jueves, 21 de agosto de 2025

487/ De la re-lectura (I)

OJO AVIZOR DEL LECTOR


Releer es una sabia elección. Pero releer no tiene porqué ser una sana costumbre. Algo hay en la re-lectura que al lector priva del placer originario de la primera lectura. Ahí, la capacidad de sorpresa se habría extraviado irremisiblemente, y ya no habría posibilidad de regresar por sus fueros. La cosa dependerá, me parece, del tipo de texto que ambicionemos leer o releer. No es lo mismo releer o leer una novela (aquí, la segunda lectura poco nos va deparar, más allá de una o dos nimiedades que se nos escaparon con la primera) que un ensayo o que una tesis doctoral o que un prospecto medicamentoso. Tampoco es lo mismo releer con una diferencia temporal exigua entre la primera y la segunda lectura que hacerlo con otra cuantiosa (incluso, exorbitante), de esas que supuran olvido por sus abiertos y vulcanizados poros. Tampoco esto, como digo, es lo mismo.

     Releo Una historia ridícula (Tusquets, 2022), de Luis Landero, y no me parece algo malsano aunque sí una sabia <<elección>> de las pocas que hay hoy. Veo <<desfilar>> ante mí a Marcial (el protagonista) y, sin sorprenderme nada (¡pero nada de nada!), sí creo notar otro nivel de comprensión de la trama y del argumento y un más claro significado del argumentario de Marcial. No es baladí. Atiéndase, si no, al complicado entramado mental del trabajador del sector cárnico que poco o nada se diferencia con el de un narcisista neurasténico (o similar). No es, como digo (¡y digo bien!), baladí. Esta segunda lectura de Una historia ridícula se me antoja menos aventurera que intelectiva. Con ella indago más el entendimiento que la diversión; más su razón de ser (la de la historia, con su trama y su argumento, con su argumentario…) que la mía cuando leo. É, sencillamente, cosí

     También percibo, al releer, un ritmo de lectura inusitado. Más veloz éste, menos contemporizador; más directo al grano, menos dado al bucle. Y esto, para mí, no tiene precio de puja (ni de otro tipo). Pero ojo: esto, siempre y cuando el objetivo sea la comprensión y no el deleite de la lectura por sí misma (…porque sí) y sin expectativas de ninguna clase. Acaso sea la re-lectura una lectura libre (menos condicionada por la memoria y la capacidad de desambiguación del lector) o, al menos, menos sujeta al riesgo de la no continuidad. Quien abandona una empresa acaba siendo menos libre que quien determina, contra viento y marea, seguir adelante. No creo que sobre esto último haya discusión alguna.

     Releer Una historia ridícula, en todo caso, me está aportando una visión de plano más abierto (más libre) y con más píxeles (mejor calidad de la imagen) que la que me aportó la primera lectura. Pero, ¡y aquí viene la chafa!, el lenguaje extravía gran parte de su poder de seducción; se vuelve, de pronto, previsible y estigmatizado con aquellas marcas personales del autor (o del narrador) que ya creíamos olvidadas. No lo estaban. Existen en la memoria, provistas de una materialidad casi inasumible por el ojo avizor del lector. 

     Con todo, dejo a salvo la belleza del tono (ese pieza indiferenciada del engranaje de la literatura). El tono se me antoja crucial para interpretar rectamente un texto literario. El que utiliza Marcial al narrar sus peripecias y dar cuenta de sus teorías pseudo-filosóficas y pseudo-psicológicas sobre la condición humana lo juzgo un acierto proverbial la novela. Yo no sabría definirlo ahora y aquí; sí me atreveré a decir algo: Marcial, el protagonista absoluto de esta historia, habla desde la neurosis de un tipo culto y educado que en sí mismo encierra un monstruo a la vez fascinante e inquietante. Fabricar, como de hecho ha hecho Landero, ese tono no es tarea fácil. No, a juzgar por el número de páginas de la obra (doscientas ochenta y tres) y porque es un tono poco o nada patente en la vida media del lector medio. Cosa, ésta, a tener muy en cuenta.

     <<Yo no hablo en vano. Repito: yo no hablo en vano>>, declara Marcial en algún pasaje de Una historia ridícula. Y así, en efecto, acontece. Marcial nunca habla por hablar. Y eso, el tono (su tono) tiene que dibujarlo, tiene que afirmarlo Landero en la escena y sobre el papel. No, no es ésa (¡ni por asomo lo es!) tarea fácil.

     Me restaría hablar del nivel metafórico (si lo hay... Yo creo que lo hay) de Una historia ridícula. Pero, ¿saben qué? Lo dejaré para otra <<re-lectura>>…                  

lunes, 18 de agosto de 2025

486/ "La no-vida vivida"

<<Vivir así es muy poco vivir; pero, de otra parte, morir también así, sin haber vivido lo bastante alegremente para encontrar la muerte natural, es tan desalentador…>> (Camilo José Cela: Pabellón de reposo. RBA Editores, S.A. Barcelona, 1992. Pág., 111).

     <<Vivir así>>… Vale, pero, ¿qué es <<vivir así>>? <Vivir así>> es vivir postrado en una cama, o en un sillón, o en una silla; postrado uno en sí mismo. <<Vivir así>>: vivir sin vivir (pudiendo hacerlo; es decir: vivir), o tanto monta: <<La vida no vivida>> de Carl Jung. Pero don Camilo sin don no refiere sólo esta carencia de vida, no. Don Camilo José refiere más de una carencia en este sentido; por ejemplo: la <<no-vida vivida>> de quien, a causa de la tuberculosis, no vive más que postrado en una cama; o la de quien, estando sano como una pera, decide (a veces sin consciencia de ello) no vivir o vivir poco. Este es, con diferencia, el peor caso. No es el más dramático. Cierto; pero es, con el permiso de todos, el peor. Estar dotado para vivir y no hacerlo deviene, me parece, tristemente absurdo. 

     Yo no hablo del suicida. El suicida tendrá sus razones (todas legítimas, si cuerdo) para no querer vivir. Hablo del frustrado, del abúlico. Hablo del melancólico; ese que no sabe (porque sí puede; o eso quiero creer yo) vivir sacudiéndose de encima la pena por razones heterogéneas… <<Sólo el melancólico permaneció en su lecho, porque era inútil sacarlo al aire puro si sus ojos sólo veían sus propias pesadillas y sus oídos estaban sordos al tumulto de los pájaros>> (Isabel Allende: De amor y de sombra).

     A la frustración del <<vivir así>> se suma el desaliento del <<morir también así>>. ¿Cabe un panorama más desolador? Millones de criaturas, no sólo cr(e)aturas, en el mundo viven (si se puede llamar así…) así. Nadie hace nada por corregir ese renglón del texto del día a día. Cada quisque está a lo suyo. Y, ¿qué es lo suyo? Pues un consumo por aquí, un consumo por allá, un consumo por acullá… Vacación, coche, casa. Pareja, placer, disgusto (la mayoría de veces, ñoño). Amistad, deslealtad, consuelo último en el perdón (¡la soledad aprieta!) y… ¡Suma y sigue! Pero el melancólico persiste en su lecho, rumiando (extraviado en su, con ere, <<cerebración>>). Y no: nadie hace nada por corregir ese párrafo del texto de la vida. Si te ha tocado en suerte vivir la vida no vivida te has de aguantar. <<Que cada perrito se lama su capullito>>.

     Seguramente Cela pensaría que poder y no querer es cosa de ineptos. El alma mustia invalida el pensar, el sentir, el actuar; lo invalida todo. El espíritu es subsumido por la tristeza. El cuerpo no responde como debería… Pero los otros, los felices otros, están a lo suyo. Es lo que les sucede a los internos de Pabellón de reposo. Les salva la colectividad, la identidad de grupo, ese grupo que se crea a expensas del gran grupo que conforma toda la humanidad (los felices y los infelices, los sanos y los enfermos, los honestos y los trápalas). Un subgrupo aquél, por así decir, de la masa humana sufridora. Solo que aquél subgrupo tiene mácula: la enfermedad tuberculosis. Para quien no lo sepa: no está erradicada; como no lo está la melancolía… Ay.


     COLOFÓN 


     <<La vida la hemos olvidado. Para nosotros no existen ya más horizontes que los que hemos preferido elegir, lo cual viene a ser una ventaja, sin duda alguna. El mundo empieza y acaba a cuatro metros de nosotros mismos, alrededor de nuestra cama, y las gentes que gozan de los placeres de la existencia, los hombres y las mujeres que ríen y bailan desaforadamente, que se aman y se besan sin tiento y sin medida, no son nuestros hermanos>> (op.cit. Pág., 137).

lunes, 11 de agosto de 2025

485/ Genial y otro (o él mismo)

<<Decía ayer>> (pero es un decir “leonino”; mejor aún: falsamente “leonino”) que: <<No me fío del marqués de Iria Flavia>>. Ahora y aquí reitero lo dicho: no me fío del marquesucho de Iria Flavia. ¡Mirad con lo que sale ahora!: <<Hay gentes a quienes agrada el sufrimiento. Son de dos clases: sufridoras y mortificantes. Las sufridoras gozan en la propia desgracia con un aplomo que espeluzna; las mortificantes gustan de hacer sufrir a los demás, de decir la palabra hiriente, la segunda frase venenosa, de ensayar el gesto displicente, la mueca que lastima. Tanto las unas como las otras suelen ser violentos y alucinados espíritus religiosos; inventan mitos y nuevas y difíciles devociones, mistifican eternos e inmutables conceptos, tergiversan señales y augurios hermosos y sencillos…>> (Camilo José Cela: Pabellón de reposo. RBA Editores, S.A. Barcelona, 1992. Págs., 102-103).

     Yo sé que narrador y autor no tienen porqué coincidir. Pueden hacerlo; es, creo (tratándose de Cela), el caso. De creerlo (y juro por Dios que así lo creo), estaría descubriendo desde un prisma nuevo la tantas veces negada <<humanidad>> de Camilo José Cela; negada por muchos (por mí negada). No considerándolo, al Nobel, un ente inhumano; sí, uno supra-humano. Alguien que se sitúa por encima del bien y del mal, de los <<hunos>> y los <<hotros>>, de los mequetrefes y de los juiciosos. Insisto: no me fío de quien parece que baja peldaños cuando sube laderas o sube faldas cuando baja sardineles. 

     El lector de Pabellón de reposo se percata de la sutileza con la que don Camilo José destapaba el tarro de las esencias de su yo auténtico. ¿Cómo? Mostrando aquí y allá un hedor fugaz del mismo y no de su álter ego. Quiero decir: una frase corta pero certera de veneno ácido y corrosivo para según qué individuo o colectividad o causa o fenómeno de que se trate; todo con visos de denuncia o de humanismo altruista de fondo… ¡Tralalá! 

     Botón de muestra: <<Apretaríamos el paso para correr más y más, y tiempo llegaría en que, aún más adelante, nos encontrábamos con días más antiguos, con las fechas por las que, todavía en el sanatorio, y tratándole respetuosamente de usted, la doncella sonreía a los requiebros del médico residente con una sonrisa que era toda ella una segura promesa de sumisión>> (op.cit. Pág., 104). El subrayado es mío. 

     <<Genio y figura hasta la sepultura>> y aún más allá de la sepultura: Cela sigue siendo leído, destripado, hasta las últimas consecuencias del destripado y de la lectura. Una de esas rara avis que cuando crea un personaje sólo está recreándose a sí mismo. Esta es mi impresión de lector que sopesa lo que lee con lo que ve y escucha en entrevistas televisivas en profundidad a don Camilo José. No tuve la (seguramente) desdicha de conocerlo en persona. ¡Eso que me agencio! No hay un solo juicio de Cela que no despierte en mí la nausea, un sí pero no ético, un aquí te he pillado so insensato y manipulador de libro (¿y no: plagiador de libros?; ¿de un solo libro?); etcétera. Un cuentista (esto nadie podrá negarlo). Una careta con patas. Un narcisista encomiable. Un fraude humano.  

     Con todo, ¡qué bien escribía el terrible gallego! Pabellón de reposo es obra temprana de un Cela <<jovenzuelo>>, todavía, intuyo, no maleado suficientemente por el narcisismo como para hacer el ridículo en público (no sé si en privado; no sé si con las mujeres cultas). ¡La genialidad no se la quita, ya, nadie! No se trata de una genialidad verbal (quédese eso para Quevedo, para Góngora, para Borges… La de Borges era, me parece, íntegra). No. Don Camilo sin don era un genio de la ironía, del doble sentido, del chascarrillo literario que hace gala del machismo y de la homofobia (por poner dos ejemplos ilustrativos) a la mínima oportunidad. ¡Una corte de rientes le iba (aún le va) en zaga! El caso es que los textos de Cela (la mayoría; no todos…) se leen con sumo placer. Ignoro si don Camilo José escribió alguna vez auxiliado de la maquina de escribir o de la computadora…

     Don Camilo José, por cierto, no emulaba a Francisquillo Umbralillo. A Francisquillo Umbralillo no se le entendía (o se le entendía mal; a trompicones). A Camilo José, en cambio, no habrá nadie que no lo entienda (nadie, digo, con un manejo solvente de la ironía literaria). Porque don Camilo José era muy suyo; pero no, en modo alguno, un teórico abstracto. La prueba está en que por el ano era capaz de absorber litro y medio de agua (¿ojiplático te has quedado, ahora, lector, eh?). Amenazó al público de RTVE y también circunstante del programa <<Buenas noches>>, presentado por Mercedes Mila (1982), con hacerlo delante de todos si se le proveía de una palangana. Nada más práctico o más literario (digo yo) que exponer el culo en público para que, al día siguiente, todo quisque hable de si lo tenías esponjado como el de Sancho Panza o escuchimizado como el de don Quijote. Don Camilo José: <<Genio y figura hasta la palangana>>, en todo caso. 

     En fin.                 

viernes, 1 de agosto de 2025

484/ "La piel no hace (o sí) al zorro"...

Yo camino con pies de plomo por las páginas, quizá no aleatorias, de Pabellón de reposo (Camilo José Cela. RBA Editores, S.A. Barcelona, 1992). No, no me fío del de Iria Flavia, o de su foto-retrato todavía no sé a ciencia cierta si posado o robado. Aparenta ser un <<robado de libro>>; bien podría no serlo. En resolución: no me fío del marqués de Iria Flavia. Su prosa tierna, dulce y dócil, sin rebordes puntiagudos que puedan causar heridas superficiales o profundas en los dedos al lector (alguno hay); su prosa, digo, lírica (despierta ésta en el lector conocedor de los parajes <<camilenses>> recuerdos del Cela que a la vez fue y no fue poeta lírico) hace saltar todas las alarmas. El hombre que dio rienda suelta al narcisismo, a la censura, a la crueldad y a la humillación del más débil (todo en clave literaria. O de ficción) se presenta ahora ante el lector como un sumo sacerdote de la moral prosística al uso y todo con base en una prosa sobresaliente; sobresaliente, no: talentosa. Y eso da que pensar…

     Nota disidente: Considero, por regla general, al narrador de los libros de Cela alter ego de don Camilo. Conste, fielmente, en acta. Sé que hago mal. Pero… Fin de la nota disidente.  

     Después del trago malo del Viaje a la Alcarria (libro libérrimo e infumable donde los haya, libro nefasto. Una pifia literaria), topo con este otro trago bueno, de humanidad vencida y esperanzada que late en el interior de un sanatorio para tuberculosos de yo no sé qué ciudad o ladera o monte sagrado de la literatura universal; como un corazón malherido que no bombea suficiente sangre y se revela defectuoso. Pues bien: quiero (más deseo) compararlo con la proeza de Thomas Mann: La montaña mágica. No es comparación hacedera; tendría que rebuscar en las tripas del obrón del alemán para hallar alguna concomitancia con la del español. Leí la novela de Mann el año dos mil cinco. No sólo ha llovido; ha diluviado, granizado, nevado. De resultas: únicamente recuerdo a grandes trazos la trama del obrón teutón y poco más. La mentada comparación, pues, se me antoja harto difícil. 

     Escribe el marqués de Iria Flavia: <<Las parejas de enamorados deambulan por los desmontes enlazadas del talle, recitando pensativas poesías; como son pobres, tienen que esperar a que se haga de noche para besarse. Cuando yo llegaba a mi casa, a la hora de cenar, los veía sentados al borde de la carretera, tímidos como ladrones, abrazándose en los descuidos de los caminantes. ¡Cómo los envidiaba yo aquellas tibias noches de abril, cuando bajaba las persianas de mi balcón, cuando me disponía a quedarme hasta las dos o hasta las tres de la madrugada, sentado a la mesa de escribir, sobre los áridos textos de la carrera!>> (op.cit. Pág., 24).

     Tal vez en el más necio (por humillante) de los hombres anide un Aleph de humano sentir y ese Aleph de sentir humano pugne por salir de su ocultamiento en aras de la justicia divina. El oprimido tendrá entonces razones para respirar aliviado. Todo era una pose, un artefacto efectista, un trampantojo de la literatura…


     (Continuará).