Con toda la ira del mundo (pero sin ella a efectos prácticos) grito a los cuatro vendavales: ¡La labor docente se infravalora! Vengo gritándolo desde cuando adopté el rol correspondiente con más o menos fatiga por pura falta de pragmatismo: alumno a perpetuidad es (fue. Será) un servidor (casi) de nadie. É, mal que me pese, cosí. Vale. A lo que iba: el trabajo realizado por el enseñante no es valorado como éste merece; no el enseñante (que también), el <<trabajo>> desempeñado por éste, digo.
Josefina Aldecoa aludió a ello por la vía heterodoxa o Del Paso Cambiado: describiendo justo lo contrario; a saber: el incalculable valor del <<trabajo>> docente. ¿Dónde? Aquí: en <<Historia de una maestra>>. Novela, ésta, constitutiva de vocaciones a tutiplén. No en vano (por lo que tengo entendido) ha sido marco referencial de muchas vocaciones. Ahora apostillaré algo: la vocación no tiene porqué erigirse, sí o sí, en la mejor carta de presentación del profesional de turno. Verbigracia: docentes no vocacionales hay que ejercen su labor admirablemente y no por su desvergonzada condición (no vocacionales) tienen que ser expulsados del Reino Excelso de los Profesores. Luego están aquellos que dicen (refiriendo la novela de Josefina): <<Eso es una visión idealizada de la docencia>>. Éstos suelen constituir grupo ideológico aparte (de ordinario: monárquicos, católicos, apostólicos y romanos). Allá ellos.
Ya en el 31 se planteó tan acuciante problemática:
<<Sostenía en las manos el periódico y leía: “Los maestros se adhieren entusiásticamente a la Nueva República…” “Una de las reformas más urgentes que va a emprender la República es la reforma de la enseñanza…” “La dignificación de la figura del maestro será el primer paso de esta reforma…”>> (op.cit. Penguin Random House Grupo Editorial, S.A.U. Barcelona, 2015. Pág., 109).
La clave está en el término <<dignificación>>. Muchos atributos hay, creo, en el kit del digno. Que si excelente. Que si honorífico. Que si decoroso… ¡Paparruchas! `Digno´: merecedor de respeto y de valoración propia y ajena. Ya está; para qué seguir. Con respeto y valoración de quién es y hacia lo que hace se sobra y basta el maestro y cualquier trabajador del ramo que se precie. Dos atributos (valor y respeto) que aquél o aquélla (contentemos a los, y a las, amantes del lenguaje inclusivo) se ha ganado con creces por un motivo bien fundado: porque nunca dejará de interesarle (al buen maestro) aprender. Aprenderá éste, sine die, sobre cualquier sustancia (por nimia o elevada que sea) y también de sus aprendices. Ahora díganme una profesión en la que el maestro aprenda del discípulo…
Quien desvaloriza a un maestro se desvaloriza a sí mismo. Yo no hallo, en todo el orbe, nada más necio. Digamos las cosas (¡oh témpora, oh mores!) como son.
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