miércoles, 18 de septiembre de 2024

461/ Creadores chuscos de opinión

En <<La segunda generación poética de posguerra>> (José Luis García Martín. Departamento de Publicaciones de la Excma. Diputación de Extremadura. Badajoz, 1986. Pág., 99) leo el siguiente fragmento: <<Yo no puedo escribir si no me siento en la inminente necesidad de defenderme de algo con lo que estoy en radical desacuerdo. El acto de escribir supone para mí un trabajo de aproximación crítica al conocimiento de la realidad y también una forma de resistencia frente al medio que me condiciona. No podría entender de otro modo –ni justificar moralmente– esa propuesta dialéctica que entraña la literatura>>. Y algunas líneas más abajo (op.cit. Pág., 100): <<La novela y la poesía suponen para mí, fundamentalmente, otras tantas tentativas de reproducción lingüística de mi experiencia o de mis lastres mentales o de mis manías o de mi manera de ser…>>. Ambos fragmentos llevan la firma del mismo literato: José Manuel Caballero Bonald. El primero alude a la <<Poesía crítica>>; el segundo (tan en boga hoy), a la <<Poesía de la experiencia>>. Mismo firmante (que no farsante), distinta concepción de la literatura (que no de la poesía a secas).

     Caballero Bonald pasó el Rubicón de la crítica quizá feroz y no sé si bella del mundo para adentrarse en el bosque caducifolio de los fueros interiores del (con mayúscula) Hombre. Esto demuestra el carácter <<veleta>> de muchas sentencias paridas por escritores de sobrada reputación. Lo diré como lo pienso: lo que dicen (o escriben) los literatos opinadores profesionales y eruditos (casi nunca a la violeta. Excepciones, ay, hay) hay que tomarlo entre bromas y veras; es decir: con la pinza de tender el disfraz de carnaval (o de circo) de la noche anterior; y, luego, tenderlo el disfraz al sol de la sospecha lectora (chorrea éste abundante postureo verborreico). Lo mentado ocurre con especímenes gazmoños del tipo: Juan Manuel de Prada (tan barroquito él que para decir: <<Les machacan el cerebro>>, dice: <<(…) Les batanean las meninges>>; o para decir: <<Individuo de izquierdas protegido por medios de izquierdas>>, dice: <<(…) Paniaguados con púlpito mediático adscritos al negociado ideológico de izquierdas>>); Fernando Sánchez Dragó (quien subrayaba su entraña española y hasta españolista denigrando a España y a los españoles); Luis Antonio de Villena (Capitán de navío anglosajón en un mar de Castilla…); Ángel Antonio Herrera (quien escribió de Bonald que era un <<barroco hacia dentro>>); etc.

     Yo, ahora, arriesgaré una concepción personalísima pero transferible de la literatura. Y diré: Literatura, señores y señoras, es (redoble de tambores: ¡Rataplán-rataplán!) tres entelequias; a saber… Una: Conocimiento crítico del mundo sensible y extra-sensible y de la condición humana no menos extra-sensible y sensible que el mundo que enjuiciamos críptica y críticamente. Dos: experiencia personal y transferible de índole psico-socio-afectiva y no sé qué más. Y tres: fabulación libérrima. La tercera prepondera respecto de las otras dos. Visión formalista, la mía, de la literatura. En efecto. Así es. Sin imaginación (sin inventiva. Sin estilo) no hay literatura elevada que se precie. Lo demás son recreaciones bellas (o adefesios) de la realidad presente, pasada, futura. Punto. Yo desestimo el Realismo seco (hecho de esparto) de nuestras <<sagradas escrituras>> literarias.

     Quevedo y Góngora inventaban más que hablaban. Cervantes, ídem. Lope, ídem. He ahí, ¡ea!, el ramillete (más trébol) de cracks que hoy son malinterpretados estilísticamente por la camada de columnistas barrocos (que no burracos) de la élite opinadora del momento vigente que la mayoría habitamos con verdadero estupor. Y todo con De Prada a la cabeza enarbolando la bandera de la cofradía con afán de lucro y, de paso, de cotorra H.T.M.L. (Hermandad del Taimado con Mala Leche). 

    Pero yo sólo quería asentar que las opiniones de los literatos opinadores profesionales y eruditos (casi nunca a la violeta) no son rígidas ni nada que se le asemeje. Y también: que más nos valdría tener como creadores de opinión pública catedráticos en vez de novelistas y poetas. O mejor aún: psicólogos y psiquiatras (excepto el doctor Cabrera. Tan aficionado él a la locución latina <<Manu militari>>… ¡Quita, quita!). De este modo acribillaríamos dos pajarracos de un tiro: el loro no violeta de la erudición del barroquito de turno y el cuervo negro-negrísimo de la frustración del pobrecito lector (también de turno).

viernes, 13 de septiembre de 2024

460/ Docente decente

Con toda la ira del mundo (pero sin ella a efectos prácticos) grito a los cuatro vendavales: ¡La labor docente se infravalora! Vengo gritándolo desde cuando adopté el rol correspondiente con más o menos fatiga por pura falta de pragmatismo: alumno a perpetuidad es (fue. Será) un servidor (casi) de nadie. É, mal que me pese, cosí. Vale. A lo que iba: el trabajo realizado por el enseñante no es valorado como éste merece; no el enseñante (que también), el <<trabajo>> desempeñado por éste, digo. 

     Josefina Aldecoa aludió a ello por la vía heterodoxa o Del Paso Cambiado: describiendo justo lo contrario; a saber: el incalculable valor del <<trabajo>> docente. ¿Dónde? Aquí: en <<Historia de una maestra>>. Novela, ésta, constitutiva de vocaciones a tutiplén. No en vano (por lo que tengo entendido) ha sido marco referencial de muchas vocaciones. Ahora apostillaré algo: la vocación no tiene porqué erigirse, sí o sí, en la mejor carta de presentación del profesional de turno. Verbigracia: docentes no vocacionales hay que ejercen su labor admirablemente y no por su desvergonzada condición (no vocacionales) tienen que ser expulsados del Reino Excelso de los Profesores. Luego están aquellos que dicen (refiriendo la novela de Josefina): <<Eso es una visión idealizada de la docencia>>. Éstos suelen constituir grupo ideológico aparte (de ordinario: monárquicos, católicos, apostólicos y romanos). Allá ellos.

     Ya en el 31 se planteó tan acuciante problemática:

     <<Sostenía en las manos el periódico y leía: “Los maestros se adhieren entusiásticamente a la Nueva República…” “Una de las reformas más urgentes que va a emprender la República es la reforma de la enseñanza…” “La dignificación de la figura del maestro será el primer paso de esta reforma…”>> (op.cit. Penguin Random House Grupo Editorial, S.A.U. Barcelona, 2015. Pág., 109).

     La clave está en el término <<dignificación>>. Muchos atributos hay, creo, en el kit del digno. Que si excelente. Que si honorífico. Que si decoroso… ¡Paparruchas! `Digno´: merecedor de respeto y de valoración propia y ajena. Ya está; para qué seguir. Con respeto y valoración de quién es y hacia lo que hace se sobra y basta el maestro y cualquier trabajador del ramo que se precie. Dos atributos (valor y respeto) que aquél o aquélla (contentemos a los, y a las, amantes del lenguaje inclusivo) se ha ganado con creces por un motivo bien fundado: porque nunca dejará de interesarle (al buen maestro) aprender. Aprenderá éste, sine die, sobre cualquier sustancia (por nimia o elevada que sea) y también de sus aprendices. Ahora díganme una profesión en la que el maestro aprenda del discípulo…

     Quien desvaloriza a un maestro se desvaloriza a sí mismo. Yo no hallo, en todo el orbe, nada más necio. Digamos las cosas (¡oh témpora, oh mores!) como son.

lunes, 9 de septiembre de 2024

459/ Máscaras por doquier

Hay un trasfondo en todo (y en todos) que nunca deja indiferente a <<naide>>. El mío (mi trasfondo), por supuesto, tampoco. Pero éste yo ya me lo sé. El de los demás (casos y cosas y el resto en el saco) zamarrea fuertemente cuando se desarreboza. O cuando se da uno de boca con el borde saliente de la irrealidad de turno y acaba rompiéndose un diente. Deviene curioso (mejor: desasosegante) observar cómo la manipulación del otro nos vapulea al mismo tiempo que nosotros vapuleamos al otro con nuestra manipulación. Curioso, desasosegante, e irritante. Un baile de máscaras perpetuo y sin fórmula de (di)solución. Juan Ramón Jiménez escribió: <<Yo no soy yo./ Soy este/ que va a mi lado sin yo verlo>>. El sanctasanctórum literario no escapa a esta irrealidad real. Quién es quién en el baile de máscaras en que se ha convertido el mundo no es fácil de discernir. Estamos (conjeturo) en riesgo. ¿De qué? De sufrir una puñalada trapera, puntada a traición, puñeteada no entrevista. Pero, ¿y si hubiese alguien que en esa puñeteada, puntada y puñalada, viese una oportunidad para dar esquinazo a la frustración (de ordinario tan funesta)? 

     Ignacio Martínez de Pisón ha escrito: <<Aquella mañana descubrí que las cosas casi nunca son como aparentan, que vemos sólo una pequeña parte y creemos que lo estamos viendo todo, cuando lo más importante permanece oculto, sumergido, como dicen que ocurre con los icebergs. Había podido descubrirlo cuando lo de Estoril, pero entonces era demasiado pequeña y, por otro lado, ¿qué tenía de extraño el que la tía Amalia y Alfonso se movieran siempre entre secretos, simulaciones y mentiras? El hecho de que hubieran acabado siendo condenados por estafa confirmaba precisamente el carácter excepcional de su conducta. Ahora era diferente. Ahora comprendía que eso era normal, que todos (mi padre, mi tía, yo misma, niña pobre por las mañanas, niña rica por las tardes) teníamos algún secreto que esconder, y que la vida era como esos muebles que mantienen un aspecto robusto aunque por dentro están siendo devorados por la termita y que, un buen día, de repente, se desmoronan y se convierten en polvo>> (Ignacio Martínez de Pisón. <<María bonita>>. Seix Barral. Barcelona, 2023. Págs., 106-107).

     Así, en efecto, acontece. La pregunta de rigor es: ¿Cuál de los dos yoes es el probado? O dicho de otro modo (y extrapolándolo al terreno de la literatura): ¿Va sin máscara el narrador/sujeto poético o es el autor del texto (o ambos. O ninguno) el que sin ella va? ¿Y no habrá más de dos yoes en cada uno? Retomando el texto de Pisón: ¿Merece la pena (más la pesadumbre) evitar la frustración abrazando el fingimiento? Uf. ¡Chi lo sa!   

miércoles, 4 de septiembre de 2024

458/ Contranatura (II)

Otro hecho contranatura. Otro filicidio de una escritora (igualmente feminista de pro. Más poetisa quizá) cuya labor no sólo artística, también filantrópica (participó en numerosas empresas de solidaridad muchas veces centradas en la infancia), era prometedora. Y era reconocida. Su nombre: Blanca de Gassó Ortiz. La obra de Blanca no constituía una promesa: era puro presente; el del siglo XIX español. Una centuria, ésta, que legó letras súper cursis envueltas en erudición y religiosidad formidables. Literatura, a pesar de todo, de alto vuelo. Un ejemplo lo constituyen los poemas de Blanca. 

     Botón (cursi) de muestra:


     CANTOS Y SUSPIROS (1869)


     Si suspiro, me dicen

     que de amor peno,

     y si alegre es mi trova

     que soy de hielo.

     Canto, suspiro

     y no entiende de amores

     el pecho mío.


     Los suspiros y cantos

     son ambrosía

     que gozo santo vierten

     en alma y vida…

     ¡Ay! Mis cantares

     son los ecos que a el alba

     envía el aire.


     El mundo no comprende

     mi gozo y pena;

     ¿qué me importa que el mundo

     no los comprenda?

     Canto, suspiro

     y no entiende de amores

     el pecho mío. 


     Botón (religioso) de muestra:


     EN EL DÍA DE LA VIRGEN

     IMPROVISACIÓN (1877)


     Vierte el alba su luz pura

     anunciando bello día,

     y a sus fulgores, María,

     escrito se ve en la altura;

     engalanada Natura

     himno entona sin igual

     a la Reina Celestial,

     y el alma a tan dulce encanto

     vuela en alas de amor santo

     a la región eternal.


     Blanca fue asesinada por su padre adoptivo (Antonio Jacinto Ortiz). El fúnebre hecho aconteció en 1877. Algunos apuntes biográficos de la víctima y del victimario son los que siguen: Blanca coqueteaba con el Espiritismo; el futuro esposo de Blanca no sólo coqueteaba con esta corriente de pensamiento impenetrable sino que, además, ostentó un cargo de responsabilidad en la Sociedad Espiritista Española; ídem, Antonio Jacinto. 

     Antonio Jacinto fue humillado por unos chances comerciales y tuvo que soportar la indignidad del fracaso en distintas plazas públicas. Digámoslo con franqueza: su mente se fue enturbiando de apoco hasta quedar hecha unos zorros. Lo pagó con su hija adoptiva. No gustaba, por lo demás, del pretendiente de Blanca. Antonio Jacinto escribía poesía.

     Fin de los apuntes biográficos.

     Antonio Jacinto mató a Blanca de Gassó Ortiz con un arma de fuego mientras ella dormía. Luego, acabó descerrajándose un tiro en la cabeza. Como dicta el típico tópico lúgubre de toda nuestra vida en este valle de risas y lágrimas: se fue la persona pero quedó su obra. 

    Lo que también nos quedará, siempre, será la incertidumbre acerca del funesto móvil del filicidio. Yo alumbro la posibilidad de la envidia como inductora de tan luctuoso hecho. El orgullo, rendido de hinojos, de Antonio Jacinto no quedaría demasiado lejos. 

     Juzgue, si así lo desea, el lector.