miércoles, 22 de febrero de 2023

403/ El texto "empoderado"

Igual que los coches de hoy disponen de modos de conducción (<<eco>>, <<confort>>, <<sport>>), el lector dispone de modos de lectura sea cual sea su condición de lector (moderno, clásico, ni lo uno ni lo otro). Uno de esos modos de lectura es: <<profunda>>. Otro: <<superficial>>. Otro: <<rápida>>. Un modo lector pasa, a menudo, desapercibido. Es este: <<minuciosa>>. Una lectura minuciosa es aquella que no escatima en tiempo para dedicarlo (el tiempo) al análisis del tiempo y del espacio y de cuantos elementos conforman el texto que se tiene entre manos.

     Yo he podido sumergirme en el mundo literario de Gabriel García Márquez infinidad de veces. <<Crónica de una muerte anunciada>> se ha prestado (aún se presta), en mi caso, a una lectura y re-lectura continuas. Jamás se me había ocurrido pensar en el número exacto de cuchilladas que recibe Santiago Nassar por mano de Pedro y Pablo Vicario. Insisto: nunca manejé ese dato. No hice por investigarlo siquiera: ni pensé en él de refilón. Pequé, ay, de <<lector superfluo>>. ¿Habría cambiado en algo mi apreciación (mi interpretación) de la novela conocer ese preciso (ese minucioso) dato? Yo no sé. Posiblemente sí. No es lo mismo asestar dos, tres cuchilladas a alguien, que una decena o veintena de ellas. El ensañamiento puede cambiar la idea de los personajes que le va quedando en la mente al lector durante el curso de su lectura.

     Lola Pons Rodríguez ha escrito (<<El español es un mundo>>. Arpa. Pág., 239-240): <<Quienes han hecho el ejercicio de contar cuántas puñaladas recibe Santiago Nassar en Crónica de una muerte anunciada estiman un número de 23. La cifra no es fácil de fijar pero se hace verosímil, porque poco en García Márquez es casual: 23 fueron las puñaladas que recibió Julio César. El colombiano, buen lector de Suetonio, hacía un guiño en su novela policial caribeña al magnicidio más famoso de la historia antigua>>.

     Pues eso: veintitrés cuchilladas. Creemos que lo sabemos todo acerca de una obra y nos damos de bruces con la realidad: hay detalles que se nos escapan; percepciones que ni olemos; sustancias (materia, diré, abstracta) ajenas a nuestros sentidos. El del texto (su sentido, digo), pero en toda su profunda extensión, no lo atraviesa fehacientemente ni el autor. Lo cual me lleva a pensar que la dimensión textual está muy por encima de la dimensión humana. Y yo no sé hasta qué punto esto puede llegar a ser (o no) preocupante.

     Piénsenlo... 

miércoles, 15 de febrero de 2023

402/ "Dime qué lees y te diré quién eres"

Nunca me cansaré de considerarme defensor, a ultranza, del libro. El libro debiera presidir la mesa de diálogo de cualquier hijo de vecino consigo mismo y con los demás. No existe mejor forma de afirmación personal que esta: leer y llevar, luego, lo leído a la vida (lo leído ético). No solo del trato con los demás vive el Hombre. Un libro, su letra viva, también es producto de una sociabilidad real o imaginada (a qué restar valor, pregunto, a lo imaginado…). Esa sociabilidad <<libresca>> viene de la mano del autor; de las experiencias por que este ha transitado en su asendereada vida (sueños, nostalgias, miedos). A veces se conoce mejor al otro leyendo lo que él o ella lee. <<Dime qué lees y te diré quién eres>>. Un libro es mucho más que un libro. Un libro es una oportunidad de oportunidades: cada línea garrapateada en él, prodigio del azar en última instancia, tiene la potestad de llevar al lector a mundos paralelos (o no) donde poder solazarse del mundo que le rodea; también, donde poder inmiscuirse en aquello que no le concierne (o sí), nunca se sabe. Un libro atesora vida, riesgo, y no (esto en modo alguno) resignación. Nadie lee (nadie escribe) para resignarse. Concluiré inflexiblemente: nadie debería hacerlo. 

     Lola Pons Rodríguez, en otra línea discursiva, ha escrito (<<El español es un mundo>>. Arpa. Págs., 85-86): <<El prestigio del libro como dador de cultura y conocimiento, transmisor de la memoria y patrimonio material de los sectores sociales más cercanos al poder es manifiesto en todas las ponderaciones que se han hecho de este fabuloso invento de la cultura desde tiempo antiguo hasta hoy. Y ese libro, humilde como una novela de consumo rápido o distinguido como un códice medieval en pergamino y miniado, ha entrado como palabras en las lenguas haciéndose un hueco cada vez mayor, incrementando la familia de formas derivadas de él (libresco, librario…), dando lugar a una fabulosa fraseología nacida de su prestigio manifiesto (es un libro abierto, habla como un libro…) o participando en formaciones cultas que han servido para calificar a quienes han hecho del amor a los libros una intención o una obsesión (…)>>.

     Abro paréntesis. Lo abstracto y disperso (el mundo de las ideas) acaba convirtiéndose en algo concreto y físico (el libro). Y nosotros, lectores, acabamos convirtiéndonos a la religión de la ubicuidad: solo leyendo (solo imaginando) podemos ubicarnos en varios mundos, reales o inventados, a la vez. Cierro paréntesis.

     Pero Lola Pons Rodríguez ha escrito todavía más (op. cit. Pág., 117): <<Los lectores, con playa y sin ella, tuvimos durante el confinamiento de 2020 el agua de la lectura como alivio para bañarnos en otras costas. Millones de personas, estando confinadas en sus domicilios, se vacunaron contra el virus del aburrimiento con la lectura. Y en semanas inciertas de aislamiento se quedaron en sus casas para visitar ideas y personajes en los libros: en esos edificios de pisos sin fachada que son los tebeos, en el éxodo sin combustible –al interior, al exterior– que es un libro de poesía, en las medicinas sin recetas que son las páginas de un ensayo>>.

     Ya dije en el post anterior a este que Lola Pons Rodríguez no hace ascos a la imagen. Un libro de poesía es <<éxodo sin combustible>>; un ensayo, <<medicina sin recetas>>. Es decir: el libro se prestaría no solo a transmitir conocimiento y cultura sino, también y revistiendo más importancia si cabe que todo eso, a curarnos el alma maltrecha. Yo pregunto a quienes no leen libros: ¿a qué esperan para mejorar sus vidas? ¡Háganlo cuanto antes! No se arrepentirán.

jueves, 9 de febrero de 2023

401/ Deleitoso descubrimiento

Lo diré alto y claro: leer a Lola Pons Rodríguez es un deleite. Lola: catedrática de Lengua Española en la Universidad de Sevilla. Hoy. Lola: docente de Dialectología e Historia del Español en las universidades de Tubinga y Oxford. Ayer. Lola: académica correspondiente de la Academia Panameña de la Lengua. También hoy. ¿Alguien da más? Alguien, no sé; algo, sí: el libro <<El español es un mundo>> (Arpa): ochenta ensayos breves sobre la historia del español y sobre su situación actual. Pregunto: ¿podría considerarse a Lola (y a su libro) ejemplo vivo de divulgación de la filología española a nivel mundial? La contraportada del libro mentado así lo afirma. Yo, en verdad, lo creo. En ese libro hallamos un lenguaje sencillo sin recurrir a la simpleza posmoderna a que tanto nos tienen acostumbrados últimamente; sintaxis, no correcta, sino exquisita; un sentido textual profundo y lleno de ramales. La autora no hace ascos a la metáfora. Valga un ejemplo: <<El nombre almohadilla nació, sí, del inevitable parecido del signo con un cojín de dormir, pero hoy este signo es de verdad una almohada moral, un elemento que incorporar tras el lemita cambiante de turno para tumbarse en un sueño aliviado de conciencia que forzosamente va a ser ligero, ligero, porque el río sigue corriendo y busca nuevas frasecitas que enrejar entre almohadillas para que nosotros durmamos tranquilos>> (op. cit. Pág., 60).

     Proverbial. Nunca antes se había comparado el alma mater del hashtag, la almohadilla, con una almohada moral. Lógico. En la sociedad actual falta altura de miras y sobra superficialidad colorista y postureo ambientalista. La zafiedad campa a sus anchas por todo el territorio virtual. Algunos hablan de <<nueva vanguardia>>; yo, de <<nueva necedad ilustrada>>, la de los posmodernos con tiempo libre y un teclado delante. Muchos van de poetas (y se colocan un sombrero ante un micrófono en un antro nocturno... Risas). Y ¡ay!

miércoles, 1 de febrero de 2023

400/ Cartas juanramonianas (VII)

LO QUE SE ES SE ES. ¡Y PUNTO!


Unas breves líneas de una de las cartas que Juan Ramón dirigió a Sara Durán, de Ortiz Basaldo (y con este post doy por concluida la serie <<cartas juanramonianas>>), me han procurado una emoción indescriptible con base en la más absoluta y complaciente identificación personal con el poeta. ¡No podía ser de otra manera! Juan Ramón, como un servidor de nadie, carecería (¡por todos los dioses!) de ideología política. Y, como es de absoluto recibo, lo manifestaba a las claras. Abro paréntesis. Sandra Palo sabrá de lo que hablo. Cierro paréntesis. Esa confirmación del ser más profundo del poeta me ha llenado de orgullo (pero de un orgullo bueno). Entérense los señorones de las tertulias y de los estrados del poder mediático (periodistas en general): Quien carece de ideología política no es un babieca ni un trasnochado ni un hipócrita de salón. ¡Nada más, no ya “lejos de”, sino “extraviado en” la realidad! Ese, sencillamente, es un libre pensador (o mejor: un pensador libre. Es decir: no sometido a la servidumbre que imponen quienes discursean, a veces, desde la completa ignorancia (vale. O incompleta) o desde la pura inquina; otra veces, desde la convicción, en cuyo caso podría hasta llegar a compadecerme de ellos; no siempre). Este pensador libre o libre pensador no se ovilla en siglas, escudos, himnos o banderas. No, no. Este pensador libre o libre pensador baga a sus anchas por parajes desérticos que en algún punto de su reseco piso albergan un oasis: el de la lógica y el sentido común; el del Humanismo. ¿A qué tanto mirarse el ombligo Derechas e Izquierdas? Nunca me ha interesado esa intelectualidad mediatizada por los colores partidistas.

     Las líneas de la carta arriba mentada son estas:

     <<Yo no pertenezco a ningún “partido político”, no soy comunista, nazista, fascista, monárquico, republicano, socialista, etc. Y nunca he aceptado cargo alguno con la república ni con la monarquía española, ni he cobrado un solo céntimo, en ningún concepto, de su erario público>>.

     La carta está fechada el 22 de junio de 1948. Ojo al dato: ¡1948!        

     Toques de atención. Uno: a los <<politiquillos>>. España es un país donde estos abundan (muchos escritores de renombre lo son, por ejemplo, Fernando Sánchez Dragó. Y yo que creía que Fernandito era anarquista… ¡Bah! El ilustre escritor, creo, <<miente más que escribe>>). Y dos: a los <<funcionarios>>. Ídem. ¿Me convertiré yo, algún día, en uno de ellos? Ya lo soy, no <<de carrera>>. 

     (<<Que cada perrito se lama su rabito…>>).

     ¡Bravo, Juan Ramón! A honestidad y valentía no te ganaba (ni te ganará) nadie. 

     Y, ¡¿quién ha dicho que la poesía debe ser comprometida?! Segundo ¡bah!