La madre (biológica) de Ana ha muerto. Yo lo he sentido mucho. Ana es de las pocas personas en quien confío la ambrosía y las toxinas de mi carácter (sin duda alguna). Se llamaba (la madre biológica de Ana) Ana Molina. Nombre y apellido, éstos, unidos para siempre a mi <<biografía no novelada>> por una cuestión que no viene a cuento ahora… Lo que sí viene, aquí y ahora, a cuento son los versos de Antonio Machado que dicen: <<No me pidáis presencia./ Las almas huyen para dar canciones./ Alma es distancia y horizonte: ausencia>> (versos pescados en el caladero de Fernando Sánchez Dragó; concretamente en: <<El camino del corazón>>. Planeta. Barcelona, 2003. Pág., 12).
Así la vida, así la muerte, Ana: <<Alma es distancia y horizonte: ausencia>>.
Por eso creo (por eso intuyo) que vuestra distancia (no vuestra ausencia. Ésta no ha existido, ni existirá, nunca) es Alma. Yo la llamaré (a Ana Molina), a partir de ahora, de este modo sutil: Ana Alma.
Otro poeta que escribió sobre la <<evanescencia fundamental>> fue Joan Margarit (<<fundamental>> la <<evanescencia>> y <<fundamental>> el poeta); lo hizo respecto de sí mismo; yo lo juzgo aplicable a toda partida eterna de un ser querido…
Refiero el poema titulado…
CONMOVEDORA INDIFERENCIA
Pensé que me quedaba todavía
tiempo para entender la honda razón
de dejar de existir. Lo comparaba
con el desinterés, con el olvido,
con las horas del sueño más profundo,
pensando en esas casas donde un día vivimos
y a las que no hemos vuelto nunca.
Pensaba que lo iba comprendiendo,
que me iba liberando del enigma.
Pero estaba muy lejos de saber
que yo no me libero. Me libera la muerte:
permite, indiferente,
que me vaya acercando hasta alguna verdad.
Inexplicablemente, esto me ha emocionado.
Ella está evanescida; es decir: liberada. Quédate, Ana, con eso; y tranquila: Sic erat scriptum.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.