OPINIÓN
Dicen que una imagen vale más que mil palabras. Yo digo algo a la vez semejante y desemejante. Y es: una imagen, suscitada por palabras, vale más que mil palabras que no suscitan una sola imagen. Parece un trabalenguas. No lo es. Con ello aludo (la duda ofende) a la literatura. Y al lenguaje literario. Y a la retórica fundamentada en lo verbal y en lo visual al par. Con ello aludo, en suma, al arte de escribir <<bonito>> (o tanto monta: <<con voluntad de estilo>>). Esto de lo visual en el mismo plano que lo verbal lo juzgo aplicable, de un modo cuasi-mágico, a la política. La política se presta, a las mil maravillas, al juego que hay implícito en toda expresión literaria: el de la travesura verbal. Es lo que vienen haciendo, desde que el mundo es mundo, novelistas y poetas (y ensayistas y columnistas y blogueros). Es decir: aquellos que escriben ficción, auto-ficción, no ficción con alma de ficción… Abro paréntesis: no busquemos esas travesuras en los textos urdidos por el catedrático de Historia o de Economía o de Derecho, ¡Vade retro, Satana!, de turno; excepciones habrá. Cierro paréntesis. Una palabra, una simple y llana frase, hacen las delicias del lector de literatura. El juego verbal suele emparentarse más con el genio que con la vocación o el esfuerzo puesto en la busca de una fórmula idónea para lograrlo (el juego verbal). La busca del juego evocado suele abocar al buscador al más rotundo fracaso. La imagen sale o no sale: no hay que ir a buscarla (o, tal vez, sí. Yo no sé…); tampoco irrumpe como caída del cielo del Dios Thot (o, tal vez, sí. Uf…). He aquí, por fin, un ejemplo: una frase (la transcribo) que cumple a la perfección con su cometido: decir mucho jugando poco. Y es: <<(…) Tomaban patatas fritas sin quitarse los guantes>>. Pensemos, en un pis pas, cómo es alguien que come patatas fritas sin quitarse los guantes. ¡Exacto! Y, ¿no es esto decir mucho? Ahora, para los de corazón ansioso, pondré la frase en contexto: <<Los democristianos de talante progresista eran simplemente unos chicos listos, educados, reglamentarios, acicalados, seguidores de algún teólogo alemán, suaves y discretos, que tomaban patatas fritas sin quitarse los guantes>> (Manuel Vicent: <<Jardín de Villa Valeria>>. Alfaguara. Madrid, 1996. Pág., 180). No entraré en disquisiciones políticas o ideológicas. Aburren, éstas, al más pintado. A mí el talante de los democristianos, la verdad, me la refanfinfla. Esto no es óbice para que no aplauda al genio que parió la imagen verbal arriba transcrita: Manuel Vicent. No sólo la novela de Vicent encierra la frase de marras. La frase de marras encierra la novela de Vicent. Entonces permítaseme que pregunte: ¿Es o no es meritorio algo así? Pues eso.
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