En <<La segunda generación poética de posguerra>> (José Luis García Martín. Departamento de Publicaciones de la Excma. Diputación de Extremadura. Badajoz, 1986. Pág., 99) leo el siguiente fragmento: <<Yo no puedo escribir si no me siento en la inminente necesidad de defenderme de algo con lo que estoy en radical desacuerdo. El acto de escribir supone para mí un trabajo de aproximación crítica al conocimiento de la realidad y también una forma de resistencia frente al medio que me condiciona. No podría entender de otro modo –ni justificar moralmente– esa propuesta dialéctica que entraña la literatura>>. Y algunas líneas más abajo (op.cit. Pág., 100): <<La novela y la poesía suponen para mí, fundamentalmente, otras tantas tentativas de reproducción lingüística de mi experiencia o de mis lastres mentales o de mis manías o de mi manera de ser…>>. Ambos fragmentos llevan la firma del mismo literato: José Manuel Caballero Bonald. El primero alude a la <<Poesía crítica>>; el segundo (tan en boga hoy), a la <<Poesía de la experiencia>>. Mismo firmante (que no farsante), distinta concepción de la literatura (que no de la poesía a secas).
Caballero Bonald pasó el Rubicón de la crítica quizá feroz y no sé si bella del mundo para adentrarse en el bosque caducifolio de los fueros interiores del (con mayúscula) Hombre. Esto demuestra el carácter <<veleta>> de muchas sentencias paridas por escritores de sobrada reputación. Lo diré como lo pienso: lo que dicen (o escriben) los literatos opinadores profesionales y eruditos (casi nunca a la violeta. Excepciones, ay, hay) hay que tomarlo entre bromas y veras; es decir: con la pinza de tender el disfraz de carnaval (o de circo) de la noche anterior; y, luego, tenderlo el disfraz al sol de la sospecha lectora (chorrea éste abundante postureo verborreico). Lo mentado ocurre con especímenes gazmoños del tipo: Juan Manuel de Prada (tan barroquito él que para decir: <<Les machacan el cerebro>>, dice: <<(…) Les batanean las meninges>>; o para decir: <<Individuo de izquierdas protegido por medios de izquierdas>>, dice: <<(…) Paniaguados con púlpito mediático adscritos al negociado ideológico de izquierdas>>); Fernando Sánchez Dragó (quien subrayaba su entraña española y hasta españolista denigrando a España y a los españoles); Luis Antonio de Villena (Capitán de navío anglosajón en un mar de Castilla…); Ángel Antonio Herrera (quien escribió de Bonald que era un <<barroco hacia dentro>>); etc.
Yo, ahora, arriesgaré una concepción personalísima pero transferible de la literatura. Y diré: Literatura, señores y señoras, es (redoble de tambores: ¡Rataplán-rataplán!) tres entelequias; a saber… Una: Conocimiento crítico del mundo sensible y extra-sensible y de la condición humana no menos extra-sensible y sensible que el mundo que enjuiciamos críptica y críticamente. Dos: experiencia personal y transferible de índole psico-socio-afectiva y no sé qué más. Y tres: fabulación libérrima. La tercera prepondera respecto de las otras dos. Visión formalista, la mía, de la literatura. En efecto. Así es. Sin imaginación (sin inventiva. Sin estilo) no hay literatura elevada que se precie. Lo demás son recreaciones bellas (o adefesios) de la realidad presente, pasada, futura. Punto. Yo desestimo el Realismo seco (hecho de esparto) de nuestras <<sagradas escrituras>> literarias.
Quevedo y Góngora inventaban más que hablaban. Cervantes, ídem. Lope, ídem. He ahí, ¡ea!, el ramillete (más trébol) de cracks que hoy son malinterpretados estilísticamente por la camada de columnistas barrocos (que no burracos) de la élite opinadora del momento vigente que la mayoría habitamos con verdadero estupor. Y todo con De Prada a la cabeza enarbolando la bandera de la cofradía con afán de lucro y, de paso, de cotorra H.T.M.L. (Hermandad del Taimado con Mala Leche).
Pero yo sólo quería asentar que las opiniones de los literatos opinadores profesionales y eruditos (casi nunca a la violeta) no son rígidas ni nada que se le asemeje. Y también: que más nos valdría tener como creadores de opinión pública catedráticos en vez de novelistas y poetas. O mejor aún: psicólogos y psiquiatras (excepto el doctor Cabrera. Tan aficionado él a la locución latina <<Manu militari>>… ¡Quita, quita!). De este modo acribillaríamos dos pajarracos de un tiro: el loro no violeta de la erudición del barroquito de turno y el cuervo negro-negrísimo de la frustración del pobrecito lector (también de turno).