Los perseguidos serán, siempre, perseguidos. Ay. Y, ¿cómo sacudirse de encima tan desalentadora certeza? Negros y gitanos fueron repudiados en España, a fines del XV, <<so pena de cien azotes y destierro la primera vez y que les corten las orejas cuando los tornen a desterrar la segunda vez>> (Fernando García de Cortázar y José Manuel González Vesga. Breve historia de España. Alianza Editorial. Madrid, 2012. Pág., 267).
Hoy, gitanos y negros siguen padeciendo desvelos en forma de micro-racismo o racismo a secas, maquillado con el empaste de estadísticas oportunistas y no sé si falsas que uno que otro partido político (¿secta maquiavélica?) y uno que otro escritor (¿zoom politikón?) y también uno que otro periodista (¿bocachancla ilustrado?) ensalzan y elevan a los altares de la socorrida (digo por sus rendimientos políticos) alarma social.
No las orejas, ciertamente, pero sí las manos y los senos fueron cortados a Santa Olalla. Federico se hizo eco del brutal episodio. Lo estampó en Romancero gitano. Le atribuyó (no sé si él o su editor o quién) el nº 16 II bajo el título El martirio. Y dice así:
EL MARTIRIO
Flora desnuda se sube
por escalerillas de agua.
El Cónsul pide bandeja
para los senos de Olalla.
Un chorro de venas verdes
le brota de la garganta.
Su sexo tiembla enredado
como un pájaro en las zarzas.
Por el suelo, ya sin norma,
brincan sus manos cortadas
que aún pueden cruzarse en tenue
oración decapitada.
Por los rojos agujeros
donde sus pechos estaban
se ven cielos diminutos
y arroyos de leche blanca.
Mil arbolillos de sangre
le cubren toda la espalda
y oponen húmedos troncos
al bisturí de las llamas.
Centuriones amarillos
de carne gris, desvelada,
llegan al cielo sonando
sus armaduras de plata.
Y mientras vibra confusa
pasión de crines y espada,
el Cónsul porta en bandeja
senos ahumados de Olalla.
A los orgullosos de la raza y, ya de paso, de la patria y su disparatada idolatría: ¡Ptrrr!
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