Igual que los coches de hoy disponen de modos de conducción (<<eco>>, <<confort>>, <<sport>>), el lector dispone de modos de lectura sea cual sea su condición de lector (moderno, clásico, ni lo uno ni lo otro). Uno de esos modos de lectura es: <<profunda>>. Otro: <<superficial>>. Otro: <<rápida>>. Un modo lector pasa, a menudo, desapercibido. Es este: <<minuciosa>>. Una lectura minuciosa es aquella que no escatima en tiempo para dedicarlo (el tiempo) al análisis del tiempo y del espacio y de cuantos elementos conforman el texto que se tiene entre manos.
Yo he podido sumergirme en el mundo literario de Gabriel García Márquez infinidad de veces. <<Crónica de una muerte anunciada>> se ha prestado (aún se presta), en mi caso, a una lectura y re-lectura continuas. Jamás se me había ocurrido pensar en el número exacto de cuchilladas que recibe Santiago Nassar por mano de Pedro y Pablo Vicario. Insisto: nunca manejé ese dato. No hice por investigarlo siquiera: ni pensé en él de refilón. Pequé, ay, de <<lector superfluo>>. ¿Habría cambiado en algo mi apreciación (mi interpretación) de la novela conocer ese preciso (ese minucioso) dato? Yo no sé. Posiblemente sí. No es lo mismo asestar dos, tres cuchilladas a alguien, que una decena o veintena de ellas. El ensañamiento puede cambiar la idea de los personajes que le va quedando en la mente al lector durante el curso de su lectura.
Lola Pons Rodríguez ha escrito (<<El español es un mundo>>. Arpa. Pág., 239-240): <<Quienes han hecho el ejercicio de contar cuántas puñaladas recibe Santiago Nassar en Crónica de una muerte anunciada estiman un número de 23. La cifra no es fácil de fijar pero se hace verosímil, porque poco en García Márquez es casual: 23 fueron las puñaladas que recibió Julio César. El colombiano, buen lector de Suetonio, hacía un guiño en su novela policial caribeña al magnicidio más famoso de la historia antigua>>.
Pues eso: veintitrés cuchilladas. Creemos que lo sabemos todo acerca de una obra y nos damos de bruces con la realidad: hay detalles que se nos escapan; percepciones que ni olemos; sustancias (materia, diré, abstracta) ajenas a nuestros sentidos. El del texto (su sentido, digo), pero en toda su profunda extensión, no lo atraviesa fehacientemente ni el autor. Lo cual me lleva a pensar que la dimensión textual está muy por encima de la dimensión humana. Y yo no sé hasta qué punto esto puede llegar a ser (o no) preocupante.
Piénsenlo...