Montefrío (Granada). |
Ir a Granada es extasiarse con una de las joyas de Andalucía y de España. E ir a Montefrío es pisar lo que otrora fue frontera entre el reino nazarí y el cristiano. Subir a su Villa en diciembre es pelarse de frío. Y sacar una panorámica desde el campanario de ésta es mirar con ojos de adulto el mundo que uno veía, desde tierra, cuando era niño. Ir a la Sierra Nevada (después de 19 años sin visitarla) es remontarse a una época en que vivir era soñar. Y todo en diciembre (tres bajo cero) y en el corazón el suspiro de Federico (que no Boabdil) y su irrefrenable eco. He estado en la ciudad andalumora durante el puente de la Constitución. Y en lo que menos he pensado ha sido en ella: en la Constitución. Rodeado de buena gente, en un ambiente gélido y festivo, los unos de izquierdas y los otros de derechas y yo en medio. La vida es eso. Ir y venir, estar e irse, siempre con una sonrisa y derrochando buenos modales. ¿La Constitución? Yo no la voté. Sin embargo me alegro de que exista. ¿Mi gente? A esa la voté y la votaré toda la vida. Mi gente es y no es constitucionalista. Ella no entiende de política y sí de amistad. Granada, Montefrío, la Sierra Nevada en mi corazón y en mi mente de un modo particular. Y a la política que le zurzan.
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