jueves, 7 de octubre de 2021

361/ El martirio

Los perseguidos serán, siempre, perseguidos. Ay. Y, ¿cómo sacudirse de encima tan desalentadora certeza? Negros y gitanos fueron repudiados en España, a fines del XV, <<so pena de cien azotes y destierro la primera vez y que les corten las orejas cuando los tornen a desterrar la segunda vez>> (Fernando García de Cortázar y José Manuel González Vesga. Breve historia de España. Alianza Editorial. Madrid, 2012. Pág., 267).

     Hoy, gitanos y negros siguen padeciendo desvelos en forma de micro-racismo o racismo a secas, maquillado con el empaste de estadísticas oportunistas y no sé si falsas que uno que otro partido político (¿secta maquiavélica?) y uno que otro escritor (¿zoom politikón?) y también uno que otro periodista (¿bocachancla ilustrado?) ensalzan y elevan a los altares de la socorrida (digo por sus rendimientos políticos) alarma social.

     No las orejas, ciertamente, pero sí las manos y los senos fueron cortados a Santa Olalla. Federico se hizo eco del brutal episodio. Lo estampó en Romancero gitano. Le atribuyó (no sé si él o su editor o quién) el nº 16 II bajo el título El martirio. Y dice así:


 EL MARTIRIO    

     

     Flora desnuda se sube

     por escalerillas de agua.

     El Cónsul pide bandeja

     para los senos de Olalla.

     Un chorro de venas verdes

     le brota de la garganta.

     Su sexo tiembla enredado

     como un pájaro en las zarzas.

     Por el suelo, ya sin norma,

     brincan sus manos cortadas

     que aún pueden cruzarse en tenue

     oración decapitada.

     Por los rojos agujeros

     donde sus pechos estaban

     se ven cielos diminutos

     y arroyos de leche blanca.

     Mil arbolillos de sangre

     le cubren toda la espalda

     y oponen húmedos troncos

     al bisturí de las llamas.

     Centuriones amarillos

     de carne gris, desvelada,

     llegan al cielo sonando

     sus armaduras de plata.

     Y mientras vibra confusa

     pasión de crines y espada,

     el Cónsul porta en bandeja

     senos ahumados de Olalla.


     A los orgullosos de la raza y, ya de paso, de la patria y su disparatada idolatría: ¡Ptrrr!

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