Afirmar que el tercer Reich fue un Estado perverso es de Perogrullo. El mundo, por merecido machaque, lo sabe. Lo que, quizá, no sabe el mundo (o parte del mundo) es la <<increíble y triste historia>> de los <<cándidos>> amantes de Varsovia. Así la bautizo yo. Sencilla. Novelera. Dramática. Demasiado dramática…
Darcy O´Brien, autor de unos de los mejores libros que he leído nunca (El Papa oculto), ha escrito:
<<Los alemanes tomaron el control de inmediato y se erigieron en amos de los esclavos polacos, cuya categoría más baja quedaba reservada a los judíos. De un plumazo, Polonia se había convertido no sólo en un país ocupado sino en una nación de siervos. Antes esta realidad, Wiktor tomó una decisión>>.
La decisión que tomó Wiktor, dentro de su connatural horror, exige gran valentía del decisor. Sobre este punto existe una controversia universal. Yo milito en el equipo de aquéllos que tildan de valiente uno de los actos más humanos que existen sobre la faz de la Tierra. Huelga aclarar que mi juicio carece de estímulo religioso (que no espiritual). Empatizo con aquellos otros que militan en el equipo opuesto. Cabría preguntarse, por lo demás, qué entiende uno (qué entiendes tú, lector) por religión. ¡Pero esto sería harina de otro costal!
De nuevo Darcy O´Brien (prolongación del anterior pasaje):
<<Sabía [Wiktor] muy bien lo que habría de ocurrirle a él y a la mujer que amaba. Según las leyes del Reich, el hecho de que él y la condesa fueran amantes los convertía en criminales. Ambos serían declarados culpables de violar el edicto que prohibía las relaciones sexuales entre personas de distintas razas, proscripción que expresaba perfectamente la perversión que la inspiraba y que, como el cascabel de una serpiente, anunciaba la muerte. Wiktor no quería separarse de su amada, pero sabía que seguir a su lado significaría condenarla sin remedio>>.
¿Qué hace un hombre enamorado en un quilombo como este (ídem, una mujer)?
Continúa O´Brien (segunda prolongación del pasaje primero):
<<Los sirvientes encontraron su cuerpo; su mano empuñaba una pistola. Cuando la condesa se enteró de que Wiktor estaba muerto se arrojó a la calle desde la ventana de un quinto piso>>.
Poner puertas al campo: aterrador. Labor ésta que, a mi juicio, acometieron los nazis. Lucharon contra la naturaleza. Contra la raza. Contra la cultura. Cultura, raza, naturaleza judías (se sobrentiende); o sea: contra todo lo que no se ajustara a sus parámetros de perfección y belleza arias.
Llamar cobarde al suicida es una contradicción en sí misma. Cuando el nivel de sufrimiento humano sobrepasa los límites de la psicología emerge, como impulsada por un resorte engarrotado y siniestro, la valentía del hombre (de la mujer). Lo cobarde sería seguir padeciendo sine die tormento por miedo a la <<caída final>>. Una cobardía, es claro, legítima. Humanísima. Una cobardía, quizá, preferible a la postrera valentía.
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