Lo diré con toda claridad (y perdóneseme la rima): la mayor parte de la información actual proveniente de los Mass Media la juzgo adulterada o, si no, retocada. Manufactura mediática se llama tal fechoría. Yo no refiero algo tan burdo como las Fakes News. No, no, más al contrario: yo refiero algo del todo sutil. Léase: poner parapeto al pensamiento libre y a la no menos libre investigación que todo periodista decente (¿hay alguno?) debería acatar como el Padre Nuestro por la feligresía católica, apostólica y romana, básicamente. En el universo mental del periodista decente no tendría que tener cabida ninguna ideología. Solo ideas. No son la misma cosa por más que el diccionario de la RAE y el uso y abuso lingüístico se empeñen. Ninguna idea debería ser, per se, acallada. Las hay tremebundas. Las hay diabólicas. Las hay perniciosas. Dígasenos cuáles son y conozcámoslas hasta los mondongos para saber rechazarlas y, en su caso, combatirlas. Quien así desee proceder, quien no, que no proceda de esa guisa: fácil y sencillo. Sin embargo todo esfuerzo en este sentido es (ay, Buda) inútil. No hay periodista que se precie que no hable por boca de este o de aquel partido político. Parece, incluso, recompensado por ello (¡puagh!). ¿Es esto lo que enseñan en la Facultad de Comunicación? No. Algo así deriva de la necesidad que tiene el periodista de pagar la hipoteca (o el alquiler) de la casa donde malvive y la letra del coche (o la de la burra) que utiliza para dirigirse a la playa como todo buen españolito hace en verano. ¿Y quien no lo haga? Un desgraciado. De modo que ya tenemos a un periodista cuyo afán primordial es hacerle la cama al partido político cuyas ideas aceitan el engranaje del grupo empresarial al que pertenece el medio para el que él o ella trabaja (o viceversa). Ah: este suele tener algún cargo de responsabilidad en el mismo (¡me río yo de esa responsabilidad!). Y, después de todo, ¿pretenden que me crea lo que los Mass Media sueltan por esa “convenida” boquita? A medias, a medias, Maquiavelito...

     Y digo más: ningún periodista, decente, debería votar. Ea: ¡dicho y re-dicho queda!

     Solo anhelo que no suceda como en el segundo tercio del siglo XIX. Entonces, nos lo recuerdan Fernando García de Cortázar y José Manuel González Vesga en el libro Breve historia de España (Alianza Editorial. Madrid, 2012. Pág., 43), los periódicos gozaban de un gran poder político. Hoy es el poder político el que goza de un “gran” periódico (o de varios) siempre a su servicio…

     Leer para creer.

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