Otro hecho contranatura. Otro filicidio de una escritora (igualmente feminista de pro. Más poetisa quizá) cuya labor no sólo artística, también filantrópica (participó en numerosas empresas de solidaridad muchas veces centradas en la infancia), era prometedora. Y era reconocida. Su nombre: Blanca de Gassó Ortiz. La obra de Blanca no constituía una promesa: era puro presente; el del siglo XIX español. Una centuria, ésta, que legó letras súper cursis envueltas en erudición y religiosidad formidables. Literatura, a pesar de todo, de alto vuelo. Un ejemplo lo constituyen los poemas de Blanca.
Botón (cursi) de muestra:
CANTOS Y SUSPIROS (1869)
Si suspiro, me dicen
que de amor peno,
y si alegre es mi trova
que soy de hielo.
Canto, suspiro
y no entiende de amores
el pecho mío.
Los suspiros y cantos
son ambrosía
que gozo santo vierten
en alma y vida…
¡Ay! Mis cantares
son los ecos que a el alba
envía el aire.
El mundo no comprende
mi gozo y pena;
¿qué me importa que el mundo
no los comprenda?
Canto, suspiro
y no entiende de amores
el pecho mío.
Botón (religioso) de muestra:
EN EL DÍA DE LA VIRGEN
IMPROVISACIÓN (1877)
Vierte el alba su luz pura
anunciando bello día,
y a sus fulgores, María,
escrito se ve en la altura;
engalanada Natura
himno entona sin igual
a la Reina Celestial,
y el alma a tan dulce encanto
vuela en alas de amor santo
a la región eternal.
Blanca fue asesinada por su padre adoptivo (Antonio Jacinto Ortiz). El fúnebre hecho aconteció en 1877. Algunos apuntes biográficos de la víctima y del victimario son los que siguen: Blanca coqueteaba con el Espiritismo; el futuro esposo de Blanca no sólo coqueteaba con esta corriente de pensamiento impenetrable sino que, además, ostentó un cargo de responsabilidad en la Sociedad Espiritista Española; ídem, Antonio Jacinto.
Antonio Jacinto fue humillado por unos chances comerciales y tuvo que soportar la indignidad del fracaso en distintas plazas públicas. Digámoslo con franqueza: su mente se fue enturbiando de apoco hasta quedar hecha unos zorros. Lo pagó con su hija adoptiva. No gustaba, por lo demás, del pretendiente de Blanca. Antonio Jacinto escribía poesía.
Fin de los apuntes biográficos.
Antonio Jacinto mató a Blanca de Gassó Ortiz con un arma de fuego mientras ella dormía. Luego, acabó descerrajándose un tiro en la cabeza. Como dicta el típico tópico lúgubre de toda nuestra vida en este valle de risas y lágrimas: se fue la persona pero quedó su obra.
Lo que también nos quedará, siempre, será la incertidumbre acerca del funesto móvil del filicidio. Yo alumbro la posibilidad de la envidia como inductora de tan luctuoso hecho. El orgullo, rendido de hinojos, de Antonio Jacinto no quedaría demasiado lejos.
Juzgue, si así lo desea, el lector.
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