Abro al azar la Bhagavad-Gita. Leo: “Si se obtiene un dominio sobre los sentidos, el Yo señorea inalterable alcanzando la iluminación, quedando libre de los afectos y los desafectos”. Es el sexagésimo cuarto versículo del capítulo segundo, titulado: La introducción a la doctrina. No puedo estar al par más y menos de acuerdo con algo que es irrealizable. Quedar a salvo del afecto y de su contrario nos emparienta con los robots. Quedar a merced de ambas pasiones nos convierte en humanos. ¿Dónde radica, pues, la grandeza del Gita? En que es alta literatura hindú. Previo a la mecanización es el dominio de los sentidos. Aquel que domina no se doblega. Y quien no se doblega permanece inalterable. El robot, de este modo, queda desguazado al no poder controlar los sentidos. Triunfa el ser humano. Mejor: el humanoide. El cual tiene apariencia de humano pero no es humano. Ahora entiendo el sambenito que arrastra la expresión “ese es un iluminado”: uno que se debate entre lo humano y lo no-humano sin dejar, por ello, de no ser humano. Todo un galimatías sin cuento.
jueves, 30 de octubre de 2014
jueves, 23 de octubre de 2014
162/ Yo, otro (tomado de Imre Kertész)
Mi amigo Daniel Guerrero Bonet me ha suplantado. Con esta van ya dos (o tres) veces y me niego a no consignarlo. Permanecer un tiempo juntos ambos, el que empleamos en estudiar Periodismo, y desconocer lo semejantes que éramos deviene casi inverosímil. Al parecer solo divergimos en que yo, siendo niño, sí jugaba a las canicas y el ejercicio físico me llamaba a voces. Y en una cosa más: que yo idolatro a los músicos y contradictoriamente (demasiado útiles son) a los filósofos. Ah, y en otra cosa (la última): que las novelas (no todas) aún no han conseguido aburrirme. Pero somos dos almas emparentadas. Lo que vengo sosteniendo puede comprobarse aquí. Daniel: me conforta coincidir contigo en lo de la inutilidad. Yo también me reconozco inútil e inutilidad, creo, destila todo cuanto escribo. Y cuanto digo. Quiero pensar que otros (otras líneas) devendrán útiles. Yo y las mías, no. Igualmente (como tú) me siento extraño en este tiempo y en este mundo. Pero dime, ¿qué opinión te merece la ambición? En una que otra entrevista de trabajo han llegado a preguntarme: ¿se considera usted ambicioso? ¿Qué se supone que tendría que haber respondido? No sé tú, pero yo (el más inútil entre los inútiles), no soy nada ambicioso. Juzgo útil la ambición. Razón ésta por que la desestimo. Para mí las más altas cotas de la inutilidad humana (maravillosa por otra parte) han sido conquistadas por los músicos y los poetas. El dinero, primer as de la ambición, me resbala. La fama, segundo as de la ambición, me resbala. El poder, tercer as de la ambición, me resbala aún más si cabe. Déseme un verso. Déseme un apunte musical, y… Y nada. Demandaré más y más versos y apuntes musicales y seguiré siendo igual de poco influyente y de anónimo y de pobre. Es el sino de los inútiles. ¡Y a mucha honra!
viernes, 17 de octubre de 2014
161/ Sépalo el mundo...
A mis amigos comunistas y a todo aquel que escribe versos.
Un poeta fue encarcelado durante veintitrés años. Su nombre: Fernando Macarro Castillo. Alias Marcos Ana. Lo fue, encarcelado, por comunista. Nació en una aldea salmantina: Alconada. El año del feliz alumbramiento, 1920, un extraordinario cantor vino al mundo. Leo Poemas de la prisión y la vida de Fernando/Marcos y me deleito con la belleza que atesoran sus versos. Un botón de muestra es el poema titulado Voy soñando. Dice así: “Soñar, siempre soñar,/ con banderas y besos;/ la libertad y el aire/ soplando en mi cabello.// Campo y aire sin fin/ –oh luz–, sin otro cerco/ que el amor de unos brazos/ enlazando mi cuello.// Soñar, siempre soñar,/ con los ojos sin sueño,/ que soy un hombre vivo/ siendo tan solo un preso.// Hay árboles y un río/ fijos en mi recuerdo;/ una infancia salvaje,/ un dulce amor ingenuo,/ y dos nombres grabados/ en el chopo más viejo.// `El cielo aquella tarde/ era como un espejo./ El choperal tendía/ para el amor senderos./ Todo era luz, la gloria/ de mayo iba en mi pecho./ Un vilano de plata/ se enredó en sus cabellos./ Acudí tembloroso/ y con mis dedos trémulos…/ Sus ojos me invadieron/ de aroma y sol./ El viento inmóvil, nos miraba:/ fue aquel mi primer beso.´// Soñar, siempre soñar/ que vuelvo a todo aquello,/ lo que dejé y ya nunca/ encontraré al regreso.” El poema transliterado fue escrito en el presidio (junto al resto que conforma la obra). Lo enuncia el propio autor en una nota preliminar: “Estos poemas fueron escritos en una prisión, cuando la noche era más profunda, a la macilenta luz de un extraño candil, construido con un viejo tintero, un poco de alcohol que conseguía en la Enfermería y una mecha trenzada con la cinta de unas alpargatas. Esa luz podía apagarla de un solo soplo a la menor alarma”. Ruego por los poetas. Déjeseles hablar tranquilamente. Que canten libres y a su aire. A nadie asuste su compromiso. Suficiente tienen con lo que les ha tocado en suerte en la vida: escribir para no morir. Porque, sépalo el mundo, el poeta nunca calla.
jueves, 9 de octubre de 2014
160/ El código de los muertos
Alguna vez he enunciado: “me arrogo el derecho a cambiar de opinión”. Leí la susodicha frase en un texto de F.S.D. e ipso facto la hice mía. Me gustó, cautivó y enamoró. Comprendí que no debía ningunearla. Sino mimetizarme con ella. Vivirla. Quien se aferra a una opinión no sabe lo que no vive. Cambiarla no es como reemplazar la residencia. O los amigos. O el trabajo. No. Es interesante y estimulante. Edificante. Pero hay que hacerlo con fundamento. No al birlibirloque. Se trata de aventurarse uno por el yo de otro que viene a ser la periferia de uno. ¿Habrá singladura más emocionante que esa? Un viaje al extra-radio y no a la parte centrípeta del yo. En lo periférico radican fragmentos de verdad susceptibles de juntarse para crear (también para creer). Y no el hormigón monolítico, inamovible, del casco antiguo de uno. Léanse estas líneas de Punset que corroboran mi tesis (se encastillan en El viaje al poder de la mente. Destino. Colección: Booket. Barcelona, 2012): “No querer cambiar de opinión, a pesar de disponer de todos los requisitos mentales para hacerlo, tiene que ver con alguno de los grandes descubrimientos neurológicos de los últimos años, sobre cuyo impacto social y conductual no se ha abundado todavía lo suficiente. Estamos apuntando, en primer lugar, al poder avasallador de las convicciones propias, frente a la percepción real de los sentidos. Me refiero al papel desempeñado por las creencias y convicciones heredadas del pasado a la hora de configurar el futuro. Muchas personas toman decisiones no en función de lo que ven, de lo que consideran bueno o malo, sino en función de lo que creen, de sus convicciones, de lo que el biólogo evolutivo y teólogo británico Richard Dawkins tildaba de código de los muertos: pautas de conducta excelentes hace miles de años, que han dejado de ser útiles y que, no obstante, siguen vigentes”. Concluyo: quien no cambia de opinión está muerto. O como decía Benito Rodríguez Rey (Beni de Cádiz): "ya se fue p´al jardííín". Lo que resulta una costumbre poco halagüeña. ¡Ver para creer!
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