OPINIÓN
<<En comunión con sus colegas europeos, los ilustrados españoles comprendieron que la mejora de la enseñanza era un paso previo a cualquier reforma política y confiaron al estado el encargo de dirigir la empresa pedagógica>> (Fernando García de Cortázar y José Manuel González Vesga. Breve historia de España. Alianza Editorial. Madrid, 2012. Pág., 384).
Dejar en manos del Estado la educación, per se, no reporta beneficios. Dependerá más del tipo de Estado que la ostente (o detente) que de otra cosa. Que se lo digan, si no, a nuestros padres o abuelos: ellos tuvieron que soportar el paso, poso y peso, de unos años vividos en Dictadura en cuya nómina habría que incluir el lavado de cerebro. He de decirlo sin rebozo: tampoco tengo claro que hoy no nos laven el cerebro. Ponerse a salvo del maquiavélico fregoteo, a veces, ni es tan fácil como a priori pudiera pensarse ni tan hacedero. No hay mejor educación, en términos motivacionales, que la autodidacta. Es lo que pienso y, pues, lo digo. Llevo toda la vida posicionado en el autodidactismo. Esa es mi religión y esa es mi ideología. Rechazo de plano el principio de autoridad como inductor del aprendizaje. Yo furrulo de otro modo: el axioma <<dadme una palanca y moveré el mundo>>, en mi caso, se llama: `aprendizaje por descubrimiento´ y/o `aprendizaje por ensayo y error´. También (en un sentido figurado): `Hostia con la mano abierta´ y `golpazo contra un muro de hormigón´ si uno anda despistado. No conozco mejor manera de aprender que las dos arriba mentadas. El error está infravalorado. La sociedad actual lleva el éxito a un nivel que, a mi juicio, no le corresponde: el de la emoción dura y pura. ¡Bah!, el éxito no emociona, solo rinde réditos. Equivocarse, sí: aparece la frustración, la ira, el encono… Tres puertas abiertas a la acción. ¿Acaso no es actuar aprender? Acabemos con esta loca lacra. Dejemos que el niño se equivoque y resuelva, luego, acertar. Démosle el beneficio del error. Abro paréntesis. Al docente ideologizado: ¡Cállese y rectifique de una puñetera vez! Cierro paréntesis. Bendito desahogo.
La educación habría que dejarla en manos del Anarquismo Espiritualista. Aquello que criticaba el señor Juez de menores de Granada, Emilio Calatayud (un iluminado de todas todas), `aprender a aprender´, es justamente lo que habría que procurar. Y, de paso, dar menos cancha a un togado metido a marisabidilla y más a un docente no ideologizado y partidario de la libertad de pensamiento y de expresión y de estilo de aprendizaje (minoría, por desgracia, hoy). Si Juan de Mairena levantara la chorla… Torres Villarroel, por su parte, no emulaba a Calatayud: criticó el dogmatismo de la vieja cultura y responsabilizó a esta del fracaso del reino. Calatayud critica el nuevo estado de cosas movido por una supuesta beneficencia derivada de la vida de antaño. Qué carca el señor Juez... Mr. Calatayud debería aprender a aprender a no meterse en jardín espinado sin pretender salir de él todo llenito de púas... Ay, señor juez de menores de Granada, cuándo aprenderá a aprender usted…
Dejemos, ya, tranquilo a Mr. Calatayud. Yo quería hablar de educación. Giner de los Ríos y Ortega agradecerían cenáculos en torno a lo educacional a todo trapo y rato y razón no les faltaría. Debatimos poco, en general, y de educación menos. Esto no es recomendable. Dialoguemos (incluso tirémonos los trastos a la cabeza, si con ello logramos sacar algo en claro, y hablemos de una maldita vez de lo que importa. Por ejemplo: ¿El talento debería sobreponerse a la condición social? O: ¿Contradecir al profesor debería reportarle a este un estímulo para seguir mejorando e investigando y no lo que, usualmente, le reporta: la idea de ego minusvalorado? O: ¿El docente debe desgajarse, por completo, de su yo discente?…
Para qué seguir).
Aprendizaje autodidacta, con cierto auxilio, sí. Lavado de cerebro, porque el Estado lo ordena, no. Mil veces no.