Mi amigo Daniel Guerrero Bonet me ha suplantado. Con esta van ya dos (o tres) veces y me niego a no consignarlo. Permanecer un tiempo juntos ambos, el que empleamos en estudiar Periodismo, y desconocer lo semejantes que éramos deviene casi inverosímil. Al parecer solo divergimos en que yo, siendo niño, sí jugaba a las canicas y el ejercicio físico me llamaba a voces. Y en una cosa más: que yo idolatro a los músicos y contradictoriamente (demasiado útiles son) a los filósofos. Ah, y en otra cosa (la última): que las novelas (no todas) aún no han conseguido aburrirme. Pero somos dos almas emparentadas. Lo que vengo sosteniendo puede comprobarse aquí. Daniel: me conforta coincidir contigo en lo de la inutilidad. Yo también me reconozco inútil e inutilidad, creo, destila todo cuanto escribo. Y cuanto digo. Quiero pensar que otros (otras líneas) devendrán útiles. Yo y las mías, no. Igualmente (como tú) me siento extraño en este tiempo y en este mundo. Pero dime, ¿qué opinión te merece la ambición? En una que otra entrevista de trabajo han llegado a preguntarme: ¿se considera usted ambicioso? ¿Qué se supone que tendría que haber respondido? No sé tú, pero yo (el más inútil entre los inútiles), no soy nada ambicioso. Juzgo útil la ambición. Razón ésta por que la desestimo. Para mí las más altas cotas de la inutilidad humana (maravillosa por otra parte) han sido conquistadas por los músicos y los poetas. El dinero, primer as de la ambición, me resbala. La fama, segundo as de la ambición, me resbala. El poder, tercer as de la ambición, me resbala aún más si cabe. Déseme un verso. Déseme un apunte musical, y… Y nada. Demandaré más y más versos y apuntes musicales y seguiré siendo igual de poco influyente y de anónimo y de pobre. Es el sino de los inútiles. ¡Y a mucha honra!
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